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«En esta era de las prisas no hay tiempo para disfrutar de nada»

Olga MARTÍNEZ, Doctora en Sicología

Nacida en Etxarri-Aranatz, doctora en Sicología por la UPV y «terapeuta transpersonal», Olga Martínez ha dado varias charlas en Iruñea sobre «El arte de vivir», junto al también sicólogo Santiago Elso. A su juicio, el trepidante ritmo que llevamos a diario nos impide disfrutar más y mejor de nuestra vida.

Iñaki VIGOR | IRUÑEA

El ritmo de vida al que la sociedad se ha acostumbrado es trepidante. Estamos en la era de las prisas, en la que apenas tenemos tiempo para disfrutar de nada. Ésta es una de las ideas que transmite Olga Martínez.

Es evidente que el ritmo de la sociedad actual es cada vez más trepidante. ¿A qué se debe?

Yo creo que es debido a una insatisfacción interior. Conectamos muy poco con quienes somos en realidad. Dedicamos muy poco tiempo al autoconocimiento, a conectar con nosotros mismos, con lo que sentimos, lo que queremos, lo que pensamos. El ritmo en que nos hemos metido es una especie de defensa para no conectar con nuestro interior. Ya lo decía una inscripción colocada en el templo de Delfos: «Conócete a ti mismo y conocerás el mundo». Hacemos un montón de cosas a la vez, no tenemos tiempo para interiorizar, para relajarnos ni para tener relaciones de verdad. Vivimos totalmente desconectados de nosotros mismos.

Trabajar más para tener cada vez más. ¿También esto nos influye en el ritmo de vida?

Sí, pero yo pienso que es porque nos basamos en el tener y no en el ser. Es decir, basamos quiénes somos en lo que tenemos. Tendemos a vivir de cara a la galería y le damos más valor a tener un coche imponente que a nuestro propio ser.

Estamos en la era de las prisas para todo. ¿Ha habido antes en la historia de la humanidad algún periodo similar, o es algo que se da por primera vez?

La verdad es que no lo sé, pero creo que nunca ha habido un precedente así, sino que esto de las prisas es algo que hemos inventado nuestra generación. Nuestros padres y abuelos no vivían con tantas prisas. El recuerdo más bonito que yo tengo es la costumbre de sacar las sillas a la puerta de casa, en las tardes-noches de verano, y tener todas las horas del mundo para charlar. Mi madre me cuenta que su bisabuelo, como entonces no había televisión, les contaba cuentos alrededor del fuego. Creo que debemos intentar que esto no se pierda.

¿En qué se manifiesta nuestro ritmo de vida tan apresurado?

Sobre todo en irritabilidad, en ansiedad, e incluso en depresión. También hay mucha somatización. No tenemos tiempo para escucharnos a nosotros mismos, para plantearnos si realmente nos gusta nuestra vida, si estamos haciendo lo que queremos o si nos gustan nuestras relaciones. Y eso se manifiesta en todas las adicciones que tenemos. No hay más que darse una vuelta por los centros de salud o por los servicios de urgencias de los hospitales para ver cómo están.

Comida rápida, sexo ocasional, ocio rápido, conversaciones escasas y superficiales... ¿Cómo escapar de esta tendencia?

En primer lugar, dándonos cuenta de ello. Los budistas dicen que para efectuar un cambio lo primero que tenemos que hacer es darnos cuenta. Vivimos en un ritmo tan trepidante que ni siquiera somos conscientes de ello. Nos estamos acostumbrando a la comida basura, al sexo rápido, al «aquí te pillo, aquí te mato». Cada vez tenemos menos tiempo para quedar con nuestros amigos y mantener una conversación con ellos. Yo he estado varias veces en La Habana, haciendo cursos, y lo que más me gusta son las conversaciones interminables en las hamacas, con los cafecitos y el ron. Eso es una maravilla. Aquí tenemos que aprender a disfrutar de las relaciones, de las personas, y a escucharnos unos a otros.

¿Cuál es el precio que pagamos por tantas prisas?

Entre otras cosas, no disfrutamos de la vida, incluso enfermamos. Y sobre todo, obviamos la muerte. No queremos enterarnos de que estamos aquí de paso, que tenemos un tiempo y que después esto se acaba y nos vamos. Si realmente nos diéramos cuenta de que nuestra existencia tiene un tiempo, y de que algún día nos llegará la muerte, seríamos de otra manera. Nos trataríamos con mucho más amor y respeto a nosotros mismos y a los demás, construiríamos un mundo distinto.

«Vivo más lentamente, vivo más intensamente». Éste es el título del ciclo en que han participado. ¿Es ésta la clave para disfrutar más de la vida?

Yo creo que sí. Vivimos todo tan deprisa que no nos damos el gusto de parar, observar y disfrutar de la vida. En las charlas que hemos dado, les puse a los asistentes una música de relajación, con un río, y luego les enseñé unas respiraciones. Eso es lo que más les impactó. Se trata de utilizar la relajación y la respiración como forma de empezar a vivir de otra manera. El secreto está en la respiración. A través del ritmo respiratorio podemos ver la realidad de otra manera. La mayoría de la gente respira con un tercio de su capacidad pulmonar, y encima la respiración buena no es la pulmonar, sino la abdominal. Respiramos muy mal. El diafragma, que es el músculo de la respiración, lo tenemos totalmente bloqueado. Si respiramos bien, oxigenamos el cerebro. Si no llega suficiente oxígeno al cerebro, tenemos una visión distorsionada de la realidad. Es decir, estamos mucho más emocionales, más tristes, más ansiosos.

¿Qué es lo que le ha ayudado a usted a plantearse la vida de un modo más tranquilo?

A mí me ha ayudado mucho tener otra visión de la divinidad. Desde pequeños, la religión nos ha presentado un dios castrador, castigador. Todo eso nos ha hecho desconectarnos de algo muy importante, y es saber que somos seres espirituales. Yo tengo claro que provenimos de una luz, de una energía, y si nosotros mismos conectáramos con esa fuente, viviríamos de otra manera. La Iglesia católica ha hecho mucho daño, porque le ha convenido. Si somos conscientes de que la divinidad está dentro de nosotros, no nos comportaremos como esclavos, como personas a las que otras pueden manejar.

Depresión

«El apresurado ritmo de vida que llevamos se manifiesta en irritabilidad, ansiedad, depresión y adicciones»

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