San Antonio certifica la dinastía con su cuarto anillo en ocho años
La palabra dinastía se utliza en la NBA para designar los grandes equipos que han conseguido un puñado de anillos en un periodo temporal no superior a los diez años. Los Celtics de Larry Bird y los Lakers de Magic Johnson, lo fueron. Ahora también lo son los Spurs de Tim Duncan.
Izkander FERNANDEZ
Los expertos en el ámbito televisivo afirman que si en vez de Cleveland Cavaliers hubiera sido Detroit Pistons quien hubiese llegado a la final de la NBA, ésta hubiera tenido todavía menos audiencia. Incluso, apuntan que el share hubiese sido inferior al de la final que disputaron San Antonio Spurs y Detroit Pistons hace dos temporadas.
De hecho, los resultados, el baloncesto e incluso los últimos minutos del cuarto partido, muestran las verguenzas de una final aburrida, con dos equipos inflados por la presencia de estrellas y buenos jugadores pero medianamente capacitados para hacer disfrutar al público con su juego. Así, es más que normal que a los niños yankees les dé ahora por jugar al fútbol americano, al soccer o hasta al baseball.
San Antonio Spurs se impuso a Cleveland Cavaliers por 83-82 en el cuarto y último partido de la final de la NBA. Lo hizo con una facilidad insultante. Como vulgarmente se dice, sin bajarse del autobús. Conteniendo los escasos bienes baloncestísticos de su rival, marcando el tempo gracias a la claridad de ideas de Tony Parker, imponiendo la ley en la zona vía Tim Duncan y tirando de Manu Ginóbili cuando ha sido necesario, esto es, demasiado a menudo.
Los Cavaliers de LeBron James se han quedado en eso, en un equipo de acompañamiento excesivamente inexperto y bisoño. Atolondrado por momentos, dando facilidades a un rival superior y fuertemente marcado por el estigma mimético de su entrenador jefe, Mike Brown.
Y es que nadie tiene que olvidar que los Cavaliers no son más que una copia del modelo que los Spurs vienen marcando en la Conferencia Oeste en la última década. Empezando porque Mike Brown trabajó al servicio del entrenador jefe de San Antonio, Greg Popovich, en los propios Spurs y siguiendo porque han impuesto un modelo de baloncesto que piensa más en las posibilidades del rival que en las propias, que busca anular y no crear. En definitiva, tacañería y estética feista para un deporte que clama espectáculo y buenas formas desde hace una década.
El guión del cuarto partido varió poco de lo visto en los tres anteriores encuentros, aunque esta vez los Spurs de San Antonio sufrieron un poco más de la cuenta por culpa de la desidia y el exceso de confianza.
Claramente favorecidos por el arbitraje en su eliminatoria ante Phoenix Suns, los San Antonio Spurs de Duncan, Parker y Ginóbili han alcanzado el anillo sin sudar demasiado. No sólo David Stern les ha echado una mano en su camino hacia el título, sino que las casualidades han hecho el resto. Porque una casualidad es que un año en que Dallas Mavericks apuntaba tan alto, se cruce en su camino Golden State Warriors con la gracia de su parte y el octavo del Oeste elimine al primero. También lo es que un equipo menor, Utah Jazz, se imponga en primera ronda a Houston Rockets, facilitando así el trabajo de San Antonio en la final de Conferencia.
Efectividad
No hay que engañarse: los Spurs son un equipo, una franquicia y un proyecto esencialmente efectivo, regular y completamente esquivo a las sorpresas. Pueden caer ante mejores o iguales, pero nunca ante inferiores. Y eso los ha convertido en campeones de la NBA este año. Y, posiblemente, lo hará en el futuro. Eso cabe esperar si se tiene en cuenta que a Tim Duncan, la base fundamental de los Spurs, tiene cuerda para tres o cuatro años y que gracias a la juventud de Manu Ginóbili y Tony Parker, MVP de la final, habrá legado plateado y negro, los colores de los Spurs, para rato.
Así son los yankees, venden que una camiseta es plateada cuando es gris. Igual de gris que el balonesto que tratan de colar a todo el mundo. Y la NBA debería tener en cuenta que si no fuese por el baloncesto, hubiese perdido el interés hace años.