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Raimundo Fitero

A contrapelo

Es evidente que quienes hacen el paripé de recuperar la denominada memoria histórica, lo que tienen de verdad es una amnesia que se contrasta al ver los informativos televisivos y los especiales dedicados a los treinta años de elecciones tras la caída, aparente, del régimen franquista. Si en la cúpula del Estado español sigue estando quien está, que fue colocado ahí, por «¡Franco, Franco, Franco!», el resto es una gran mentira, un placebo democrático que ha servido para llegar hasta este lugar en donde el ladrillo ha sustituido a los neurotransmisores.

Ni qué decir tiene que las ganas de cambiar la historia y de sacar a pasear a figuras históricas es una de las habilidades de la doble I vasca, y ya ha aparecido Ibarretxe a dar su lección de manipulación histórica con el objetivo de proporcionar coartadas e incitar a los otros grandes mentirosos a emprender acciones judiciales para impedir que hoy la democracia llegue a todos los ayuntamientos de Hegoalde.

Los noticiarios televisivos nos hablan con insistencia de «guerra civil», y se emplean estas dos palabras con el mismo énfasis y tiempo de pantalla para hablar de la situación en Palestina que para los asuntos internos de una escudería de automóviles de carreras. Lo de Palestina me produce escalofríos. Me siento un telespectador manipulado, intento buscar explicaciones en otros medios de comunicación que no sean los que normalmente me surten de medias verdades, pero sigo con una congoja extrema, al parecerme inverosímil lo que presencio y al imaginar sus consecuencias.

Las imágenes que nos llegan son auténticamente desequilibrantes, una ruptura interna que en primera instancia solamente parece favorecer a Israel. Es un enfrentamiento violento con gran aparato propagandístico televisivo en donde se enseñan los fusiles, las ametralladoras, las milicias encapuchadas, las ocupaciones, la sangre, una violencia que escapa a comportamientos lógicos en una lucha política por el poder. Por esa saña mostrada, todo lo que me ofrecen me huele muy mal. Lo único que tengo claro es que en medio queda la población civil, que son, como siempre, los testigos sufrientes y quienes aportan los muertos.

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