Desde la tarde de ayer Palestina cuenta con dos gobiernos, uno de unidad nacional y otro de emergencia nacional. Aunque la pretensión del presidente de la ANP, Mahmud Abbas (Abu Mazen) sea que éste segundo, a cuyo frente ha puesto al ex ministro de Finanzas y ex ejecutivo del Banco Mundial Salam Fayyad, sustituya al ejecutivo que lidera el islamista moderado Ismail Haniyed, una lectura más ajustada de la realidad política y militar llevaría a hablar más bien de un gobierno paralelo a otro que ya no es unitario.

Si el futuro del gobierno de sustitución es más bien incierto, tampoco el ejecutivo de Haniyed ha logrado devolver la calma a Palestina. De una parte, porque las sanciones internacionales han tenido como efecto un empeoramiento general de las ya duras condiciones de vida en los territorios ocupados, y de otra porque el presidente Abu Mazen ha tratado de conseguir un nivel de influencia en el Gobierno que no se ajusta a los resultados cosechados por su movimiento, Al-Fatah, en los comicios de 2006. Esa intromisión se ve favorecida por el modelo institucional establecido en época del fallecido Yaser Arafat, que otorga al presidente de la ANP un papel predominante. Cuando Al-Fatah copaba Presidencia y Gobierno -con el golpe de mano dado por Abu Mazen se trata de volver a esa situación- el sistema «aguantaba» con ciertas crisis periódicas, pero cuando Hamas ganó las elecciones el modelo hizo aguas.

La actual confrontación expresa en toda su crudeza el dilema interno palestino con respecto al modo de afrontar su lucha de liberación. En todo caso, y aunque sea al pueblo palestino a quien toque decidir cómo resuelve esa encrucijada histórica, no puede obviarse que en el actual enfrentamiento interno concurren responsabilidades exteriores concretas. El Cuarteto para Oriente Medio optaba ayer por apuntalar en el poder a Abbas frente al «golpismo de Hamas» cuando desde marzo de 2006 ha promovido activamente el derrocamiento del gobierno elegido por los palestinos.