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Nicola Lococo Filósofo

Letra, voz y música

Pocas son las ocasiones en las que una melodía se ve embellecida por una letra que la obliga a ser cantada en lugar de interpretada, entre otras cosas, porque pocos contamos con la gracia de llevar dentro a un Pavarotti o a una Caballé. Por el contrario, no faltan los ejemplos en los que un sencillo texto, sea poema o libreto, se ve ennoblecido cuando un maestro de la música se inspira en él para componer una de sus obras. Sólo cuando melodía y letra nacen de un mismo ímpetu, de un mismo arrebato o de una misma inspiración, sucede que ambas aparecen a la mente y al oído como una realidad armoniosa que afecta y conmueve los sentidos del espíritu. Pero, como digo, esto ocurre muy excepcionalmente como bien lo demuestra la ópera, donde el público sólo consigue mantenerse despierto con la esperanza de poder escuchar esa aria, o aquel pasaje pegadizo que salva al conjunto.

Ultimamente, a falta de otras preocupaciones, se viene hablando en los medios de la imperiosa necesidad de dotar de letra al himno nacional a efectos de ser cantado por los parroquianos en actos deportivos y oficiales. Esta idea, a todas luces peregrina, tiene todos los visos de prosperar y triunfar dada la cultura chic en la que nos movemos, y uno se debate entre dejar hacer y que salga lo que tenga que salir, o procurar desalentar tan magno despropósito. Si atendemos a lo que aparece, tenemos varios himnos que, de escucharse sólo su melodía, serían ciertamente sublimes, como pueden ser el caso de «La Marsellesa», pero que de atender al significado de su letra, pronto apreciaríamos cómo la misma queda del todo ensombrecida. Por distintos motivos, ocurre otro tanto con el himno estadounidense, pues su letra, las más de las veces, resulta cuanto menos hiriente, a tenor del comportamiento que mundialmente ejerce esta potencia. También puede ocurrir que una bella bandera y una excelsa música, como lo son la insignia y el himno brasileiro, puedan verse ciertamente ridiculizadas por las letras que les acompañan a ambos ante sus ciudadanos. Y así podríamos continuar hasta la saciedad por todos y cada uno de los países que han decidido poner letra a los distintos himnos nacionales.

Si España desea tener un himno con letra, lo apropiado sería recurrir a alguna de las canciones con las que ya contamos en el folclore y que pudieran ser bastante representativas de la españolidad. Así, podríamos acudir a «Carmen» de Bizet, o a la opereta «El niño judío» del maestro Luna, donde podemos hallar conocidos estribillos, como «de España vengo, de España soy, y mi cara serrana lo va diciendo, de España vengo, de España soy» o, si se prefiere, algo más moderno: «Mi querida España» de Cecilia, o el más explícito «¡Que Viva España!» de Manolo Escobar o, en su defecto, «Mi carro me lo robaron», que expresa bien a las claras el clamor añejo de la piel de toro y el sentimiento patrio de la ciudadanía.

Pero, por desgracia, por buena que sea una melodía y apropiada la letra, por mucho talento que hayan depositado en cada una de ellas el compositor y el rapsoda, sucede que el himno tarde o temprano habrá de ser cantado, y no precisamente por profesionales del ramo, como es habitual que suceda con la parte melódica de los mismos que a fecha de hoy su interpretación viene siendo responsabilidad entera de orquestas y bandas de música... ¿Cuánto durará el himno español de ser entonado por Zapatero? ¿Podrán contener la risa los mandatarios extranjeros ante la presencia de Bono cantando? ¿Harían un buen dúo Gallardón y Esperanza Aguirre cantando el himno nacional o lo convertirían en una canción de Pinpinella? No puedo imaginarme a Aznar cantando algo, pero puedo hacerme una idea, de recordar la sorprendente actuación de nuestro querido Arzallus a pie de las escalinatas del Juzgado, entonando el «Eusko Gudariak» acompañado del coro jeltzale y la atenta dirección de la Lehendakaritza: todavía no me he repuesto.

Mas como quiera que de este sabio consejo que aquí ofrezco caso omiso harán nuestros gobernantes, en la disyuntiva anteriormente apuntada en la que me veo, finalmente he optado por lo que Tony Blair denominaría una tercera vía, cual es la de enmendar en lo posible la iniciativa de poner letra a un himno aportando mi propio esfuerzo para la redacción de la misma, a modo de mal menor.

Dicho y hecho. Aquí me tienen dándoles a conocer mi particular letra candidata para el actual himno español. Para su elaboración he tomado en consideración la idiosincrasia del pueblo español, su folclore, sus sueños y aspiraciones, su modo de vivir y comportarse, sus tradiciones, su historia y, por supuesto, las claves consustanciales a su naturaleza común y unitaria a la que ha de servir la letra de un himno patrio, que resalte las virtudes y omita por entero los desafueros que pudieran menoscabar el orgullo propio que se desea exaltar y exacerbar. En mi humilde opinión, creo que es el texto más apropiado para el himno español en coherencia y consonancia con la bandera roja y gualda que lo suele acompañar, y no es orgullo de autor, como ustedes mismos podrán constatar... Se lo presento:

«Arriba España/ alzad los brazos, hijos del pueblo español/ mirando cara al sol/ Gloria a la patria, que supo vencer/ al ateo de hoy/ y al rojo de ayer/ Gloria a la patria que supo vencer/ con la camisa azul/ a lomos de la Fe...».

Mas algo me dice que iniciativas de este cariz no se contentarán con ponerle letra al himno para que los niños en la escuela se vean obligados a aprenderlo y recitarlo como la tabla de multiplicar o la otrora insufrible letanía de los reyes Godos, mirando al frente ante la efigie de nuestro particular Gengis Kan y saludando matinalmente a la insignia ondeante en el mástil. Mucho me temo que, tras ponerle letra, se propongan que lo bailemos, y ahí si que poco puedo hacer, pues la coreografía, también denominada para algunos como ecografía escénica no es lo mío, y sólo me queda recomendarles que se apropien del popular «Paquito el chocolatero».

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