DOMINICAL Felipe Benítez Reyes 200776/25. Estado español.
Dinero
En teoría, una entidad bancaria tendría mucho de entidad filantrópica si en la práctica no tuviese nada de entidad filantrópica, y mejor así tal vez, ya que a un banco de talante filantrópico apenas podríamos concederle unos seis meses de existencia, y aun eso si el ímpetu filantrópico no se le desmandase, pues no existe coladero mayor para el capital que el amor al prójimo, que resulta tan costoso como el odio al prójimo a escala global, según nos demuestran los índices mundiales del gasto bélico: casi tan caro sale mantener viva a la humanidad como intentar destruirla.
En buena medida, una entidad bancaria es un reino mágico: te cobran por prestarte dinero y te cobran por prestárselo tú.
Si andas necesitado de dinero, el banco te da dinero a cambio de más dinero del que te da, circunstancia que permite a cualquier persona la emoción singular de endeudarse, síntoma inequívoco de progreso individual. (...)
Por lo demás, un banco también te cobra cuando eres tú el que le prestas tus ahorros, lo que ya es habilidad que roza el prodigio. Bien es cierto que la banca en general ha inventado y puesto en circulación el mito de los intereses a favor del cliente, pero que levante la mano quien no haya visto disolverse en el aire esos presuntos intereses con otros conceptos menos míticos que actúan como neutralizadores de los intereses susodichos: las comisiones por transferencias, la cuota por el disfrute de las tarjetas de crédito, los gastos de correo y gestión, el IRPF, las comisiones por ingresos de cheques o las comisiones por cancelación de préstamos, entre otros malabarismos financieros.
Con todo y con eso, es cierto que los bancos practican a veces la filantropía, así sea el ámbito reducido de los multimillonarios; es decir, entre quienes no necesitan de los bancos y a quienes los bancos necesitan. Tal sector goza de la prerrogativa de estar exento del pago de los tributos antes enumerados, lo que nos lleva a recomendar desde esta tribuna a cualquier ciudadano que se convierta en multimillonario lo antes posible, pues de lo contrario no tendrá nunca dinero que le salga gratis.
Aparte de todo lo dicho, y de todo cuanto quedaría por decir, reciben también el nombre de «banco» los elementos del mobiliario urbano que sirven para que los transeúntes cansados de ser transeúntes recuperen fuerzas para reconvertirse en transeúntes, de modo que cada cual pueda seguir el rumbo que le corresponda en nuestro teatrillo universal.