Hijo de un pastor protestante, de quien heredó sus sólidas creencias en la necesidad de una justicia social, combinadas con un sentido casi puritano de la rectitud, Gordon Brown nació en el laborismo. Con sólo doce años ya hacía campaña electoral para la asociación laborista local, con dieciocho se afilió al partido y con veintisiete logró un escaño en la Cámara de los Comunes, donde compartía despacho con el hombre al que iba a quedar indisolublemente unido su destino, Tony Blair.

Eran las futuras promesas del laborismo: el carismático y popular Blair y el introvertido, intelectual y siempre absorbido por el trabajo Brown. La súbita muerte en 1994 del entonces líder del partido, John Smith, desencadenó un reparto de papeles que ha marcado la historia reciente del laborismo británico. Brown, que ya por entonces era el sucesor natural, aceptó ceder el puesto a su popular rival, a cambio de que éste le garantizase un control absoluto de la política económica y el relevo al cabo de cierto tiempo.

Era el inicio de una fórmula que, bajo la denominación de «Nuevo Laborismo», dio un viraje a al derecha y rompió lazos históricos con el sector obrero y los sindicatos. Con ella arrasaron en las siguientes elecciones de 1997 tras dieciocho años de gobiernos conservadores. Pero era también el inicio de un pulso por el poder que Blair ganó claramente hasta que la erosión de su imagen y credibilidad por la guerra de Irak permitió a Brown y sus partidarios lanzar un órdago que prosperó finalmente. Al frente de la Economía británica, Brown concedió por primera vez la independencia al Banco de Inglaterra y, más euroescéptico que Blair, evitó la entrada de Gran Bretaña en el euro, en contra de la opinión del primer ministro.

Su fama de personaje de carácter desabrido que quiere siempre controlarlo todo -un asesor le acusó incluso de «crueldad estalinista»- ha obligado a sus incondicionales a intentar suavizar su imagen y mostrarle más próximo a los ciudadanos. Ahora debe esperar a confirmar esta «promoción interna» con una verdadera victoria en las elecciones de dentro de dos años, frente a la joven promesa conservadora David Cameron, una copia del Tony Blair de 1994.