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Víctor Moreno Escritor y profesor

Contaminación ética

Cada día que pasa me voy convenciendo más de que ciertos políticos piensan una cosa, dicen otra y actúan de modo distinto. Pedir a la clase política un mínimo de decencia y rigor lingüístico en sus pronunciamientos parece un imposible cartesiano. Porque, si la existencia de esta gente dependiera de lo que piensa, estarían todos muertos mataos. Yo me atrevo a sugerir que tal imposibilidad se debe a su falta de riego ético.

El paisaje de la escena política después de las elecciones es, más que deprimente, desolador. Parecería que cada contendiente se hubiera programado para perpetrar con premeditación el mayor de los despropósitos alevosos: hacer del voto ciudadano lo que les dicte su sentido corrupto de las prebendas.

Un ejemplo elocuente de lo que digo es el comportamiento de Elena Torres, la nueva presidenta del Parlamento, a quien escuché en un mitin en estas elecciones. Casi toda su intervención se cifró en desprestigiar a Sanz -lo cual no resulta difícil- y a sus acólitos de gobierno -lo que tampoco exige grandes dosis de clarividencia. De acuerdo con su discurso subido de decibelios, UPN era la quintaesencia de la derecha más conservadora y más inútil que había pasado por el Gobierno de Navarra desde tiempos del último rey godo. Todo lo que había hecho, e incluso lo que no había hecho, era la representación más viva de la desfachatez, de la ineptitud y de la arrogancia. Naturalmente, que la señora Torres no utilizó ninguno de estos exabruptos, pero por los hechos que desgranó bien podrían quedar envueltos en dichas categorías conceptuales.

En política, y sobre todo con la clase política que ha campado estos últimos años en Navarra, uno puede entenderlo todo, pero comprenderlo exigiría una hernia cerebral. Entiendo que Elena Torres quiera ser presidenta del Parlamento, pero no comprendo su actitud. Me explico con una pregunta retórica: ¿Cómo es posible que el PSN acepte los votos de un partido al que hasta hace dos días calificaba con los adjetivos más duros y repugnantes?

También entiendo que las decisiones de los políticos bailoteen constantemente en la cuerda floja de lo real, de lo posible y de lo necesario. Pero ya comprendo menos por qué razón insuficiente marginan la dimensión ética en sus decisiones. ¿Es este el caso del nombramiento de la presidenta del Parlamento Navarro?

Pienso que sí. Porque, puestos a hablar sin pelos en las encías, cabría decir que no es ético que Elena Torres acceda a dicho cargo con los votos de UPN. Y no porque los votos de los upeneros valgan menos que los de los padres capuchinos, maestros seculares en honradez. No. Es que ustedes tenían que haber oído a la señora Torres desgañitarse contra UPN en el mitin al que hice referencia. (Por cierto, desgañitarse tiene la misma raíz etimológica que engañar, voz onomatopéyica derivada de gañir. Así que cuanto más te desgañitas...).

Para E. Torres, UPN era un partido intrínsecamente malo. Un partido que se había enfangado en la mentira para mantenerse en el poder; que, en el fondo más superficial, no quería el bien para Navarra, sino para quienes medraban en ella. Si esto era así ayer mismo y habrá que suponer que lo seguirá siendo hoy, ¿cómo es posible que alguien pueda aceptar los votos de quien considera esencialmente contaminado? Y lo mismo cabría reprocharle a UPN, que aparece como un masoquista de psiquiatra, pues, si no, ¿cómo es posible que sea capaz de apoyar a quien hace sólo unas horas no hacía más que propinarle latigazos en sus nalgas institucionales y ponerlo a horcajadas de asno?

Y todo porque no quieren contaminarse con los votos nacionalistas. ¡Qué ternura la suya! ¡Y qué maldita suerte tienen de que exista el nacionalismo para justificar su pensamiento más que cautivo cobardica! Ya es sintomático que en ningún momento reparen ni condenen el nacionalismo navarroico y patológico de Sanz y compañía dramática. Y ya es casualidad que no sean claros diciendo que su actitud claudicante en Navarra se debe a las exigencias que el nacionalismo español, desde Madrid, les está haciendo. Al final va a resultar que UPN tenía razón cuando aseguraba que los socialistas estaban vendiendo Navarra por un miserable plato de lentejas. La estaban vendiendo, pero no a Euskadi, sino a España. La verdad es que ver la imagen de los políticos como si fueran tratantes de ganado es lo más ajustado para recomponer su figura en este fondo corrupto de ambiciones.

Para los socialistas es inmoral aceptar los votos nacionalistas. Pero no lo es recibir el espaldarazo de un partido que nunca tuvo agallas de condenar nada que tuviera que ver con la violencia producida por sus inmediatos antepasados, llámense fascistas, falangistas, requetés y, durante cuarenta años, franquistas, reconvertidos en demócratas. ¡Menuda desfachatez! No tienen escrúpulo moral alguno para ir en connivencia con un partido que niega el pan y la sal a quienes padecieron una represión sin parangón en la historia local. ¿Cuándo va a exigir el PSN a UPN que, mientras no condene los holocaustos locales, no recibirá ni una mueca de asentimiento a sus propuestas?

A los socialistas y a los de UPN se les sube el colesterol a las cisuras alardeando de que son más demócratas y constitucionalistas que los leones de las Cortes. Sintomático este furor de gónadas constitucionales que les ha entrado, especialmente a los de UPN. Sería higiénico que dejasen de apelar al Estado de Derecho y a su estatura moral, y se subieran al carro de la ética, esa vara de medir que sólo tiene en cuenta los hechos vivos y sonantes de las personas.

Y en cuanto a la palabra mágica del momento -«Navarra ha apostado por el cambio»- mejor que la dejen en paz. No habrá tal cambio mientras la derecha de esta comunidad pase directamente a la reserva, o, si se quiere más plasticidad conceptual, se los mande a las Bardenas a ordeñar escorpiones.

Porque, desengáñense, el enemigo es la derecha. Siempre lo ha sido y lo será. La historia en esto es inapelable. De ahí que produzca pavor que los socialistas sigan todavía cautivos de las amenazas y chantajes de semejante tropa.

Si al PSN le queda un átomo de identidad socialista, no se lo pensaría dos veces. Y si quiere despegar políticamente de una vez por todas en esta comunidad, no se lo pensaría ni una. Luego, que no eche la culpa a los demás. Si en Navarra la derecha llega de nuevo al poder, la culpa será del PSN. De nadie más.

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