«El mayor peligro de una antena de éstas en el tejado es que haya un vendaval»
Catedrático en Bioquímica y Biología Molecular y Director de la Unidad de Biofísica en la EHU-UPV, califica de «modelo de dogmatismo y disparate» las denuncias de la Coordinadora vasca de Afectados por la Contaminación Electromagnética.
«Las líneas y subestaciones eléctricas producen campos electromagnéticos de baja frecuencia que reputados estudios científicos asocian con un aumento significativo del cáncer, sobre todo leucemias infantiles, y las afecciones cardiovasculares como arritmias y trombosis», es la denuncia que hacen quienes rechazan estas instalaciones. ¿Qué hay cierto en esta dura acusación?
Nada. Los «reputados estudios científicos» simplemente no existen. Es decir, no hay un sólo artículo, que yo conozca, publicado en una revista solvente, o sea, sometida a lo que se llama peer review, que pueda sustanciar esta denuncia. Y, naturalmente, el tema es de tanta importancia que, de ser cierto, las revistas punteras se disputarían el honor de publicar estos datos.
Igualmente afirman que «las antenas de telefonía móvil y sistemas de telecomunicaciones producen campos electromagnéticos de muy alta frecuencia y microondas pulsátiles similares a las de los hornos de microondas, emisiones todas ellas indiscutiblemente dañinas para el cerebro humano y todos los tejidos de los seres vivos».
Lo de «indiscutiblemente» será indiscutible para el autor de esas líneas, y para cualquier otro que, como él, desconozca lo más elemental de la Física. Si las emisiones de radioondas fueran dañinas para los seres vivos, eso significaría que toda la Física de radiaciones del siglo XX, por ejemplo la constante de Planck, toda la Física cuántica, estaba equivocada. Y si está equivocada, entonces... ¿cómo hemos llegado a fabricar teléfonos móviles?
La protección de la salud humana exige la aplicación urgente del principio de precaución, defienden estos colectivos. ¿Debería prevalecer en este caso?
La única consecuencia lógica del principio de precaución, que lo pueden escribir con mayúsculas sin que por ello adquiera validez, es el suicidio colectivo. La vida es una enfermedad mortal, y sólo hay una manera de conseguir el riesgo cero, que es renunciando a vivir.
Otra demanda es que las antenas de telefonía móvil sean alejadas de los centros urbanos.
El riesgo es nulo, estén cerca o lejos. Salvo que el viento tire una de esas antenas, en cuyo caso, claro, es mejor estar lejos.
¿Qué peligro corren los inquilinos de un bloque de viviendas en cuyo tejado hay una antena de este tipo?
El del vendaval. Dichos inquilinos deben renunciar a pasearse por la azotea en días de viento.
Antenas, redes eléctricas, móviles, microondas, sistema wifi... ¿Por qué cree usted, entonces, que existe tanta polémica en torno a toda esta tecnología?
¡Al fin una pregunta sensata! Sólo que para ésta no tengo respuesta. Yo soy científico, no sociólogo, ni siquiatra. No puedo contestar, pero no deja de llamarme la atención la anomalía que supone una sociedad archidependiente de la ciencia que, sin embargo, ignora por completo sus fundamentos y desconfía de sus aplicaciones.
¿Y qué hay de las personas que aseguran padecer daños causados por ellas?
Según estudios muy conservadores, el 60% de las personas que acuden a una consulta de medicina no tienen ninguna lesión orgánica demostrable, es decir, son lo que podríamos llamar `enfermos imaginarios'.
J.V.