Yacimientos paleontológicos alaveses, referentes europeos
Dinosaurios caminando por suelo vasco
No sólo de los acantilados de Zumaia vive la Prehistoria vasca. Dos yacimientos paleontológicos alaveses, en Laño y Zanbrana, son referentes europeos en la investigación de los ecosistemas en los que vivieron, primero, los dinosaurios, y luego, los mamíferos, hace entre 70 y 30 millones de años.
Caminando entre las bestias... por el sur de Euskal Herria. Entre dinosaurios de hasta diez metros de longitud, cocodrilos terrestres al acecho de sus presas, pterosaurios voladores hoy inimaginables... Durante los últimos 25 años, paleontólogos, biólogos y geólogos de la UPV-EHU han caminado por la región vasco-cantábrica en busca de los rastros perpetuados en el tiempo de aquella fauna que hace 30 ó 70 millones de años pobló estas tierras, cuando la geografía del continente europeo nada tenía que ver con la actual y la costa se adentraba en suelo vasco hasta un centenar de kilómetros con respecto a donde ahora el mar nos baña.
Hasta hace apenas dos décadas, poco o nada se sabía del registro fósil de vertebrados en nuestro entorno. Como en toda aventura, alguien tuvo que ser el pionero. En este caso, esa mentalidad inquieta fue la de Humberto Astibia, quien, recogiendo el testigo de personajes claves en el estudio de nuestro pasado más lejano como el profesor Jesús Altuna, abrió el camino a una investigación que le ha llevado, a él y a su grupo, a sacar a la luz yacimientos de gran relevancia en el contexto europeo, como los hallados en los términos alaveses de Zanbrana y Laño en los años ochenta.
Estos días, en los pasillos del Departamento de Estratigrafía y Paleontología de la Facultad de Ciencia y Tecnología del campus de Leioa algunos de sus inquilinos como los catedráticos Xabier Orue-Etxebarria o Victoriano Pujalte son la envidia sana de sus colegas. Ellos son dos de los «culpables» de que los acantilados de Zumaia hayan sido declarados como mejor lugar del mundo para el estudio del Paleoceno. Pero a su lado, casi puerta con puerta, el grupo de investigadores que guía el catedrático de Paleontología Humberto Astibia sigue tamizando los también relevantes -aunque seguramente menos conocidos para el público- yacimientos de vertebrados del Cretácico Superior y del Terciario que alberga la región vasco-cantábrica y las cuencas subpirenáicas anexas. «Hombre, nosotros no aspiramos a tanto como Zumaia, pero no es menos cierto que tenemos algunos yacimientos muy relevantes a nivel europeo», defiende Xabier Pereda-Suberbiola, doctor en Paleontología y miembro del equipo desde hace ya quince años.
«Hace treinta años no podíamos decir que aquí cerca teníamos una riqueza paleontológica, porque era una zona poco conocida con respecto a otras cuencas europeas desde el punto de vista de los vertebrados; pero ahora sí», destaca este experto. Dos son los registros fósiles que han posibilitado a esta región labrarse un hueco entre sus colegas europeos: Zanbrana y Laño; este último en Trebiño y uno de los más destacados del Cretácico Superior -hace unos 70 millones de años- a nivel continental. «Los yacimientos que encuentras unas veces dan para mucho y otras para poco. La suerte que nosotros hemos tenido es que si bien tú puedes hallar un resto fósil, digamos, de un dinosaurio de gran tamaño, lo difícil es hallar restos cercanos de otro tipo de fauna. En el caso de Zanbrana y Laño, tuvimos la suerte de localizar tanto macro como microfósiles y de una gran variedad, algo muy difícil de encontrar en yacimientos de aquellas épocas», explica.
En el de Laño, por ejemplo, se han logrado extraer restos de hasta 40 especies de vertebrados, desde peces óseos a anfibios, lagartos, serpientes, tortugas, cocodrilos, dinosaurios o mamíferos; incluso han registrado nueve nuevas especies, algunas de las cuales han recibido nombres tan autóctonos como Herensugea caristiorum, Dortoka vasconica o Lainodon oruetxebarriai. Estos hallazgos lo convierten en algo excepcional, puesto que la mayoría de yacimientos del Mesozoico sólo han puesto al descubierto fósiles de gran tamaño. «Lo macro es espectacular, es cierto pero, aunque llamen más la atención mediática, de puertas adentro encontrar un yacimiento con fauna diversa es muchísimo más interesante», argumenta Xabier. El de Laño, localizado en las canteras de la localidad que le da el nombre, representa «una ventana excepcional a los ecosistemas continentales y marinos finimesozoicos europeos, poco antes de que la crisis biológica del límite Cretácico/Terciario alterase en todo el planeta los medios continentales y marinos», acompaña en la explicación Ainara Badiola, doctora en Paleontología, integrante del grupo de investigación y en la actualidad en la Universidad de Zaragoza con una beca Juan de la Cierva. Es decir, Laño fotografía la fauna del «momento» anterior a la extinción de los grandes dinosaurios.
La otra joya de la corona del registro fósil de vertebrados en suelo vasco es el yacimiento de Zanbrana. Al desaparecer al final del Cretácico gran parte de los reptiles dominantes en el Mesozoico, en la última y más reciente era geológica, la Terciaria -desde hace 65 millones de años hacia aquí-, se desata el gran éxito evolutivo de los mamíferos. Zanbrana escondía hasta hace poco algunos de esos fósiles de mamíferos que datan de hace entre 37-34 millones de años, descubriendo un tipo de fauna única a nivel de la Península ibérica y también referente a nivel europeo, por lo que de conocimiento puede aportar a una época previa a los cambios ambientales y bióticos globales que dieron con la extinción de muchos mamíferos endémicos, entre 35-30 millones de años.
«La gente no se hace una idea de cómo era el mundo en aquellas épocas o qué animales vivían», reconoce Xabier Pereda-Suberbiola. Como su pausada y minuciosa labor viene sacando a la luz desde hace unos años, no hay que viajar a remotos lugares para imaginarse dinosaurios, cocodrilos o marsupiales. Zanbrana y Laño son ejemplos de ello, pero también la Cuenca de Iruñea o los montes alaveses de Izki o las Bardenas. «No es que aquí tengamos yacimientos especialmente abundantes, pero sí es cierto que encontrar un yacimiento de vertebrados es algo excepcional, porque la mayoría de animales no han dejado registro fósil», puntualiza Ainara Badiola.
Sentarse y tener mucha paciencia
Todo un mundo desconocido para la gran mayoría de la gente, como desconocida es la labor de estos buscadores de fósiles. «La gente tiene una idea de los paleontólogos ligada a las películas de cine, es decir, que nos pasamos el día excavando. Pero, en realidad, la mayor parte del año estamos en el laboratorio o delante de un ordenador, porque normalmente las excavaciones se hacen en campos de trabajo en verano y no duran muchos días», explica Xabier. «Depende de cada uno, porque yo no puedo estar mucho tiempo sentada sin ir al campo», interviene su colega Ainara, aunque añade que «es verdad que el trabajo de laboratorio también es satisfactorio». Sentarse y tener mucha paciencia. Así resume su labor a pie de yacimiento. Primero prospectar la zona, estudiar su geología, sus rocas, recoger sedimento en sacos de los que luego observar si hay microfósiles... y luego extraer macrofósiles en cuadrículas de un metro cuadrado. Cada fósil mayor de un centímetro localizado es anotado y guardado en una bolsa, junto a sus coordenadas. Sólo en Laño, han sido recogidos más de 3.000 restos, que son celosamente identificados y almacenados. Y dar con un fósil articulado o parte del mismo es cómo una lotería, ya que la mayor parte de los hallazgos aparecen fragmentados y dispersos.
Claro que su labor no se limita a catalogar. «No todo el mundo lo hace, pero cuando extraes un fósil lo estás sacando de un contexto. Nosotros, desde siempre, tenemos presente el estudio de tafonomía, es decir, documentar en qué condiciones se fosilizaron esos restos, saber cómo se formó el yacimiento. El fósil siempre debe ir asociado a un contexto; si lo extraes sin más, lo pierdes, porque un fósil en un cajón no vale para nada si no sabes de dónde viene. Es un trabajo tedioso y engorroso, pero después te aporta mucha información sobre el entorno natural de aquella fauna», explica Xabier.
En el yacimiento de Laño hace ya una década que no se excava; en el de Zanbrana, tienen suficiente para un par de años de estudio con lo almacenado. «No sólo no se acaban, sino que no se deben acabar. No se debe agotar un yacimiento, porque hay que dejar trabajo a las futuras generaciones. Presevar para los demás. Los fósiles, donde mejor están es bajo tierra», concluyen ambos.
Joseba VIVANCO
Hace veinte años, en 1987, la geóloga alemana Petra Laumen descubrió en los alrededores de la localidad alavesa de Gesaltza lo que eran unas huellas fósiles asomando en la cuneta de un camino forestal. Nada hacía presagiar que estábamos ante un yacimiento único en el mundo, ya que albergaba rastros de carnívoros del Mioceno -23-25 millones de años- conservados con un nivel de detalle excepcional, dejando registradas decenas de huellas consecutivas que han permitido estudiar la locomoción y velocidad de aquellos felinos. «Un vistazo a los rastros basta para tener la sensación de que acaban de pasar por ahí los animalitos, dejando sus huellas frescas, casi húmedas en apariencia...», escribe el bilbaino Mauricio Antón, especialista en reconstrucción científica de la vida del pasado en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid y autor del reciente libro ``El secreto de los fósiles'' (Ed. Aguilar, 2007). «Lindos gatitos», como él los llama, similares a mangostas o linces actuales.