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Txisko Fernández Periodista

El arzobispo y el crucificado

Estoy seguro -no es cuestión de fe- de que Fernando Sebastián, a la sazón arzobispo de Iruñea, no es católico -¿acaso se puede ser mal católico?- ni cree en ese Cristo que el Nuevo Testamento presenta como un hombre cargado de bondad y buenas intenciones, ni mucho menos cree en ese abominable e iracundo Dios del Antiguo Testamento capaz de eliminar de la faz de la Tierra a generaciones enteras por no postrarse ante él.

Si entendemos que ser católico significa asumir los preceptos con los que muchos cristianos identifican a Jesucristo, el arzobispo de Iruñea no es católico ni de obra ni de pensamiento. Este hombre no vive en la pobreza ni entre los pobres; no santifica las fiestas, sino que se aprovecha de ellas para convertirse en protagonista del mundanal ruido; no es comprensivo con quienes, según él acusa, ofenden a Cristo; no perdona a quienes pecan; no desea la paz a quienes no comparten sus supuestas ideas; no quiere que se acerquen a él más que los de su propia ralea...

Este arzobispo es fiel reflejo de lo que la Iglesia católica viene siendo desde hace, pongamos, más de quince siglos: una institución jerarquizada en la que los «valores cristianos» se supeditan a los intereses terrenales de una cuadrilla, eso sí muy extensa, de varones de edad avanzada a los que el prójimo les interesa un pimiento.

Y si el arzobispo tuviera intención de enmendarse, le ofrezco un consejo: en vez de preocuparse por una caricatura festiva, haría mejor en cuidar más la imagen que dan sus feligreses, ya que la suya, queda dicho, es muy difícil de limpiar. Pongo un ejemplo observado recientemente a las puertas de la parroquia de mi pueblo: una persona necesitada pide limosna a los «cristianos» que acuden a misa; no obtiene ni un euro porque los feligreses entran a la iglesia evitando incluso mirarle; ya en el interior, un hombre vestido con una ridícula indumentaria lee una serie de monsergas mientras el rebaño asiente sin siquiera rumiar lo que escucha; y presidiéndolo todo, un crucificado, que si pudiera soltarse los brazos...

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