Una política que no es compatible con la vida
Alo largo de toda la jornada de ayer continuaban los esfuerzos por localizar a unas cincuenta personas del cayuco avistado al sur de la isla de Tenerife, que volcó, según aseguran los representantes gubernamentales, cuando trataban de rescatarlos y debido al mal estado de la mar. No hay razón alguna para dudar de esta versión, muy posiblemente se hicieron todos los esfuerzos posibles por rescatar al centenar de inmigrantes africanos que viajaban hacia las costas canarias en una frágil nave. Pero de poco sirven las buenas voluntades individuales, cuando en el Estado español y en el conjunto de estados y de la propia Unión Europea se han instalado unas políticas de inmigración que, como se demuestra en hechos que se repiten en muchos puntos de las costas del sur de Europa, resulta absolutamente incompatible con la vida.
Unas 120.000 personas intentan cada año cruzar el Mediterráneo desde Africa, y en ese trayecto, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados calcula que han fallecido en torno a 10.000 personas en la última década. Una cifra que no tiene visos de reducirse, muy al contrario. Y es que, a pesar de las barreras que el denominado primer mundo impone a la inmigración, escapar de la miseria y de la falta de expectativas es un impulso humano imposible de frenar, máxime cuando se ofrece a cambio del riesgo un escaparate que muestra un mundo lleno de comodidad, riqueza y seguridad.
Los efectos de las políticas de inmigración de carácter restrictivo están siendo demoledores. No se reducen los viajes, sino que cada vez se hacen en situaciones de mayor riesgo: rutas más largas y embarcaciones más pequeñas. Todo ello para poder esquivar los férreos controles impuestos por los estados europeos, pero a costa de perder en seguridad. Quienes abren sus fronteras para con su capital poder hacer inversiones más ventajosas en los países del Sur, y luego cierran esas mismas fronteras a quienes huyen de la miseria que ello genera, deben asumir la responsabilidad que tienen en las muertes que se han producido, y en que no se produzcan más.