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Antton Morcillo Licenciado en Historia

Piratas del Cantábrico

Desde siempre me han gustado las historias de piratas, aunque sepa que la realidad histórica poco tiene que ver con la imagen que tenemos de ellos. El Romanticismo del siglo XIX se encargó de la campaña de marketing para borrar la oscura fama que rodeaba al corsario para presentarlo en sociedad como ideal de libertad, con un halo de aventurero soñador que rompe las normas y usos sociales, desinhibido y guiado sólo por su instinto navegante. Ello tiene su explicación: en una sociedad rígida como la del siglo XIX, los románticos quisieron ver en los piratas a personas con una moral diferente y fuera del control político de la época.

Piratas los ha habido siempre, mucho antes de que los románticos los inventaran. Piratas de tierra, mar y aire. Piratas del Egeo, del Caribe, de Malasia o del Cantábrico. Todos con el común denominador de acaparar riquezas hurtando lo ajeno, sin escrúpulos y con artimañas. Unas veces asociados a la oportunidad y otras muchas, a sueldo del poder e inducidos por intereses no declarados.

Nuestros piratas, los piratas del Cantábrico, ya no surcan los mares porque han aprendido que es mucho más suculento rondar despachos que lanzarse al abordaje. Viven en la costa o en el interior, siempre cerca de donde esté el negocio.

Algunos no saben nadar, pero han aprendido a flotar: ni los negocios más turbios les ahogan.

Practican el filibusterismo político, que consiste en no hacer nada para no meter la pata y esperar al fallo del contrario para arrebatarle el fruto de su trabajo. No importan los resultados electorales: unas veces se gana, otras veces se pierde... Lo único trascendental es saber articular negocio, solo o con socios, según marque la necesidad.

A unos, les roban las alcaldías apuntándose al reparto del botín que el Estado organiza con los bienes incautados a los independentistas vascos; como no tienen razones para explicar la mezquindad, sugieren que es mejor que el botín pase a mano conocida que a mano por conocer.

A otros les birlan las diputaciones, de tal manera que, siendo los terceros en discordia en Gipuzkoa y Araba, al final consiguen hacerse con el sillón. Eso sí, tras explicar que lo suyo no es querencia por la poltrona sino responsabilidad política para articular país.

Encima, los que hemos tenido que sufrir durante ocho largos años instituciones capitaneadas por el PP, tenemos que estar contentos y agradecidos del gesto. Ahora cambiarán las cosas, ¿verdad?

Pero a los filibusteros poco les importan los sentimientos del populacho. Sisan al rey lo que pueden, o lo que les deja, pero las arcas las llenan mangando al pueblo una alcaldía por aquí y otra por allá, haciendo contratos a los amigos y familiares, obras y cemento, o infraestructuras eléctricas pagadas a escote para inflar la cuenta de resultados de sus empresas.

Durante el último año y medio han estado agazapados, preocupados por el negocio. Todo el país esperanzado en salir de un atolladero histórico de siglos, mientras los filibusteros se dedicaban a urdir en el camarote la manera de encallar el barco. Todo por un temor irracional a perder la patente de corso para continuar surcando los mares del negocio vasco de manera desigual, con la prepotencia de quien se tiene bien cubierto del oleaje.

Ya se sabe que, entre bucaneros, inquieta más la cuchillada amiga que la agresión externa. Siempre hay tras cualquier rincón de cubierta un cuchillo dispuesto a dar paso a un nuevo capitán: es la ley de la bucanería.

Sin vientos de cambio y en calma chicha, la tripulación se inquieta y ve llegado el momento de saldar cuentas. El tesoro prometido por el capitán Ibarretxe no llega y muchos creen ya que el rumbo es errático.

Bastantes confiaban en que, tras las elecciones y a salvo el botín, el cambio de rumbo se iba a dar por propia inercia, sin sobresaltos, como fruta madura que cae del árbol de la lógica política. El final del proceso político abre un periodo de impasse que el lobby vizcaíno quería aprovechar para volver a colocar su modelo pactista, sin estridencias. Pero Ibarretxe, como el capitán de «Rebelión a bordo» es tozudo, y ahora que está todo parado, vuelve a menear las aguas con el asunto de la consulta.

El artículo de J.J. es más que un asalto al timón: es el acta de destitución anticipada del lehendakari, cuya materialización irá fraguándose en el año de debate interno que tienen por medio.

Los filibusteros están de cuchillos largos. A priori es difícil saber quién se hará con el mando del barco porque los apoyos están repartidos. Como pasa siempre, entre unos y otros hay diferencias de estilo, unos son más simpáticos que otros, y bastantes son completamente antipáticos, pero todos son filibusteros. Así pues, tome el barco el rumbo que tome, lo que hoy por hoy no parece estar en cuestión es el futuro del PNV en el mundo de la piratería política. Ese, y no otro, sería un cambio trascendental.

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