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Urtzi Ugalde Notario Licenciado en Ciencias Políticas y brigadista

El turismo a bocajarro

La «libre» circulación de individuos es hoy día uno de los mayores negocios del capital que busca en última instancia la apertura mundial del libre mercado capitalista

Ya ha llegado el sol y con él, el veranito. Metereólogos, medios de comunicación y agencias de viaje se han puesto de acuerdo. Algunas personas corren en busca de los tan preciados rayos ultravioleta, otros, sin embargo, huyen hacia zonas más frías. En definitiva, en los tiempos que corren parece que toca marchar y dejar atrás (los que puedan) días de rutina y trabajo en nuestro pueblo o ciudad. Por ello, me parece interesante plantear algunas claves en torno a esos días de «tranquilidad y sosiego» que nos tomamos fuera de las tierras que nos vieron nacer. Me explico.

A medida que nuestro mundo se va globalizando, una nueva manera de consumirlo se extiende por cada rincón del planeta: el turismo. Cegado por el «desarrollo» económico-productivo, el ser humano ha encontrado en el sector terciario, su vía de escape a lo cotidiano, a la explotación del día a día. Así, cámara y maleta en mano, recorre en nombre de la «interculturalidad» espacios y territorios jamás pisados, destrozando a su paso tejidos y estructuras sociales que hasta entonces habían permanecido intactos.

Estas migraciones temporales, que responden normalmente a esas breves concesiones del sistema para no desbordar el potencial productivo del individuo, se convierten en rituales para la limpieza de nuestra conciencia. Las vacaciones son, pues, momentos para viajar, «desconectar» y conocer otros parajes.

No cabe duda dde que el turismo sea una herramienta sutil contra el tipo de estrés que sobre todo en occidente padecemos, pero muchas veces se convierte, sin darnos cuenta, en herramienta destructiva para las gentes y culturas a las que visitamos. Porque, desde nuestra perspectiva occidental-capitalista pretendemos que se nos trate de igual forma que en nuestra casa, cuando por el contrario, debería ser el turista, quien con un escrupuloso respeto hacia sus culturas, se integre y actúe dentro de los parámetros que allí se marcan.

Detrás de todo este negocio, se encuentran aquellas personas y entes privados que sin importarles lo mas mínimo el respeto y la no-integración del turista, actúan bajo sus propios intereses multimillonarios para llenar sus bolsillos. La «libre» circulación de individuos es hoy día uno de los mayores negocios del capital que busca en última instancia la apertura mundial del libre mercado capitalista.

Grandes bancos, agencias de viajes y empresas con ánimo de sobre-lucro en torno al turismo saben bastante de todo esto. Utilizan explosivas campañas audiovisuales para publicitarse y crear así, falsas necesidades al personal, construyendo un modelo más rentable para el sistema: «El turista que mira pero no ve». El viaje más barato, visitas exóticas guiadas por la agencia y como no, el revelado más rápido.

Se construyen de esta forma mundos paralelos dentro de un mismo territorio. Por un lado, el mundo de los nativos y nativas que trabajan y están en posesión de la verdadera riqueza cultural autóctona; y por el otro, el mundo de los turistas de vacaciones, que sin poseerla, convierten la cultura en producto y la consumen sin ningún pudor. Como ejemplo de todo esto, son los guetos que se instalan en los diferentes países con el único objetivo de saciar el instinto consumista de los turistas, hasta el extremo de crear ciudades conocidas solo para las vacaciones.

Como último punto, habría que exponer la alternativa a todo este entramado del turismo que muchas veces hipócritamente criticamos, digo esto, porque acto seguido nos vemos envueltos en algún viajecito organizado con el único fin de descansar después de todo un año de trabajo. Pues bien, parece obvio que el turismo industrial es repugnante, vulgar y abusivo. Y que el placer de un viaje aparentemente exótico, lejos de conseguir atajar el problema huyendo de la modernidad, acaba por alimentarlo. También creo que quedarse en casa es cuanto menos irreal, además, me parece totalmente legítimo y enriquecedor conocer y aprender de las diferentes culturas de primera mano, siempre que el viajante sea una persona concienciada con las cuestiones antes expuestas.

En consecuencia, pienso que la clave de todo esto reside en no dejarse manipular por bellas y falsas pretensiones de las agencias de viajes u otros entes privados que sólo buscan hacer dinero a costa de «curar» nuestras heridas existencialistas, vaciando («limpiando») nuestra conciencia consumista allí por donde vamos. Desde mi punto de vista hay que crear prácticas que respondan a humildes objetivos que como individuos de este mundo y seres de la naturaleza deberíamos tener.

Es así que la alternativa más justa podría ser el participar en las diferentes brigadas internacionalistas que se organizan a muchos rincones del planeta. El objetivo de las brigadas internacionalistas es actuar conscientes de cada realidad y luchas de los pueblos que visitamos, aprendiendo de forma solidaria en el intercambio cultural, social y político de cada viaje. De esta forma podremos realizar una labor de socialización sobre las carencias, riquezas y problemas que en estos pueblos existen. Así, se evitarían males mayores sobre estas gentes y sus tejidos sociales.

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