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Jesus Valencia Educador social

Un país con miles de embajadas

Proclamar con naturalidad nuestra condición de miembros de una nación en ciernes será un revulsivo que sacudirá laconciencia de quienes nos escuchen

Los máximos representantes institucionales del Estado se están empleando a fondo en el frente internacional. Francia, Inglaterra y Canadá rivalizan en la captura del vasco insumiso. Zapatero agota sus horas prevacacionales forzando acuerdos para que México y Panamá se incorporen a la cacería. Borbón intenta otro tanto en Portugal haciendo valer su corona y sus viejas amistades. Del enemigo el consejo: si ellos ponen tanto empeño en trasladar la guerra (es su afición predilecta) al ámbito internacional, en ese mismo terreno debiéramos neutralizar su beligerancia. Que si a ellos les abren con protocolo las puertas de los palacios, en nuestras manos está el urdir alianzas aprovechando los contactos informales.

Por estas fechas, y siguiendo la costumbre anual, la tribu se desparrama. Mochilas y equipajes ultimados para emprender viaje hacia los más variopintos destinos. Los desplazamientos vacacionales nos pondrán en contacto con multitud de personas a las que todavía no conocemos y que tampoco nos conocen. Algunas, ignoran la existencia de este pueblo pequeño y vigoroso que pugna por ser soberano. Otras, tendrán de nosotros una idea vaga asociada al «terrorismo que azota a la humanidad». Habrá quienes, identificados con el imperio, nos miren con rabia. Y no faltaran los que, partidarios de la justicia, nos correspondan con una sonrisa cómplice. Para que cada grupo deje traslucir sus diferentes resonancias necesita, previamente, que nuestra identificación les provoque. ¿Cómo vamos a presentarnos? Los vascos que se consideran más españoles que un botijo, harán gala de su españolidad. Quienes nos sentimos pueblo diferenciado también debiéramos proclamar nuestra especificidad. Sin complejos ni reticencias, con el convencimiento de sentirnos ya miembros de pleno derecho de una nación en ciernes. Proclamar con naturalidad nuestra condición será un revulsivo que sacudirá la conciencia de quienes nos escuchen. Permitirá saciar el interés de los curiosos, confrontar los prejuicios con los adversarios que admitan el contraste y sellar eficaces alianzas con potenciales amigos que nunca faltan.

Cualquiera de las opciones viajeras que hayamos elegido nos brindará parecidas oportunidades: la charla sosegada en un refugio de alta montaña, la cerveza compartida en el animado bar del camping, la invitación del guía que dirige el tour organizado para que cada uno de los participantes se presente, la empleada de la oficina de turismo que, tras responder a nuestra demanda, preguntará por nuestra nacionalidad... Los albergues, castillos, museos o monasterios que visitemos nos ofrecerán un rústico cuaderno o un flamante mamotreto donde dejar constancia de nuestra visita. En todos ellos debiera de quedar escrito con letra segura: Euskal Herriko bizilagun hauek... El reconocimiento de una nación se plasma en acuerdos solemnes de rango internacional. Pero, su verdadero soporte, es el sentir colectivo que reconoce a un pueblo como sujeto soberano. En esa tarea, cada turista o viajero puede ejercer un excelente trabajo de embajador.

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