Agustín GOIKOETXEA

El calor asfixiante marcó desde la madrugada el peregrinar de cientos de vizcainos hasta la basílica de Begoña con temperaturas que rondaban los 28 grados en el Botxo para las 8.00. A esa hora, los aledaños del templo eran un hervidero de personas venidas de todos los rincones de Bizkaia y de territorios limítrofes, después de que en la misa de las 4.00, como viene siendo habitual, el interior de la iglesia estuviese a rebosar y en las txosnas emplazadas en el exterior se agolpara otro buen número de personas atraídas por esta celebración en la que se entremezclan el fervor religioso y la tradición.

Para cuando la Corporación bilbaina acudió al mediodía a la misa mayor, oficiada por el obispo Ricardo Blázquez, el sol caía sin piedad sobre la colina de Artagan y las pelucas de los maceros que acompañaban al cortejo. Tras el oficio religioso, en el que se bailó la ezpata dantza en el presbiterio, la comitiva de munícipes, rodeada de un importante despliegue policial que obligó a hacer horas extraordinarias a los agentes locales, se dirigió hasta un retoño del árbol de Gernika para entonar solemnemente el ``Gernikako Arbola''.

A continuación, en la trasera de la basílica, se bailó el tradicional aurresku por parte de los dantzaris del Beti Jai Alai, vestidos como describen los grabados de Genaro P. de Villa Amil de 1842, después de que el alcalde, Iñaki Azkuna, otorgase su permiso. Ahí se queda desde hace unos años la intervención del primer regidor, al que su salud le permite presentarse a las elecciones para ostentar la Alcaldía durante tres mandatos pero ya no puede dar ni un paso en el aurresku de Begoña.