La salida de los últimos británicos certifica su derrota en «la Batalla por Basora»
Que los británicos no controlaban Basora -si es que alguna vez llegaron a hacerlo- era un secreto a voces desde hace meses. Pero la salida inminente de su último contingente de 500 soldados confirma lo que los expertos describen ya como la nueva derrota de Gran Bretaña en «la Batalla por Basora». La segunda ciudad del país ocupado tiene una importancia estratégica incalculable, sin olvidar que es el puerto de salida del petróleo iraquí.
Karim JAMIL | BASORA
Ceñido en su uniforme del Ejército iraquí y sentado en su despacho de la Comandancia de Basora, el gran puerto del sur de Irak, el general Ali Ibrahim se muestra impaciente: «Estamos deseando que los británicos se vayan para que la situación mejore», asegura ansioso.
El deseo del general iraquí se hará realidad der manera inminente. Los últimos 500 soldados británicos presentes en la segunda ciudad iraquí y principal puerta de exportación de su petróleo, se preparan para abandonar un elegante palacio de Saddam Hussein construido sobre la ribera del Chatt al Arab.
No hay ninguna fecha para el definitivo repliegue pero se sabe que es inminente. Este último contingente que llegó a Basora en marzo de 2003, con la invasión estadounidense, se retirará a un aeropuerto fortificado, a 25 kilómetros de la ciudad, donde están refugiados 5.000 soldados británicos. Su tarea oficial, entrenar a las fuerzas paramilitares colaboracionistas.
Estoy convencidos de que somos capaces de controlar la situación tras la retirada completa de los británicos», asegura el general Ibrahim. Su homólogo en la Policía, el teniente coronel Karim al Zaydi, coincide plenamente: «El Ejército y la Policía cooperamos estrechamente y estamos preparados hace tiempo para sustituirles», asegura.
Realidad sobre el terreno
Su optimismo puede ser loable, pero la realidad sobre el terreno presagia un futuro mucho menos tranquilo.
De hecho, expertos occidentales sentencian que Gran Bretaña ha perdido «la Batalla por Basora» y ha mostrado su incapacidad para instalar, antes de su retirada, una administración «legítima,respetada y entroncada» con el Gobierno central.
A día de hoy, la ciudad está controlada por las milicias (chiítas), que son más fuertes y autónomas que nunca», advertía ya en junio un informe del International Crisis Group.
Basora, cuyos dos millones de habitantes profesan la fe chiíta, es actualmente escenario de una pugna entre tres corrientes: por un lado, los seguidores del joven Moqtada al-Sadr; de otro, la Asamblea Suprema para la Revolución Islámica en Irak (ASRII) y, para completar el triángulo, el partido Fadhila (Virtud).
A modo de ejemplo, la agencia Europa Press informó ayer de que el Ejército de El Mahdi (milicia de al-Sadr) saqueó ayer una comisaría -que no identificó- tras la retirada británica.
La ciudad es un trofeo de guerra que atiza todos los apetitos. Sus cientos de ríos y canales irrigan una de las tierras más fértiles de la región. Su puerto es la única salida marítima para Irak junto al vecino de Um Qasar y constituye una plataforma comercial vital. Pero, sobre todo, sus terminales petrolíferas constituyen la vena yugular de la economía iraquí, que depende enteramente de la venta del oro negro.
Junto a las milicias, en Basora compiten ferozmente entre sí varios grupos mafiosos. Y es que su proximidad a Irán y sus vías de comunicación al Golfo Pérsico ofrecen posibilidades ilimitadas de tráfico de todo tipo.
«Basora es el ejemplo a no seguir», advierte ICG, en referencia a eventuales planes de repligue militar estadounidense, cada vez más aireados. Pese a ello, la población de Basora suspira por la retirada británica aunque tema sus rescoldos.
El influyente senador republicano John Warner y los portavoces demócratas del Congreso reiteraron ayer sus llamamientos al presidente George W. Bush para que presione o, en su caso, destituya al primer ministro del Irak ocupado, el chiíta Nuri al-Maliki.
El senador Warner, que se ha pronunciado esta semana a favor del inicio de un repliegue estadounidense, justificó su apelación «en la necesidad de ejercer una presión decisiva sobre el Gobierno iraquí para que trabaje a favor de una reconciliación nacional» entre las distintas comunidades.
En declaraciones a la cadena NBC, Warner aseguró que el Gobierno Maliki «no ha respetado los compromisos que adquirió».
En la misma línea, el senador demócrata Jack Reed coincidió en que Maliki no habría cumplido sus promesas sobre el reparto de los recursos petrolíferos y la reconciliación entre las distintas comunidades que pueblan el país.
Los también senadores demócratas Hillary Clinton y Carl Levin han reiterado estos últimos días su exigencia de que Maliki sea depuesto.
A estas peticiones se sumó ayer el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner. El jefe de la diplomacia del presidente francés, Nicolas Sarkozy, estuvo recientemente de gira en Irak.
El primer ministro al-Maliki exigió excusas al Gobierno francés, que trató de minimizar las declaraciones de Kouchner. Asimismo, criticó a los senadores demócratas y les recordó que, «como demócratas, deberían respetar la democracia».