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Raimundo Fitero

Gol y libro

Dos muertes se solapan, la de un futbolista de veintidós años y la de un columnista y escritor de setenta y dos. El futbolista, Antonio Puerta, marcó un gol que hizo historia en su club; el escritor, Francisco Umbral, escribió docenas de libros y miles de artículos, pero se le recuerda por una escena televisiva muy significativa reclamando su espacio, su tiempo para presentar su libro, que es a lo que había ido en un programa de Mercedes Milá.

El futbolista era un atleta, fuerte, rotundo. Y se le vio desvanecerse en directo porque el partido que jugaba se retransmitía en abierto en plena guerra televisiva. Fue una escena menor, las cámaras casi no lo tomaron hasta que ya estaba tendido en el césped y cundió el pánico entre las asistencias. Pero salió por su propio pie hasta que cayó en el abismo. Después vinieron dos larguísimos días de partes médicos, de explicaciones y de incomprensiones. ¿Cómo es posible que muera un jugador de fútbol profesional de manera súbita? ¿De verdad no se pueden detectar estas deficiencias, averías o enfermedades del corazón? Hemos escuchado a un compañero suyo asegurar que hace un tiempo ya se desvaneció al terminar otro partido. Parece claro que no funcionan suficientemente bien los sistemas de prevención, pero la única verdad es que ha muerto un joven de manera pública y ha causado la lógica conmoción y no sabemos si se hubiera podido evitar.

Lo de Umbral se trata de una larga y sedada agonía. Con la salud muy deteriorada desde hace varios años, sus recuperaciones lo mantenían al pie de su columna diaria. En los años setenta y ochenta fue el articulista por antonomasia, el gran imitado, el que reinstauró un género periodístico de manera estelar. Su columna era una visita diaria obligada, sus nombres en negrita era un aval o una condenación. Brillante, pirotécnico, alambicado, junto a su escritura fue construyendo un personaje externo que se fundamentó en su bufanda blanca, sus gafas de pasta negra, su dandismo castizo y una especie de tierno mal humor redondeado con una voz de trueno que le hacía habitar con asiduidad los programas televisivos, auténtica plataforma de ventas de sus libros.

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