Raimundo Fitero
Repelentes
Va a ser eso. Con excesiva frecuencia uno siente un rechazo irracional hacia algo, le es imposible acercarse físicamente a ciertos lugares, le cuesta un esfuerzo ímprobo someterse intelectualmente a ciertos pronunciamientos y no acaba de entender las motivaciones reales. Ya lo hemos descubierto. Un alcalde francés ha estado probando un repelente químico para acabar con los mendigos en el centro de su ciudad. Es decir, aunque nadie lo confiese hay noticias hechas con un repelente, consignas políticas que nos repelen, lugares que si nos acercamos sentimos la angustia del rechazo y hasta del desnudo integral, esa pesadilla recurrente de los sueños. Son repelentes químicos, físicos y metafísicos. Repelentes éticos, morales, políticos y estéticos.
Algunas noticias nos colocan ante la fehaciente realidad de su repelencia. En Gran Bretaña se van a instalar detectores de mentiras que se van a aplicar a parados y solicitantes de ayudas a la vivienda. A lo mejor alguna cadena de televisión se dedica a mostrarlos públicamente, como hacen aquí con los polígrafos sexuales de baja intensidad. Se trata de una medida que se escapa del tiempo y nos coloca en el totalitarismo más repugnante de los clásicos de ciencia-ficción. Parece ser que la picaresca británica no encuentra la aceptación tácita que tiene en nuestro entorno en donde sabemos que muchos parados trabajan y que muchos «ganadores» de sorteos de viviendas de protección oficial tienen bastante más renta que la media. Sobrepasados los británicos en su rigidez por la inventiva que rompe su flema, recurren a métodos intimidantes con rango de interrogatorio policial.
Las dosis de repelente sobrepasan las convecciones cuando vemos y escuchamos a Benedicto XVI proclamando el «ecologismo católico». Todavía tengo problemas gastrointestinales. Al poco aparece en el mismo campo informativo otra noticia sobre el asunto y se trata de un estudio que ha cuantificado la labor «ecológica» del catolicismo a través de la Inquisición. Lo cifran en treinta y cuatro mil herejes exterminados en nombre de la ecología católica con un repelente infalible: el fuego en la hoguera pública.