Iñaki Urdanibia Crético literario
Saber citar, saber sumar
Pongamos que hablo de la facultad de Filosofía, entonces ya no tan mítica, de Zorroaga. Allá a mediados de los ochenta, un profesor habla sobre Spinoza, le llama un bedel diciendo que tiene una persona esperándole al teléfono. El pide excusas a los alumnos y sale del aula; mientras está ausente éstos husmean entre sus papeles y ven que bajo sus carpetas y abundantes papeles hay un libro sobre «le spinozisme» de Delbos, y que lo que está diciendo prácticamente está siendo leído al pie de la letra de tal enterrado libro. Anécdota contada por quienes fisgaron en los papeles del señor profesor.
No voy a entrar en la conveniencia de citar cuando alguien recurre a otros autores cuyo magisterio ha de ser reconocido. Es una obviedad, y si no entramos en los oscuros pagos de las equivocaciones debidas a los ordenadores (pobre Ana Rosa Quintana a quien le salió una novela sentimental de una americana especializada en lo rosa... que no se sabe muy bien por qué estaba en sus documentos informáticos) o a la faena del pobre Rancionero a quien se le atribuyeron citas camufladas de otros cuando él no hacía más que recurrir a figuras literarias o metaliterarias, o las sentencias camufladas de otros en los libros de vendefelicidades Bucay, o hasta las últimas denuncias de un célebre y consagrado escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.
Indudablemente hay gente que tiene en su poder una casa de citas, no sé si procedente de lecturas o de manuales o antologías, y posee una habilidad excepcional para adornar con una brillante cita ya sea unas lecciones de ética sobre lo que se ha de hacer en distintos terrenos del quehacer humano, que a quién se ha de apostar en una carrera de caballos en algún hipódromo de campanillas. Añadiré que está muy bien autodefinirse como un zascandil, no es de recibo, no obstante, zascandilear con asuntos que no son propios para el zascandileo, aunque ello se acompañe de grandes palabras sobre la fraternidad, la igualdad y la libertad.
Me vienen a la cabeza estas cuestiones al leer una hueca entrevista con el impulsor de un nuevo partido político -novísimo UPD- en el que el entrevistado no deja explicitado a quién toma prestadas las palabras sobre la unidad de su patria (no hay otra esa es la buena, la única y su propiedad), que desde luego suenan a rancio y mohoso a pesar de los ilustrados abalorios que añade a su endeble discurso, del mismo modo que no demuestra estar muy ducho en eso de sumar, vamos ni con los dedos. Así es claro que quinientos mil no han de imponer a no sé cuantos millones lo que han de hacer, ahora bien tampoco se ve de ninguna de las maneras que no sé cuántos millones hayan de imponer su manera de ver las cosas a gentes -con ciertas especificidades hasta si se quiere no objetivas sino si es caso subjetivas, de conciencia de pertenencia- a pesar de sus propios puntos de vista, a no ser que se parta del principio de que a más número más miedo, más razón tal cual. De dónde habla el ínclito y dinamizador entrevistado, de qué marco, de qué territorio, de qué población... éste parte como si se tratase de una verdad sacrosanta de la idem unidad de esa cosa llamada España, cuando realmente esa cuestión es una de las heridas no curadas de los oscuros tiempos de la dictadura.
Las abstracciones sobre lo universal, el desprecio si no manifiesto sí práctico acerca de las especificidades y singularidades, y las supuestamente subsiguientes desigualdades... no son más que pura simplonada simplificadora (y simplificar es mentir de todas todas) si no se sitúan en una complejidad forjada por la historia al menos de los últimos años. No parece abusivo recordar cómo en los años del tardofranquismo -por no retroceder más en el tiempo- se reclamaban algunas reivindicaciones que al final no se pusieron en marcha y que eran defendidas al menos de boquilla -o de plumilla- por todo el abanico del mundillo antifranquista desde la llamada extrema izquierda hasta la democracia cristiana: disolución de los cuerpos represivos, amnistía, derecho a la autodeterminación para las nacionalidades oprimidas, referéndum para optar entre monarquía y república... asignaturas pendientes todas ellas, o escamoteadas por los poderes fácticos y sus conformistas apéndices partidistas. Sin lugar a dudas viejas cantinelas hoy y pasadas de moda, y de mal gusto el solo nombrarlas. Pero desde luego lo que no es de recibo es que cuando uno se considera poco menos que Voltaire, como clara expresión de lo que conviene al pueblo (¿a cuál?) y como educador de éste, asumiendo la ardua tarea -heroica ella- de dirigir a las masas... no parece lo más conveniente escamotear la verdad, simplificar, mentir, sumar mal o escamotear sumandos o acudir a otros ajenos... malos medios desde luego todos ellos para la ilustración de los ciudadanos.
Quizá no sean tan malos para satisfacer el afán desmedido de notoriedad de algunos ilustres o para defender a la una-grande-y-libre de los terribles peligros que siempre le acechan. Eso sí contra el nacionalismo de unos y el obispismo de los otros. ¡Qué bien queda! ¡Qué bonito! Más allá del bien y del mal, en el justo medio, como el perejil. ¡Y así!