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Raimundo Fitero

Indiferencia

Yuste (Josema) es una mueca que ocupa espacio televisivo sin que nadie entienda la razón. Sus fracasos son constantes, contínuos, gloriosos en todos los géneros a los que se aproxima. Solamente se salvó cuando apareció en una serie acompañado por otros actores que le solventaban la papeleta. De titular, de protagonista, de conductor, es malo. Muy malo. Lo demuestra de manera fehaciente cada viernes en la primera estatal en un programa que tiene un título bastante pretencioso, «Por fin has llegado», y que las audiencias pueden contestarlo con un «pues ya puedes irte que no te vemos».

Si este bodrio forma parte del proyecto programático cargado de regeneracionismo que se pretende aplicar en TVE, el futuro del ente, sociedad despedidora, empresa audiovisual de cámara gubernamental, está muy oscuro. Partiendo de la base de que nadie quiere tirar piedras contra su propio tejado, sería bueno encontrar alguna clave que nos dejara intuir alguna de las motivaciones, motivos, impresiones, que llevaron a toda una cadena de mando a decidir dar luz verde a esta propuesta que es, simplemente, mala, sin personalidad, sin ningún punto ni en su estructura, ni en su formato, ni en su guión o en su mecanismo, que le pueda conferir algún viso de viabilidad en una parrilla tan competitiva.

Si los que han firmado, comprometido presupuesto y tiempo de la televisión pública, creen que el humor de las audiencias es el que proponen en esta cosa tan sosa, es que son unos seres apartados de la realidad, que no ven a la competencia, ni leen los resultados de Sofres. Si se trata de pagar algún favor anterior, no se hacen ninguno con su programación. Y si es un suicidio lento, una manera de dinamitar TVE para privatizarla, hay que denunciar a sus irresponsables ante todos los tribunales del sentido común. En fin, que no pierdan el tiempo, porque no vale la pena y porque lo van a mandar fuera de la parrilla en breve. De lo peor de la última década. Lo mejor es aplicarle una buena dosis de indiferencia. Y que devuelva el dinero cobrado. Y sus amigos e invitados, sufren, porque hacer el ridículo de esa manera tan inmisericorde no tiene precio. O sí, pero un poco más.

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