La casa es una de las primeras cosas que los niños empiezan a dibujar en el preescolar, generalmente con una chimenea en el tejado por la que sale humo, debido a la significación que adquiere el fuego encendido del hogar desde la más tierna infancia. Manuel Poirier parece querer recuperar con «La maison» esa primera noción de los lazos familiares, cuando todavía no han sido destruidos por los intereses del mundo adulto. Por eso sus personajes vuelven la mirada hacia la niñez, justo al entrar en crisis y necesitar reencontrarse a sí mismos, esperando conectar con la identidad que en aquel entonces empezaba a conformarse. Sergi López afronta el dilema de la mediana edad, y la sola idea de tener que compartir la custodia de sus hijos, por culpa de un posible divorcio, le hace especialmente sensible a la idea de que los conflictos personales se remontan a los años iniciales de nuestra vida, en que tanto nos afectaban de cara al futuro las decisiones paternas.

La toma de conciencia del protagonista respecto a su situación es progresiva, a medida que los acontecimientos se precipitan de forma casual coincidiendo con su estado de ánimo favorable a un cambio. En el hallazgo de la casa de campo está la clave porque, mientras otros hipotéticos compradores ven una oportunidad para invertir o para ampliar su propiedad, lo que él ve es el drama de las herederas que no pueden hacer frente a las deudas familiares y han de malvender el lugar donde nacieron y crecieron. Su implicación con el inmueble es en todo momento, por así decirlo, de índole sentimental. De hecho, llega a intimar con una de las dos hermanas propietarias, papel que permite descubrir a la joven actriz revelación Bérénice Béjo. A ésta, el pasajero romance le sirve para comprender que los sentimientos más arraigados no desaparecen con la venta de la casa paterna, sino que se integran en la persona y la acompañan allá donde vaya.

Entre las películas en que han colaborado el cineasta de origen peruano Manuel Poirier y el intérprete catalán Sergi López, «La maison» remite más que a otras a «La curva de la felicidad», con la novedad de su utilización del suspense como desencadenante de las situaciones dramáticas. En ese aspecto, la secuencia de mayor tensión es la de la subasta, con las velas que se van consumiendo sin que la pareja protagónica pueda sostener una puja superior a su disponibilidad económica.