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Juegos de guerra

«Buda az sharm foru rikht»

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Mikel INSAUSTI

El apellido de la realizadora de «Buda az sharm foru rikht» lo dice todo, ya que su película es fiel a una tradición familiar dentro del cine iraní, marcada previamente por su padre Mohsen y su hermana Samira. Hana Makhmalbaf exhibe una precocidad explicable en alguien que ha mamado el cine desde la cuna, y a sus 19 añitos debuta en el largometraje con una ópera prima muy intuitiva, aunque todavía no permita adivinar un estilo propio o diferente del de sus ilustres predecesores. El reflejo del modo en que la guerra influye en los niños no es tampoco nuevo dentro del cine iraní, sobre todo para el Zinemaldia donostiarra, donde Bahman Ghobadi se llevó la Concha de Oro hace tres años con «Las tortugas también vuelan». Quiere esto decir que la cinta llega con el terreno bastante abonado, independientemente de que pueda cautivar por la ingenuidad desarmante con que ilustra problemas tan graves como el de la discriminación por razón de sexo en los países islamistas, representado por una niña de corta edad en su frustrado primer día de escuela.

Hay películas iraníes que para el espectador occidental son como un viaje en el tiempo, entre otras razones por la querencia hacia el estilo neorrealista, más apreciable aún siendo los niños los protagonistas. En la sociedad desarrollada las imágenes de críos jugando a batallas ya han sido desterradas por fortuna, así que hay que remontarse a películas de hace cuatro o cinco décadas, como por ejemplo «La guerra de los botones», para encontrar a mocosos empuñando trozos de madera a modo de imaginarios fusiles. En la realidad afgana que retrata Hana Makhmalbaf, al pie de la montaña en la que los talibanes destruyeron la estatua gigante de Buda, tales escenas bélico-infantiles siguen siendo habituales.

La peripecia de la pequeña Bakhtay camino de la escuela es como el cuento de «Caperucita Roja», dado que se pierde varias veces antes de llegar a su destino, encontrándose en su recorrido con un perro que teme que quiera comérsela, y que es anuncio de la asilvestrada pandilla que le saldrá al paso con intenciones de lapidarla, que es lo que han aprendido estos borricos en pantalón corto de sus fanatizados mayores. La niña actúa ante la cámara con una naturalidad y una expresi- vidad conmovedoras, aunque su comportamiento obedece a la consecución de una serie de actos repetitivos inherentes a una mentalidad todavía por desarrollar.

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