Desembarco madrileño, flores para Alberto y preguntas complicadas
lberto Iglesias tiene que tener el mueble de la sala llena de trofeos, pero el que recibió ayer estuvo a punto de quitarle el hipo. Nada menos que el Premio Nacional de Cinematografía español, que ayer cogió de manos del ministro de la cosa cultural, César Antonio Molina. A
Karolina ALMAGIA
Y allí, en el hotel María Cristina, el compositor donostiarra estuvo arropado por los suyos. Por los de la familia, y por los de la profesión, desde Julio Medem -con el que se fundió en un abrazo, no es para menos, pues fue su lanzadera-, hasta Ángeles González Sinde, guionista y presidenta de la Academia de Cinematografía. Y muchos actores y actrices -otra vez Cayetana Guillén Cuervo, con su flequillo y su cámara, algo me dice que va a salir mucho en estas páginas-, y muchos políticos, empezando por el delegado del Gobierno en la CAV, Paulino Luesma, siguiendo por el viceconsejero de Cultura, Gurutz Larrañaga, y acabando, cómo no, en el alcalde del marco incomparable, Odón Elorza. Por resumir, se puede decir que el todo Madrid en asuntos de cine está este fin de semana en Donostia.
30.000 euros y muchos honores se llevó para casa Alberto Iglesias. Emocionado, dijo aquello de «no tengo palabras». Pero las tuvo. Se confesó un poco fliplado -vale, no utilizó este término- por estar viviendo todo esto «en mi ciudad y en este momento de mi vida» y se lanzó a agradecer a todos los directores con los que ha trabajado, «que me han enseñado para qué necesitamos la música en el cine», así como a productores, editores, montadores, y a los músicos, «que han hecho que mi música fuera fluida y comprensible». Luego siguió hablando -y eso que no tenía palabras-, y afirmó que su labor siempre se ha dirigido «a hacer algo que fuera comprensible y auténtico». «No sé lo que me ha traído hasta aquí y creo que estoy en la mitad o en el principio de muchas cosas», avisó. Pues va a ser que sí, porque, de momento, va a poner música a la nueva peli del estadounidense Steven Soderbergh (el de «Ocean's eleven»). Moco de pavo. Y ya puede ir haciendo sitio en la balda, que el miércoles le toca recoger el premio Amalur de Cine Vasco. Pues Zorionak también desde aquí, Alberto.
Barea y Elorriaga
Iglesias jugaba en casa, como lo hacía también Diego Fandos que, aunque es navarro, ha rodado su ópera prima, «Cosmos», en Donostia, donde transcurre también la película. Lo malo de presentar en casa es que luego te sacan faltas y en el coloquio posterior te preguntan cosas como: «A ver, si la película está ambientada en 1992, ¿cómo es posible que la chica se quiera tirar desde el puente nuevo, que entonces todavía no estaba construido?». Ay, amigo...
Por si fuera poco, Fandos -admirador del cine de Medem y Kieslowsky, según dijo- hubo de de contestar a unos cuantos espectadores que se esforzaban en comprender una película bastante incomprensible, la verdad sea dicha: ¿Por qué ese personaje recibe cartas en japonés?, ¿el astronauta es un personaje simbólico o real?..., y así, una tras otra. Son los riesgos del directo. Mejor lo tuvieron los tres actores que le acompañaron: Ramón Barea, Xabier Elorriaga y Oihana Maritorena, a la que la revista del Festival ha rebautizado como Oihana Marimorena y yo misma -por un lapsus, ya corregido- Maritornea.
Barea nos contó que el viernes vio la película por primera vez, con lo que los nervios se le acrecentaron. «Pasas miedo por la presión que ya te supone presentar en un festival como el de Donosti y pasas nervios también porque no sabes lo que has hecho ni en qué peli estás. Además, yo soy de los que necesito ver la película más de una vez porque en la primera no veo nada, todo me parece horrible». Pasada ya la tensión, Barea se mostraba contento con el público. «Me gusta que la gente se quede al coloquio, que no haya desbandada. Eso, en estos tiempos, llama la atención».
De Ramón Barea hablaremos más en estas crónicas, pues el actor vizcaino participa también en la película de Gracia Querejeta y, de paso, aprovecha para proyectar su documental «No sentamos a hablar».
Y pasemos al arte. Tabacalera, el monumental centro de arte que tienen ahora los donostiarras, se está convirtiendo en un eje fundamental del festival. Además del desfile de personajes que acuden a ver la exposición de Julian Schnabel -ayer estuvo Viggo Mortensen-, el edificio acoge algunos actos del Zinemaldi, como la presentación del ciclo de cine nórdico que tuvo lugar ayer.
Bueno, y finalmente dejamos para el cierre de esta crónica la llegada de Richard Gere que, como las grandes estrellas, se hizo esperar. Es que el pobre tuvo que ir al otorrino. Y eso que ya le explicaron que el silbido en los oídos no era más que el eco de los juramentos que le echaron todos los foteros que le esperaron durante todo el día. Faltaban diez minutos para las doce y, por fin, apareció, acompañado de su mujer y derrochando amabilidad. Saludó a todo al que pudo y dejó con la sonrisa en la boca a las centenares de personas que no se quisieron perder el momento pese a que ya era medianoche.