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Martin Garitano Periodista

Una etapa ha terminado

Hay situaciones y circunstancias difíciles de comprender pero que hay que asumir. Aunque sólo sea porque son parte (o el total) de la realidad. Así de claro y de crudo.

El proceso de diálogo y negociación abierto entre el independentismo vasco -en nombre de la democracia sin adjetivos- y el españolismo revestido de Constitución -adjetivado, pues- ha tocado fondo (o techo, según lo que se quiera entender). No es práctico engañarse. Ni siquiera para intentar tranquilizar la conciencia.

Hoy, a la vista de la cruda realidad, con los datos en la mano y con los que nos ofrecen los silencios clamorosos que hemos aprendido a interpretar, es razonable pensar que el acuerdo que pudiera poner punto final a un conflicto que nos desangra desde hace siglos ha estado al alcance de la mano de todos, de la suya y de la nuestra. Pero llegados a este punto hay que extraer también conclusiones de lo sucedido, de sus razones y, sobre todo, de sus consecuencias.

El independentismo vasco puso sobre la mesa la renuncia expresa a sus demandas programáticas en favor de la consulta popular en igualdad de condiciones; la socialdemocracia vasco-española del PSOE aseguró asumir los principios universales de la democracia manipulada y el PNV -en toda su esencia y diversas fragancias- asumió el papel de socio-colaborador de Zapatero y su delegado, López.

Las consecuencias están a la vista de todos. Hoy no hay proceso. Tampoco hay tregua. Se acabó lo que se daba. Para hacernos una idea de lo habido: en los intentos postreros de sostener el proceso, dijo uno de los representantes de Zapatero que «Navarra nunca, porque no nos sale de los cojones» (sic). Eso ha sido y eso resume -datos más concretos al margen, que doctores tendrá la Iglesia- lo que ha venido a suceder. Y a nosotros, al pueblo llano -que, encima, llaman soberano sin ponerse colorados- sólo nos queda reponernos de la irresistible tristeza y hacerle frente a lo por venir. Todo, en cualquier caso, menos arrojar la toalla. Si no la arrojan los privados de libertad, los que ya saben que les tocará lo peor... ¿con qué derecho los demás? No es tiempo de lamentaciones. ¡Qué le vamos a hacer!

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