CRíTICA cine
«El orfanato»
Mikel INSAUSTI
Bayona ha llegado a la máxima perfección cinema- tográfica desde la pura modestia genérica, logrando trascender los convencionalismos del cine fantástico y de terror. El cineasta catalán es un humilde genio debutante, lo que muchos aprovecharán para sentirse superiores a él y pretender darle alguna que otra lección, cuando en realidad es ya un precoz maestro que no necesita de consejos y falsas correcciones ajenas. Podía haber buscado para su ópera prima un título más pretencioso, pero se ha conformado con una denominación tan de género como «El orfanato», que se queda corta en relación a su profundo contenido poético. Los títulos de crédito ya me parecen muy significativos, al dar un pista sobre las verdaderas intenciones de la cinta, que rasga la superficie del papel pintado de las paredes de las casas encantadas para descubrir ensoñaciones ocultas envueltas en el misterio del tiempo suspendido de la infancia.
De entre las muchas referencias literarias y cinematográficas que confluyen en «El orfanato», hay dos más poderosas que el resto y que la convierten en una película especial. El fascinante guión de Sergio G. Sánchez viene a ser el reverso oscuro del «Peter Pan» de J.M. Barrie, con Belén Rueda como una Wendy atrapada en un dilema existencial por su condición humana que la hace crecer, mientras los niños de su pasado son fantasmas que permanecen en el País de Nunca Jamás para manifestarse a través de sus pesadillas. La realización de Bayona busca lo intangible, la materia poética heredada de Víctor Erice y «El espíritu de la colmena», hasta hacer visible lo invisible. Es en la reveladora mirada de su actriz donde encuentra una luz en medio de la oscuridad, ese faro que refleja alguna estrella extinguida hace millones de años.
Al hablar de la expresiva niña-mujer Belén Rueda de «El orfanato» surge la inevitable comparación con su anterior trabajo cinematográfico para Amenábar, y de ahí se pasa obligadamente a Nicole Kidman y «Los otros», y en medio de esas conjeturas queda Guillermo del Toro con su trilogía de la Guerra del 36. Todo eso está ahí, pero siento que hay algo que hace diferente a Bayona, aún formando parte de semejante laberinto de influencias, una magia visual que le conduce finalmente por otro camino, como si conociera una salida secreta que nadie más conoce.
Con Bayona puede volver a pasar un poco lo que ocurría con la vieja discusión cinéfila sobre Hitchcock, pues no faltaban quienes le acusaban de ser un portentoso técnico que dominaba el medio a placer y sabía meterse al público en el bolsillo, pero sin ser un auténtico autor capaz de crear obras originales o innovadoras. Contra eso nada se puede y nadie tiene la razón absoluta, pues en el cine inclina la balanza en uno u otro sentido la voluntad individual de cada espectador.
Para que se produzca el encantamiento de esta fábula sobre niños perdidos que es «El orfanato» es necesaria la colaboración de los que estamos al otro lado del espejo, ya que de mediar el escepticismo no se obrará ningún prodigio.
Es cuestión de saber mirar, de dejarse conducir por los ojos vivos de Belén Rueda, cómplice necesaria de una cámara muy antigua que sabe meterse por cualquier rincón, por cualquier recóndito espacio mental. Hay que entrar en el juego del escondite, en el «un, dos, tres... tocar la pared», aunque los compañeros de patio y pupitre hagan trampas y nos vuelvan locos con sus pistas macabras, tan cubiertas de polvo inmemorial como sus raídos y descoloridos uniformes escolares.
Director: Juan Antonio Bayona.
Int.: Belén Rueda, Roger Príncep, Fernando Cayo, Geraldine Chaplin, Montserrat Carulla, Mabel Rivera, Edgar Vivar, Andrés Gertrudix.
País: Estado español, 2007.
Duración: 100 minutos.
Género: Fantástico.