Gerda Taro; la compañera y «constructora» olvidada de Capa
El Centro Internacional de Fotografía de Nueva York exhibe cuatro muestras que tienen la Guerra del 36 como nexo. Luce una retrospectiva de Robert Capa, aunque igualmente destacada es la dedicada a la que fue su compañera, Gerda Taro, probablemente la primera mujer fotoperiodista en morir en un conflicto bélico. Injustamente olvidada por varios factores, su figura ha permanecido durante décadas en la sombra, pese a su contribución en la «creación» de Capa.
Jordi CARRERAS | NUEVA YORK
Gerda Taro nació Gerta Pohorylle en Stuttgart en el año 1910, en el seno de una familia de judíos originarios de la Galitzia oriental, territorio que hoy forma parte de Ucrania. Por cuestiones económicas pero también de seguridad, sus padres emigraron ante el violento antisemitismo de la región. Pese a su origen modestamente burgués, Gerta se vinculó a movimientos obreros y después de una detención, el antisemitismo del Partido Nacional Socialista alemán la empujó a buscarse un lugar en París, a donde llegó con 23 años.
Al poco tiempo de su llegada conoció a Endre Friedmann, un joven y talentoso fotógrafo húngaro, que a causa de su mal francés y de la competencia en su oficio, explicaba que «había llegado a pescar en el Sena para comer».
Friedmann, que había afrancesado su nombre a André, le enseñó fotografía, mundo al que ella llegó medio por azar, medio por necesidad. En la primavera de 1936 y siendo ya pareja sentimental, Gerta decidió que para salir adelante lo tendrían mejor si «inventaban» un fotógrafo americano para que las fotografías de su compañero se pagaran mejor.
También pulió la desaliñada imagen de André por otra más elegante, y a su vez se rebautizó como Gerda Taro, un nombre más sonoro y corto, con el que, de paso, eliminaba las reminiscencias judías de su apellido, que nunca había tenido interés alguno en reivindicar. Así fue como Gerta Pohorylle se convirtió en Gerda Taro y André Friedmann en Robert Capa.
La Guerra del 36
Juntos viajaron en agosto de 1936 a Barcelona y con fotos de aquellos días empieza la muestra dedicada a Taro. Encontraron una ciudad relajada y confiada en la victoria. Parejas de milicianos, milicianas entrenándose en el uso de las armas en la playa; estampas que reflejan un clima de alerta y también la igualdad hombre-mujer que la Segunda República había instaurado.
La tranquilidad no complacía a la pareja, que fue primero al frente de Aragón y luego a Madrid. Tampoco es que allí encontraran acción por doquier y, unos días más tarde, llegaron al frente de Córdoba.
En Cerro Muriano, la tarde del 5 de septiembre de 1936 Capa tomó la inmortal «Muerte de un miliciano». Taro estaba cerca de él y en la exposición se exhibe una foto suya del mismo miliciano, minutos antes de que una bala acabara con su vida. Progresivamente, Taro fue haciendo su carrera y se hizo un nombre, al margen de Capa. Sus fotos de Madrid, Valencia, Almería y Segovia se publicaron en «Regards», «Vu» y en «Ce Soir», publicación del Partido Comunista francés.
En Brunete retrató la reconquista de la población por parte de las tropas republicanas. Fueron sus últimas fotos. En el fragor de una contraofensiva de los fascistas, encontró una muerte terrible y absurda, más teniendo en cuenta los peligros que hasta entonces había desafiado. Taro se había montado en el estribo de un coche, éste frenó de golpe para evitar chocar lateralmente con un tanque republicano y el cuerpo de Taro fue a parar debajo del tanque, que la destrozó de cintura para abajo.
Con la cámara por arma
Pese a que la llevaron a un hospital de Madrid, poco se pudo hacer y murió aquella misma madrugada. Era el 26 de julio de 1937 y le faltaban seis días para cumplir los 27 años. Su muerte fue muy sentida en los círculos intelectuales republicanos próximos a la Alianza de Intelectuales, donde se alojaba en Madrid y donde se le rindieron honores militares.
No en vano, la «pequeña rubia», como se la llamaba, fue una combatiente más, con la cámara por arma. Su carácter alegre y ánimo incansable caló hondo allí como lo hacía en los frentes, donde su presencia siempre era bienvenida e insuflaba ánimo a los combatientes.
A raíz de su fallecimiento, la revista «Life» del 16 de agosto de 1937 publicó dos páginas con fotografías suyas, de las que resaltó que «son de lo mejor que hemos visto en este año de guerra civil en España». A pesar de que no era cierto, la revista también decía que «estaba casada con un joven fotógrafo llamado Robert Capa».
La carrera de Gerda Taro fue demasiado corta para poder saber, como algunos plantean ahora, si realmente hubiera llegado a ser mejor que Capa. Eso forma parte del terreno de las elucubraciones. Pero de lo que no cabe ninguna duda es que ha estado injustamente olvidada durante muchas décadas.
A ello han contribuido varios factores. Por una parte, el hecho de que al principio de su carrera firmara conjuntamente con Capa, lo que durante años diluyó su legado con el de él. También hay que recordar que en las primeras semanas de guerra, a menudo se intercambiaban las cámaras. Por otra, su declarado compromiso con el bando republicano y el hecho de que publicara en un medio como «Ce Soir» hizo que en el posterior contexto de la Guerra Fría su trabajo se considerara más como una expresión política que no artística.
Sólo una calle dedicada en Leipzig, donde vivió un tiempo, y algunos pocos homenajes en la antigua RDA, mantuvieron vivo su recuerdo. Sus parientes directos fueron exterminados por el nazismo y la mayoría de los que la conocieron también murieron. Solamente el «Proyecto Gerda Taro», un exhaustivo trabajo llevado a cabo durante años por la fotógrafa alemana Irma Schaber, permitió reconstruir su vida y publicar su biografía en 1994.
Recuerdo demasiado efímero
Su muerte fue un golpe terrible para Capa, y en París, el padre de Gerda, Heinrich Pohorylle, le reprochó duramente no haber estado con ella e incluso llegó a golpearle.
Fue enterrada con grandes honores en el cementerio de Père-Lachaise, donde habían recibido sepultura destacadas figuras del comunismo francés, el mismo día que hubiera cumplido 27 años.
Pese a los poemas y a algún artículo laudatorio en el primer aniversario de su muerte, el recuerdo a Gerda Taro fue demasiado efímero para sus logros en aquellos convulsos años. Por si acaso, la ocupación nazi de París eliminó con los recuerdos dejados en su tumba.
En Brunete, Gerda Taro retrató la reconquista de la población por parte de las tropas republicanas. Fueron sus últimas fotos. En el fragor de una contraofensiva de los fascistas, encontró una muerte terrible y absurda.
Si la vida de Gerda Taro acabó de manera muy trágica, la de Robert Capa no tuvo un final mucho mejor cuando una mina lo hirió de muerte en Vietnam. Pero antes tuvo tiempo de firmar una de las trayectorias más brillantes del fotoperiodismo de todos los tiempos. La retrospectiva del Centro Internacional de Fotografía repasa todas las etapas de las casi dos décadas de ejercicio de Capa. Empieza en la Guerra del 36, con una serie de 40 fotografías, las anteriores y posteriores a la que tal vez sea su foto más célebre, «Muerte de un miliciano».
Posteriormente, Capa cubrió en enero de 1938 la invasión japonesa de China; fotografías que muestran la ciudad de Hanko tras los bombardeos japoneses y las inundaciones que se añadieron a las desgracias de los chinos en aquellos años. Ese mismo 1938, pero a finales, Capa regresó a la Guerra del 36 y captó el dramatismo de la Batalla del Segre. La exposición resigue su posterior paso por Barcelona, donde encontró una ciudad muy diferente a la que había visto al inicio del conflicto.
Era enero del 39 y la derrota ya se mascaba por todas partes. Una mujer en estado de shock después de haber perdido al marido y al hijo, hileras de refugiados huyendo de Tarragona hacia Barcelona y luego hacia la frontera francesa. Es sorprendente cómo algunas de estas fotos podrían pasar perfectamente por las de refugiados albanokosovares sesenta años después.
Capa también estuvo en el desembarco de Normandía y sus fotos en la playa de Omaha del día D se cuentan entre las más célebres de su carrera. Paradójicamente, los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial llevaron al fotógrafo húngaro a Leipzig, la ciudad donde doce años antes, las temidas SA del Partido Nacional Socialista detuvieron y encarcelaron durante un par de semanas a la que luego fue su compañera.
En ese apartado se puede ver alguna fotografía con el tramado en rotulador rojo de los censores, que indicaban qué partes de la foto debían difuminarse.
Su legado ayuda a entender el porqué de la famosa frase de Capa: «Si una foto no es buena es porque no estás lo suficientemente cerca». Él sí procuró estar siempre cerca de lo que merecía la pena fotografiar.
J. C.
La carrera de Taro fue demasiado corta para poder saber, como algunos plantean ahora, si realmente hubiera llegado a ser mejor que Capa. Eso forma parte del terreno de las elucubraciones.
Sólo una calle dedicada en Leipzig, donde vivió un tiempo, y algunos pocos homenajes en la antigua RDA, mantuvieron vivo su recuerdo. Sus parientes directos fueron exterminados por el nazismo y la mayoría de los que la conocieron también murieron.
Además de Taro y Capa, hay dos exposiciones más; una del fotógrafo catalán Francesc Torres, y otra de revistas, arte y guerra. En colaboración con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Torres siguió durante algunos meses de 2004 el proceso de apertura de una fosa común en Villamayor de los Montes, un pequeño pueblo de Burgos, donde este hecho levantó algunas ampollas.
La exhumación de la fosa puso sobre la mesa que apenas un par de meses después del golpe, los fascistas del pueblo asesinaron a un total de 46 vecinos, todos ellos hombres leales a la República. Hasta entonces, los familiares no habían podido recuperar los restos de sus muertos.
J. C.