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¡Y ante todos ustedes!: La Fábrica de Teatro Imaginario

Josu MONTERO

Periodista y escritor

Desconfiemos de los que, por razones metafísicas, nos proponen un pathos vacío y estúpido, o de los gestos pretenciosos y vacíos de los santones y de los gurús de todas clases», escribió Tadeusz Kantor -uno de los padres mayores de la FTI (Fábrica de Teatro Imaginario)-. Y no podía librarme de esa sensación mientras asistía hace ya diez años al estreno de «8 Olivettis Poéticos» en aquel bunker en el centro de un Bilbo aún apocalíptico llamado Mina Espazio. Y esa misma sensación se ha ido repitiendo en mí con cada estreno del grupo. Es evidente que la FTI ha sido -es- la única compañía vasca que huye de elaborar productos para el mercado. Me atrevería incluso a afirmar que la FTI ha supuesto la entrada de la modernidad en un anquilosado teatro vasco; si hace muchas décadas, con Oteiza, el aire vivificador de la vanguardia había aireado el arte vasco, y también la música, y la literatura, el teatro parecía haber quedado al margen. Teatro ancestral, primigenio, sagrado, teatro como rito, e inserto en la más solvente vanguardia teatral: Kantor, Barba, Grotowski, Stanislavski, Artud... y técnicas para su trabajo de Laboratorio de biomecánica de Meyerhold o danza Kathakali.

Y todo ello, espectáculo tras espectáculo, para plantear una impugnación a la totalidad contra la Realidad Impuesta, contra el Poder, contra la Razón. Los escenarios de la FTI parecen desoladas y polvorientas naves industriales en las que toman cuerpo las pesadillas producidas por el sueño de la razón. El teatro que Iñigo Ibarra (Ander Lipus) y los suyos nos ofrecen explora el símbolo, y éste nos transporta a territorios que yacen más allá del alcance de la lógica. Yo no puedo evitar que su teatro siga pareciéndome demasiado mayúsculo, aunque donde eso se convirtió en una pequeña pesadilla fue en las secuelas del original, en los clones que durante años le han estado saliendo a la FTI, que si otra virtud tiene es su trabajo de investigación pausado siempre a contramano, sin ninguna prisa a la hora de ir estrenando espectáculos y primando además otro tipo de trabajos de intercambio y acercamiento a barrios y a pueblos.

En una coincidencia feliz, este fin de semana actúan en Barakaldo los andaluces de La Zaranda con su espectáculo «Los que ríen los últimos», una compañía que tiene mucho que ver con la FTI. Es de justicia el detalle del BAD (Bilbao Antzerkia Dantza) con ellos. Y esa nueva oportunidad que se nos brinda a los espectadores de volver a asistir -o a hacerlo por vez primera- a «8 Olivettis Poéticos», «Yuri Sam», «Kaputen kanta» y «Au Revoir, Triunfadores». Por mi parte, el deseo de librarme por fin de aquella sensación que nació diez años atrás.

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