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Jurgi San Pedro diplomado en urbanismo

Profesora América del Sur e investigador Oteiza

El autor se sumerge en un artículo titulado «Interpretación estética de la estatuaria megalítica americana» para abordar el amor de juventud del genial creador vasco con América Latina. Y la reflexión se acompaña de una llamada de atención sobre la amenaza mercantilista que, a juicio del autor, pende sobre el legado de Oteiza a las puertas de la conmemoración del centenario del maestro.

No hay mejor modo de presentar la historia que unió física y sentimentalmente a nuestro Oteiza, con América Del Sur, que como lo que fue, una relación de amor que marcaría para siempre el destino del joven Oteiza y rememorarla así, cuando el maestro acaba de cumplir 99 años. Fue tal la relación de amor que Oteiza, el viejo, que sin nadie ya en quien morirse (sin su compañera Itziar Carreño), espantado del devenir de la política cultural vasca, léase, espantado por presenciar el genocidio cultural de Euskal Herria correlacionado con la imposición del proyecto Guggenheim y todo lo que el simboliza, anunció su vuelta a los brazos de su profesora.

Fue sí la profesora América, la que ofreció su cuerpo y alma al joven Oteiza cuando llego a ella por primera vez en 1935, para que experimentara con diversidad de lenguajes artísticos en esa búsqueda por un mensaje definitivo, redentor, por revolucionario. La profesora le ofreció el saber que produce el contacto con muchos de sus virtuosos hijos, tanto es así que como a Euskal Herria no se la explica sin América, Oteiza no se explica tampoco sin América.

De la larga lista de hermanos sudamericanos que mezclaron su savia con la del joven Oteiza, y que seguramente estimularon y reforzaron tanto el desarrollo de su visión universal, como su conciencia social revolucionaria. Presento sólo a tres de ese conjunto de hermanos:

Vicente Huidobro (Chile), poeta insistencialista de las significaciones mágicas que desbordan al lenguaje común, ahí donde se instala una sensación de libertad que es necesario ejercitar: la poesía.

Germán Arciniegas (Colombia), prolífico literato y activista cultural, promotor de la reforma estructural del sistema universitario colombiano en su etapa de Ministro de Educación, y autor entre otras joyas, del ensayo ``América Tierra Firme'' (1937), que el propio Oteiza llegó a degustar y homenajear en uno de esos escritos que hablan de la inquietud eterna de Oteiza por descifrar la secuencia «territorio-alma-estilo para la vida». El ensayo en cuestión se intitulo: «Descubrimiento de Ráquira» (Boyacá, 1946).

Joaquín Torres-García (Uruguay), autor de la obra Universalismo Constructivo (1941), obra donde se inserta el renacido Manifiesto del Sur, referencia básica del actual escenario de integración Sudamericana, punto de avanzada de esa necesaria epistemología del Sur que se viene construyendo a toda maquina en estos días, en ese reto por construir una identidad propia al margen de la de Norteamérica. Autor también de ese mapamundi volteado, donde la profesora aparece en el Norte, y el Norte en el sur, es decir, donde el Norte es nuestro Sur.

Asi es que desde la experimentación del teatro político en la Chile de mediados de los años 30, a la escultura mitológica, y sus clases de Arte en Popayán, de la Colombia de comienzos de los años 40, fue también la profesora, la que le invitó a ensayar sus primeras «interpretaciones estéticas», preocupado en el «para qué del Arte», «el para qué de» la cultura y su progresiva misión emancipadora en el seno de la comunidad, permitiéndole la preocupación, el desarrollo de esa acepción peculiar y profunda que de Estética manejaría luego entre nosotros (en su/nuestro ``¡Quosque tandem...!'' , 1963, y ``Ejercicios Espirituales en un Túnel'',1966, censurado - las dos partes de un todo-), tan vinculada a lo profundo del ser, a la toma de conciencia, a la Ética y a la Política del saber ser aquí y ahora, sin posibilidad al retardo entre pensamiento y acción, por saber ya quienes somos y donde estamos , y no para nada vinculada a esa noción de Estética, banal y superflua que triunfa hoy día, y que se trata de expandir asociada a la pura explotación mercantil de la imagen, sin contenido, desvinculada de compromiso libertador social alguno, y cuya amenaza real planea hoy día (2007/2008) sobre la obra de Oteiza, sobre todo sí permitimos que el proyecto Guggenheim compre parte de su obra, (poniendo precio y coto a la conciencia metafísica que Oteiza legó a este Pueblo vasco transcontinental), y como tienen previsto esos mercaderes del templo a propósito de la conmemoración del centenario del maestro Oteiza durante el 2008.

Pero volvamos a reivindicar uno de los frutos que le dio su romance de juventud con la profesora, de los que sólo se apuntan algunos. Oteiza parió, al amparo de la profesora América Del Sur, y después de una metódica labor de campo y metafísica contemplación de un conjunto de esculturas en el Alto Magdalena (cordillera central de Colombia) el siguiente ensayo: «Interpretación estética de la estatuaria megalítica americana» (se publicó en Madrid en 1952). Un trabajo antropológico y cultural, cargado de filosofía y teoría política-social. Habla Oteiza de épocas de esterilidad política y moral, que hoy se siguen reproduciendo en Euskal Herria..

El trabajo en cuestión, lo desarrolló en el hoy denominado complejo arqueológico de San Agustín (Patrimonio de la Humanidad desde 1995), y que llevó en su día a Oteiza, y después de tomar en cuenta en su estudio los siguientes cuatro factores: 1. Las estatuas de piedra; 2. El paisaje, 3. La tradición de pueblos indígenas de posible relación con ella; 4. Nosotros. Le llevaron, digo, a diferenciar tres tiempos/grados en el proceso evolutivo cultural y político de la Cultura del Alto Magdalena. Habla, y por utilizar su terminología, de progresivas «estatura(s) existencial(es)» (noción definida en el epílogo de nuestro ``¡Quosque tandem!''), estaturas relacionadas estrechamente con la invención de redentores mitos que ayudan a existir, más allá de la pura supervivencia, y que tratan de ser expresados plásticamente en esas estatuas, sacramentales.

Pero no acabemos este relato sin apuntar la reflexión del punto final recogida entre las conclusiones de su estudio:

«Yo por mi parte, he aprovechado la contemplación de estas estatuas: me he afirmado en el concepto de que la imaginación práctica es la más auténtica y fantástica de las formas de la imaginación y de que la beligerancia y la violenta agonía del escultor son las únicas formas posibles de su eficacia y de su vida» (1952:130)

Observó Oteiza las diferencias entre el hombre de San Andrés, el hombre de Illumbe y el conclusivo hombre de San Agustín que diferenció en el seno de esa cultura del Alto Magdalena. Así establece que:

«Los tres hombres son los tres estilos progresivos del alma agustiniana, sus tres moradas. En San Andrés es la noche oscura del mundo. La hora A, fundada en la contemplación. Búsqueda de los elementos mágicos para una teología: concepción del mundo, el saber científico. El Illumbe es la noche oscura del alma: la hora B en que el espíritu inicia la acción. Concepción política y saber vital. En San Agustín, el día perdurable. La hora C, el camino de salvación. Concepción de inmortalidad, el saber estético» (1952: 113).

Finalmente, y a modo de conclusión, cabe reconocer lo que le aportó la profesora América Del Sur al joven Oteiza, y decir que este ensayo ha dado pie a plantear hoy día, después de 55 años desde su publicación y probablemente debido a su imperecedera mágica fuerza explicativa, la aparición incluso de una nueva disciplina académica por derecho propio; la Etno-Estética, (I. Yrizar, 2005).

¿Acaso como herramienta política y cultural al servicio de los pueblos indigenas del mundo para plantear ofensivas ante los ataques continuos de alienantes y virulentos modelos culturales que se tratan de globalizar y que se expanden en el territorio?

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