Maite SOROA
Ondarroa, otra vez
La realidad, para algunos, es como la plastilina. La moldean a su gusto. Resulta que la Ertzaintza impidió el acceso al salón de plenos a los vecinos de Ondarroa y el editorialista de «EL Correo Español» ha visto otra película.
Según el escribiente de Vocento, «la Comisión Gestora de Ondarroa, constituida a raíz de la negativa de los ediles electos de PNV, EA y EB a tomar posesión de sus actas de concejales -actas, por otra parte, legítimamente adquiridas en unas elecciones democráticas-, se vio ayer obligada a celebrar su reunión plenaria fuera del municipio por la presión de un grupo de miembros y simpatizantes de la ilegalizada candidatura de ANV». Lo de las elecciones democráticas, teniendo en cuenta que la mayoría de los votos emitidos fueron anulados, tiene su gracia, ¿verdad?
Y, según el editorialista, «este hecho, junto con muchos otros que se producen casi a diario en las calles de Euskadi, viene a demostrar que la normalidad está aún muy lejos de asentarse en nuestro país. Conviene ponerlo de relieve, no sea que la inhibición ante la realidad, o su ocultamiento deliberado, acabe haciendo que se tome por normal lo que no es sino una aberración en el ejercicio de la actividad política». Pero no se crean que se refiere a las detenciones masivas, apaleamientos, encarcelamiento de políticos, ilegalizaciones, elecciones fraudulentas... no. Lo suyo es otra cosa.
Y como no sabe por dónde salir, miren el resquicio que busca: «Se da además la circunstancia de que uno de los puntos principales del orden del día que se proponía abordar la citada Comisión lo constituía la condena del incendio intencionado que hace sólo una semana destruyó el coche de su presidente, así como la expresión del apoyo y la solidaridad del municipio con el afectado. Se ve así que quienes impidieron la celebración de la reunión en la sede consistorial no sólo se negaban a adherirse personalmente a lo que en ella iba a decidirse, sino que no consideraban siquiera pertinente que el asunto fuera tratado». Se me ocurre que tal vez sólo querían que se respetara la voluntad popular expresada en las urnas, pero, claro, a los de la derechona de siempre lo de las urnas les pone los pelos de punta. Por eso vivieron en una «extrema placidez» durante cuarenta años sin urnas.