No parecen manifestaciones frecuentadas, pero un puñado de guionistas americanos se ha plantado en huelga y ello ha afectado -y afecta- a las series más interesantes de los últimos años. Ahora sabemos qué es lo que nos gustaba de «House», «Los Soprano», «Sexo en Nueva York», «A dos metros bajo tierra», «Mujeres desesperadas», «Fraizer», «Cheers»... Los guiones, queridos; los guiones.

En realidad Eva Longoria podría haber sido cualquier otra actriz. Y casarse tantas veces o más que Zsa Zsa Gabor en la vida real. La audiencia solamente ve en ella a la señora Solís. Una hispana cuyo marido está en la cárcel y que quiere quedarse embarazada a toda costa. A toda costa y al vis a vis.

Yendo al grano, queda claro tras esta decisión de huelga (en activo todavía) que los guionistas de la factoría americana están muy lejos de ser los niños mimados de la industria audiovisual. Un actor famoso puede cobrar mil millones de dólares por una película que va a reportar a la producción sesenta veces ese beneficio. Parece lógico, pues, que los «sobrefamosos» Julia Roberts y Brad Pitt se enbolsen el presupuesto de cinco países africanos por haber simulado en una película ser Cenicienta o Billy el Niño. Grato trabajo.

Pero, por lo visto, no lo es tanto para aquellos que ponen en sus labios frases brillantes, cierta inteligencia, causticidad la necesaria, sensibilidad si se puede y un orgasmo ficticio de vez en (y) cuando lo exige el guión. Ni el cine ni las teleseries existirían sin actores, directores, iluminadores, maquilladoras, señores de la limpieza, señoras de los efectos especiales... pero, sobre todo esto, y más, sin un buen guión.

El músculo (vaya palabro recién acuñado) de la producción y de la historia depende del guión. De algo para contar y ser escuchado. Es como en la vida real. Hay gente que no tiene nada que contar. Y se agradece que no lo haga. Que ni lo intente. Pero cuando aparece alguien con una buena historia, cuando alguien se acerca a ti armado de un buen guión. Ein?