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«Los padres no ven el juego como una cosa seria, y es como el niño aprende»

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Bernard Aucouturier
creador de la práctica psicomotriz

Fundador y presidente de la Asociación Europea de Escuelas de Formación en Práctica Psicomotriz, sus enseñanzas se imparten en distintos países y tanto Euskal Herria como Catalunya son dos lugares de referencia. Lleva más de 35 años trabajando con niños y niñas, aplicando una filosofía educativa que potencia los procesos madurativos del menor a través de la vía corporal, la motricidad emocional.

Joseba VIVANCO |

¿Por qué los niños y las niñas se mueven tanto? La pregunta, a priori nada sospechosa, da pie a uno de los muchos títulos literarios surgidos de la práctica psicomotriz impulsada hace ya décadas por el francés Bernard Aucouturier, invitado de lujo este fin de semana de las jornadas organizadas en la capital alavesa por la escuela que en el seno de la UNED de Bergara forma educadores en esta filosofía.

¿Cómo explicaría a los padres y madres esta práctica que un educador o un centro escolar proponga para sus hijos?

Hay que explicarles la importancia del juego y de poder experimentar para que el niño aprenda con placer. El niño aprende lo que le produce placer, pero aprende en el sentido de integrar. El juego favorece la expresión emocional; el problema es que hoy en la escuela no se habla de emoción, sólo se habla de lo cognitivo, del aprendizaje. Las emociones del niño se suelen dejar en el perchero. Los padres, por su parte, no consideran al juego una cosa seria, cuando es ahí donde el niño aprende. El problema es que la escuela considera al niño sólo como un adulto y un alumno dócil, que responde a las exigencias pedagógicas del profesor. Pero se olvida al niño persona, a sus emociones, a su forma de ser... La emoción no tiene cabida en la escuela. Una pedagogía ideal sería la de permitir que se convierta en alumno progresivamente, sin olvidar que seguirá siendo un niño siempre.

¿Y qué es lo que propone su práctica psicomotriz?

El ejemplo más sencillo es el niño que juega libremente en la escuela, donde lo que hace es representar una vivencia vivida antes, es decir, cuando juega vuelve a traer al presente, digamos, una vivencia anterior. Así es como la niña juega con la muñeca, como ella ha sido `jugada' por sus padres. A partir de su expresividad, de cómo se mueve, cómo juega, podemos leer qué vivencias ha tenido. El niño tiene mucha más facilidad de expresarse por la vía del lenguaje corporal que verbal, por eso es importante que los educadores se puedan formar en práctica psicomotriz y sepan interpretar todo lo que el niño expresa por la vía del cuerpo. Y es también fundamental para ello un lugar donde jugar en la escuela, jugar libremente pero encuadrados por un adulto. Se crea una práctica a partir del juego libre del niño, donde se le da la posibilidad de simbolizar, reafirmando su personalidad a través de esos personajes o de los dibujos que hace. Y esto ayuda también a trabajar su agresividad, a estar mejor consigo mismo, su cuerpo y su persona.

Quizá el problema radique en que los padres queremos que nuestros hijos comiencen a interiorizar conceptos desde bien pequeños, que aprendan a leer cuanto antes, idiomas cuanto antes... en lugar de jugar.

Estamos en una sociedad que demanda enormemente la competitividad. Los padres suelen pensar que cuantas más competencias tenga su hijo, más posibilidades tendrá de trabajar en el futuro. Hay una presión de los padres sobre la escuela y sobre los propios profesores.

«Quieren niños adultos de forma precoz»

¿Qué pueden aportar unos padres desde casa a esa práctica psicomotriz que sus hijos puede que reciban en la escuela?

Es importante que los padres comprendan que el hecho de que el niño actúe es fundamental para su desarrollo sicológico, es necesario que el niño dentro del ambiente familiar pueda tener acceso al máximo de experiencias. Por ejemplo, a un bebé no le podemos enseñar a ponerse de pie. Es el niño el que tiene que hacer ese descubrimiento en un espacio de seguridad, estimulado por las palabras de sus padres, pero esa conquista de lograr ponerse de pie es necesaria para su desarrollo. Pero, tristemente, los padres intervienen en este proceso y lo precipitan, le hacen andar, ponerse de pie cuando todavía no puede, y lo que hacen es provocar la inseguridad afectiva del niño.

Es cierto. ¡Mi hijo sabe andar con ocho meses!, solemos vanagloriarnos los padres.

¡O leer con dos años! Ése es el narcisismo de los padres que no pueden esperar y que quieren que su niño sea adulto precozmente y quieren que el niño piense como un adulto. Pero nunca, jamás, un niño puede pensar como un adulto.

¿Un niño, una niña, tienen que ser «movidos»?

Moverse para un niño es vivir, actuar es existir, hacerle actuar es fundamental, pero cuando es un espacio controlado. No puedes impedirle a un niño que se mueva, sería la represión total de su evolución. J.V.

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