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CRÓNICA | OCUPACIÓN Y RESISTENCIA EN IRAK

Viaje a la Adamiya «liberada», antiguo bastión de Al Qaeda

Una milicia sunita, los «revolucionarios de Adamiya», ha expulsado de este barrio de Bagdad a la sección iraquí de Al Qaeda, que la convirtió en su bastión en la capital en los últimos años. Los nuevos hombres fuertes en esta zona muestran su determinación para enfrentarse a una eventual incursión de las milicias de las zonas chiítas que rodean el barrio.

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Hervé BAR Bagdad

Una gran piedra en mitad de la carretera y una alambrada de espino: justo detrás, una decena de milicianos, el dedo en el gatillo, detienen a todos los coches y hacen descender a todo el mundo, las manos en la cabeza.

«Bienvenidos a la Adamiya liberada», antiguo bastión en Bagdad de la sección iraquí de Al Qaeda, que ha sido expulsada a comienzos de esta semana por una milicia sunita rival.

Con el único distintivo de una camisa gris oscura, los «revolucionarios de Adamiya» controlan a día de hoy todos los accesos a este barrio sunita a orillas del río Tigris.

Plaza fuerte de la resistencia y rodeada de barrios chiítas, fue en este barrio donde Saddam Hussein hizo su última aparición pública en marzo de 2003, poco antes de la entrada de los tanques estadounidenses en la capital iraquí.

El territorio era hasta hace poco uno de los más peligrosos de Bagdad y estaba bajo el control de los emires de Al Qaeda.

«No den un paso más», advierte un miliciano, pie a tierra y en posición de tiro. «¡Vienen a ver al jefe, dejadles pasar!», le insta un hombre vestido de civil. «Pueden seguir, somos los honestos ciudadanos de Adamiya», nos tranquiliza este joven.

Se escucha una ráfaga a varios metros del control: menos de una semana después de su ofensiva, los «revolucionarios de Adamiya» siguen peinando la zona. Las viviendas destruidas y agujereadas dan testimonio de violentos combates en los últimos años. Y es que Adamiya ha hecho frente a varios asaltos militares chiítas.

Vuelven los ocupantes

Los vehículos Humvee del Ejército estadounidense patrullan por la zona ante la indiferencia de los combatientes.

Con los ojos ocultos por gruesas gafas negras, su líder, Abu Abed, nos recibe en su «cuartel general», una antigua biblioteca desde la que se domina el barrio y que está situada frente a la célebre mezquita Abu Hanifa.

«Los servicios, el agua, la electricidad, nada funcionaba», asegura, para añadir que «nuestras mujeres no podían salir a la calle, los milicianos de Al Qaeda eran omnipresentes».

Abu Abed, que reconoce que entre los seguidores de Al Qaeda «había gente del barrio», narra el comienzo de la insurrección: «Al principio éramos cinco. En pocas semanas, tras contactar con los líderes del barrio, pudimos reclutar a medio centenar de personas».

Entre sus apoyos incluye a la Fundación Sunita, encargada de la gestión de las mezquitas. El 10 de noviembre pasaron a la ofensiva. Abu Abed, que insiste en que ya han reclutado a un millar de hombres, asegura que «preparamos el retorno de los regufiados que fueron expulsados del barrio. Todos, sunitas o chiítas, son iraquíes y serán bienvenidos», añade, para desmentir las acusaciones sobre abusos que pesan sobre su milicia sunita.

Eso sí, advierte de que «seguimos estando dispuestos a enfrentarnos a Al Qaeda» y pone en guardia a los «terroristas del Ejército de El Mahdi», milicia chiíta a las órdenes del movimiento de Moqtada al-Sadr. Si estos últimos «aparecen por aquí, les cortaremos la cabeza».

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