«Todavía quedan locos visionarios e integristas como el Inquisidor Lepetit»
«El jardín de la oca» transcurre en la segunda mitad del siglo XIII, entre La Rioja, Burgos, León y Galicia, ruta peregrina para miles de cristianos, donde un médico judío y un viejo herbolario musulmán intentan descifrar las claves de un famoso tablero de adivinación. La escritora alavesa Toti Martínez de Lezea recupera en este nuevo libro a algunos personajes de su novela «El verdugo de Dios», como el inquisidor Robert Lepetit o el agote Eder Bozat.
Karolina ALMAGIA | BILBO
En «El Jardín de la Oca» (Editorial Maeva) Toti Martínez de Lezea (Gasteiz, 1949) retoma una vieja idea que le rondaba la cabeza hace tiempo. El antiguo inquisidor Robert Lepetit, expulsado de la Iglesia, cree haber averiguado el enigma que esconde el Libro de la Revelación: el fin de la religión católica está próximo y llegará un segundo Mesías. A su vez, un médico judío y un viejo herbolario musulmán intentan descifrar las claves del misterioso Jardín de la Oca.
«Me llamaba hacer algo con el juego de la oca, que dentro del esoterismo medieval no era un juego, sino un tablero de adivinación. Se tiraban los dados y según dónde caían, el intérprete de los números adivinaba el futuro. Así, todo gira en torno a un juego de enigmas y creencias», relata la autora. Sin embargo, en este libro «no hay esoterismo». «El enigma por el enigma no me llama. Pero hay que entender que en esos tiempos tenían unos temores y unas supersticiones muy diferentes a las actuales».
La acción transcurre en el Camino de Santiago, que en el siglo XIII era «la calle mayor de Europa. Por ahí pasaban todo tipo de gentes: pasaban devotos cristianos que iban a Santiago de Compostela, pero también pasaban las gentes que vivían del Camino, viajando de monasterio en monasterio porque podían comer y dormir gratis. También estaban los inmigrantes de la época, que buscaban un lugar donde establecerse, y los mercaderes, además de los mercenarios, que iban por el Camino ofreciéndose al mejor postor».
Era ése un mundo de «cristianos, judíos, musulmanes y paganos» que a Toti Martínez de Lezea le parece «fascinante» y en el que se construían catedrales como las de León y Burgos. La autora alavesa se acerca a todos los agentes de la época, poniéndoles nombre y apellido y humanizándoles. Algunos de estos personajes -entre los que hay constructores, canteros, inquisidores, herbolarios o agotes- ya salieron en su novela anterior, «El verdugo de Dios», como es el caso del terrorífico Inquisidor Lepetit que operaba en el norte de Francia. «Este hombre existió de verdad. Fue un dominico que mató a tanta gente que le echaron de la Orden. Luego quiso ser franciscano y no lo aceptaron. Y la Iglesia acabó excomulgándole. Fue un loco visionario e integrista. De esos todavía hay unos cuantos». La muerte y la tortura eran habituales en la Edad Media, pero también había historias de amor, como la que centra «El Jardín de la Oca». El enamorado es Eder Bozat, un joven agote artesano de la madera, que también salía en el libro anterior. «Los sentimientos no eran diferentes en la Edad Media, las gentes de entonces amaban y odiaban igual; la diferencia es que, en las clases acomodadas, no se podía elegir pareja, te la designaban desde niño».
La otra Historia
Martínez de Lezea es, sin duda, la autora vasca que más libros vende, con un espectro de lectores muy amplio. «Tengo lectores de 15 años y de 90, de todas las clases sociales y de todas las ideas políticas. También me leen algunos obispos, con los que luego discuto. Yo no intento convencer a nadie, pero hago las cosas con franqueza». Desde que el boca-oreja disparó la difusión de su primer libro, «La calle de la Judería» (1998), las editoriales se la rifan. «Mis libros gustan porque la Historia nos gusta a todos -justifica-, lo que pasa es que nos la enseñaron muy mal. La Historia no es sólo la de los reyes y papas, sino también la de los campesinos, la de las gentes que lucharon por sobrevivir, la de quienes eran como cualquiera de nosotros». Trabajadora incansable, ella no puede permitirse reclutarse en un convento o marcharse de viaje como hacen otros colegas suyos. «Nosotras siempre hemos combinado la escritura con el cuidado de los hijos, los padres, los animales o los maridos. Yo, por la mañana me ocupo de la casa. Después de comer me echo una siesta y a la tarde me pongo a escribir, hasta las dos o tres de la madrugada».
Apasionada de la novela histórica, combina la lectura de este género con el ensayo, sumergida en la amplísima biblioteca que posee en su casa de Larrabetzu. Estos días escribe una novela juvenil no histórica, mientras espera con ilusión que Erein publique «Ogaiztarrak» («Los hijos de Ogaiz») en edición Bolsillo.
«El Camino de Santiago en el siglo XIII era la calle mayor de Europa. Por ahí pasaban los devotos, los inmigrantes, los mercaderes, los mercenarios y los que se dedicaban a peregrinar para tener comida y techo gratis».