presente y futuro del gigante ruso
Los comicios a la Duma se convierten en un nuevo plebiscito sobre Putin
El final, en marzo, del segundo mandato consecutivo de Vladimir Putin ha transformado las elecciones legislativas del próximo domingo en un plebiscito sobre el inquilino del Kremlin. Y todo apunta a que nadie le hará sombra.
Dabid LAZKANOITURBURU
La decisión del inquilino del Kremlin, Vladimir Putin, de presentarse como cabeza de lista de Rusia Unida -la actual Constitución le impide optar en marzo a un tercer mandato presidencial- ha convertido los comicios legislativos del próximo domingo en un plebiscito sobre su figura, que, de una u otra forma, se prevé central en la Rusia de los próximos años.
La mejora de la economía del gigante euroasiático, que obedece en parte, aunque no exclusivamente, al alto precio de los hidrocarburos, y el repunte de Rusia en la arena internacional son una plataforma inmejorable para que el actual núcleo duro del poder en Rusia, liderado por Putin, logre su objetivo.
Este plan se ve favorecido por el descrédito que despiertan entre la ciudadanía las fórmulas occidentales-liberales tras la experiencia de la sociedad rusa en la década de los noventa, entre las cenizas de la antigua URSS. A ello hay que sumar las limitaciones - ya estructurales- de un Partido Comunista víctima de una constante demonización oficial que airea lo más negativo del pasado de setenta años de «socialismo real».
El propio PCFR coadyuva a ello al estar lastrado por un anquilosamiento que le impide ejercer una oposición real. Tampoco le ayuda la estrategia del Kremlin, que ha sido capaz de hacer suya buena parte del imaginario de una población que, en parte, no oculta su nostalgia por los tiempos pasados.
Rusia Unida, la formación con la que Putin se convertirá más que presumiblemente en primer ministro, conjuga en su seno el viejo ideal panruso, guiños a la sacrosanta Iglesia Ortodoxa incluidos, con la defensa del libre mercado, eso sí, condicionado a los «intereses rusos».
Dirigismo y oligarcas
Este dirigismo, que entronca con un pasado, el soviético, que no pocos definen como capitalismo de Estado, no impide, al contrario, que siga el enriquecimiento masivo de la oligarquía. La única condición que se le exige es su alineamiento con el Kremlin o el abandono de eventuales veledidades políticas.
El cuadro se completa con un innegable autoritarismo político, que para muchos tiene su origen en lo que se ha venido a bautizar como el «alma rusa», anhelante siempre de un poder fuerte y protector. Esta última contrasta con el hecho de que el pueblo ruso fue capaz de rebelarse y protagonizar la Revolución de 1917, la más vasta experiencia revolucionaria de los últimos cien años. Sería interesante, pero, analizar el impacto de esa pulsión histórica hacia el autoritarismo en el fracaso de la experiencia de la URSS.
De vuelta al presente, la Rusia de Putin reivindica el derecho a construir una «democracia» y una economía de mercado a la rusa, sin necesidad de emular experimentos estrepitosamente fracasados en la era Yeltsin.
De ahí sus intentos de crear, desde el consenso nacional, un bipartidismo en versión un tanto grosera, pero perfectamente comparable con el vigente en EEUU y otros tantos países occidentales, en los que las dos grandes formaciones son prácticamente gemelas -al margen de matices más o menos neoliberales- y que comparten un consenso básico sobre el sistema político y económico.
Así se explica el establecimiento de la barrera del 7% para acceder al Parlamento, un listón que supondrá una criba total.
En la misma línea, el Kremlin de Putin ha decidido acabar con algunas normas electorales que tuvieron su origen en el entusiasmo democrático de los noventa, cuando el propio Yeltsin invitaba a los pueblos de la URSS a tomar cuanto antes toda la libertad que pudieran.
Así, los rusos no podrán esta vez «votar contra todos», una opción de claro perfil democrático muy querida por franjas importantes del electorado.
También se elimina el porcentaje mínimo de participación exigido para validar los comicios. Medidas éstas que homolo- gan la Rusia de Putin con la democracia made in USA.
Con estos mimbres, Rusia Unida, a la que las encuestas auguran un 63% de los votos, podrá blindar su mayoría absoluta incluso ante eventuales contingencias como una gran apatía electoral. La presentación en primera línea de combate de Putin -beneficiado de una gran popularidad- contribuye a disipar ese posible riesgo. Con todo, el todavía inquilino del Kremlin reitera una y otra vez sus llamamientos a la participación y a no caer en triunfalismos.
Paradójicamente, el PCFR puede convertirse en el segundo gran beneficiario del listón del 7%. Las encuestas le auguran un 14% de votos, similar al porcentaje que obtuvo en 2003, pero ello le otorgaría el doble de sus actuales diputados (47).
Cuenta para eso con el anunciado desplome de Rusia Justa, coalición impulsada ad hoc por el Kremlin para que vaciara de votos a los comunistas. Su antecesora, Rodina, lo logró hace cuatro años con un 10%, pero las encuestas no le auguran esta vez más de un 6%, lo que le dejaría fuera de la Duma.
Destino similar apuntan las encuestas al LDRP, del furibundo anticomunista y xenófobo Vladimir Zirinovski, lastrado por fugas de sus dirigentes a la Rusia Unida oficial. Y es que Putin lo abarca ya casi todo.
Formaciones como la histórica Yabloko (que llegó a lograr un 7% en los noventa) o la Unión de Fuerzas de Derecha seguirán fuera de la Duma, de donde fueron apeados en 2003. El líder de Yabloko, Grigori Yablinski, rechazó una eventual coalición para contar con mayores posibilidades.
La Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) ha anunciado recientemente que no desplegará a sus observadores en las elecciones parlamentarias del próximo domingo y justificó esta negativa «por los continuos retrasos y restricciones de Moscú para conceder autorización y visas a los inspectores», como explió Christian Strohal, director de la Oficina de Defensa de la Democracia y los Derechos Humanos de esta organización.
El Kremlin accedió finalmente, en el marco de la reciente cumbre UE-Rusia, a permitir la misión de observación de la OSCE. No obstante, y al cursar las invitaciones a los 400 observadores internacionales previstos, limitó a 70 el contingente de la misión, que llegó a contar con 465 en suelo ruso en las elecciones de hace cuatro años.
Este organismo, que acoge en su seno a 56 países -la mayor parte europeos, pero también EEUU y Canadá-, denunció que Moscú estaba poniendo «condiciones sin precedentes» a su misión, por lo que finalmente decidió cancelarla.
Por su parte, el Gobierno ruso ha acusado a EEUU de forzar a la OSCE a esta decisión. El Ministerio ruso de Exteriores ha ido más allá y denuncia unilateralidad a la hora de establecer los mecanismos de intervención.
Esta crisis no es sino una más de las que enfrentan a la Rusia de Putin con Occidente. El Kremlin tiene muy presentes las «revoluciones coloristas» en Ucrania y Georgia. El propio Putin calificó a la oposición liberal de «chacales» de Occidente, al que volvió a acusar de planear tentativas de golpe de Estado.
Sin descatar de ninguna manera el ansia occidental de intervenir, también en Rusia, esta acusación sirve sin duda a Putin para forzar un cierre de filas y atizar unos sentimientos que le resultan muy productivos en las urnas.
La Rusia del comienzo de milenio ha recuperado, también en el plano de la retórica, la contundencia de otros tiempos. El veto a la solución de la cuestión kosovar y la amenaza de retirarse de tratados de desarme totalmente asimétricos, en un momento en el que EEUU planea construir un escudo antimisiles en sus mismas fronteras, son prueba de ello. Contundencia internacional, mejora de la economía y reivindicación de una Rusia «a la rusa». Las tres patas del proyecto Putin.