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La educación en tiempo de ocio

Unas aulas en las que la experiencia es un grado

Las Aulas de la Experiencia enseñan que la edad no supone un problema para formarse, ni tampoco para divertirse. Por eso, desde hace unos años, centenares de personas mayores de 55 años pasan su tiempo libre en las aulas, en una actividad que en muchos casos confiesan que les ha cambiado la vida. Sin obligación ni exámenes que superar, aprender se convierte en objetivo y la curiosidad, en herramienta.

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Txotxe ANDUEZA

El ambiente que se vive en los pasillos de la Escuela Universitaria de Magisterio de Gasteiz que ocupan las personas que acuden a las Aulas de la Experiencia no es muy diferente al que puede verse en cualquier otro espacio universitario. El bullicio se adueña del entorno en cuanto terminan las clases. La mayoría se apresura a apurar su descanso en la cafetería o a alcanzar el exterior para fumarse un cigarrilo.

Todos son mayores de 55 años, en algún caso incluso rebasan con mucho los 80. Son personas con mucha experiencia, no sólo en las aulas, que en algunos casos también, sino en la vida. Son mujeres y hombres que han decidido afrontar la jubilación o la independencia de los hijos dando rienda suelta a sus inquietudes en torno a una actividad académica diseñada a su medida. Y el resultado, a primera vista, parece espectacular. Nada que ver con el aburrimiento ni con las obligaciones. La imagen está también lejos del estrés que se sufre en otros centros en épocas de exámenes. En estas aulas se respira ilusión, interés y curiosidad.

«He aprendido a ser más crítico»

Fernando Mendiguren es un alumno veterano. Entró en las Aulas en la segunda promoción, después de una jubilación prematura y para superar su «asignatura pendiente», ya que de joven no había podido estudiar lo que quería. «Ésta es mi ocasión de ir a la universidad», se dijo, y ahí continúa, después de seis años y de haber finalizado la carrera que este centro oferta.

Como la mayoría de los alumnos y alumnas de estos centros, cuando se le pregunta sobre la razón que le llevó a matricularse, Fernando no lo duda: «Yo me sentía con ganas y con ilusión de trabajar, de seguir activo». Y las Aulas le han servido de mucho: «Me han servido para situarme un poco en el tiempo, porque a mí, hablarme del siglo XV, del XIII... era como hablarme en chino. También me ha ayudado a reafirmarme en mis ideas. Y, en tercer lugar, me ha servido para ser más crítico». Un logro que considera importante, teniendo en cuenta que gran parte de su vida se desarrolló en pleno franquismo «diciendo todo el tiempo sí, amén... hasta que llega un momento en el que me digo que tengo que opinar por mí mismo».

Junto a Fernando está otro veterano, de la primera promoción de las Aulas en Gasteiz, Julio Agirre, que además es presidente de la Asociación de Alumnos y Ex Alumnos. En la valoración de su trayectoria, Julio destaca un montón de aspectos positivos. Se nota su satisfacción, no sólo por lo que la Universidad le ha ofrecido, sino también por el trabajo complementario que pueden realizar los alumnos y alumnas a través de la asociación que preside.

«Tenemos unos planes de estudio muy completos, muy variados», explica. «Cada cual ve sus preferencias, los temas que le interesan; si quieres haces trabajos; yo ahora estoy haciendo uno sobre el cambio climático y he hecho otro sobre los balleneros vascos». Y nos pone como ejemplo de esa variada oferta a un profesor de Derecho Romano que comparte con ellos esta improvisada tertulia. Él, como Julio, sólo tiene palabras de elogio, esta vez para los alumnos: «Entras al aula y recibes una atención que no recibes en ninguna otra clase. Aquí todo el mundo viene a aprender y a pasarlo bien».

Julio Agirre era ingeniero. Cuando dijo en su casa que se matriculaba en la universidad, su familia lo vio fenomenal, y es que «estaban un poco inquietos pensando qué iba a hacer cuando parase de trabajar».

Actualmente sólo va dos días a clase, pero su actividad en la asociación le lleva más tiempo, y se nota, por el contacto que mantiene con el resto de alumnos, a los que no deja de animar para que nos cuenten sus experiencias. Pero no hace falta. Y ésa es otra cosa que les diferencia de los alumnos jóvenes que pueblan las universidades. Están orgullosos de estar ahí, satisfechos con las clases y con las actividades culturales que realizan, y les gusta contarlo.

También escasea en este centro el absentismo, algo que tal vez pudiera extrañar por las responsabilidades que muchas de estas personas tienen en sus hogares, por los problemas de salud que se pueden imaginar por su edad o por el mero hecho de que nadie ni nada les obliga realmente a hacer el esfuerzo de acudir a clase. «Si tienes que hacer un viaje, lo haces; si tienes que cuidar de los nietos, te quedas sin venir -nos explica Julio-. Nadie te obliga, y los amigos o el profesor te pasan sin problemas los apuntes. Y, a pesar de todo, el porcentaje de asistencia a clase es muy alto». Esta actividad, nos confiesa, hace más fácil el tránsito de la vida laboral a la jubilación. «Y, además, puedes hacer cosas que nunca has podido mientras estabas trabajando», puntualiza.

«No me iba a quedar viendo el tomate»

Ricarda Romero es, quizás, la alumna que describe de forma más gráfica la razón por la que decidió matricularse en las Aulas de la Experiencia. «Tengo que cuidar de personas mayores en mi casa. Antes tenía dos, ahora sólo una. Además, mis hijos ya se hicieron mayores... y no me iba a quedar en casa viendo el tomate, eso lo tenía muy claro».

Antes de casarse tenía un trabajo asalariado, pero después se dedicó a su familia, aunque siempre ha sido una persona «con muchas inquietudes: me ha gustado mucho la literatura, he hecho deporte...». De hecho -y si bien asegura que las Aulas le han hecho una persona más independiente, «porque antes siempre estaba pendiente de los hijos, del marido...»-, confiesa que no recuerda qué le dijeron en casa cuando les habló de sus intenciones: «Es que en el fondo nunca he hecho mucho caso de lo que me dicen. Recuerdo que se extrañaron, y mucha gente preguntaba si me había apuntado porque tenía algún amigo o amiga». Pero no era así: «No conocía absolutamente a nadie -confirma-, me enteré de las Aulas por la radio y tuve clarísimo, enseguida, que aquélla era mi oportunidad».

Éste es el octavo año que Ricarda asiste a las clases que se imparten en el centro situado en la Escuela de Magisterio de Gasteiz. Ha terminado la carrera de Humanidades que en él se oferta, pero gracias a la actividad que organiza la asociación que agrupa a antiguos alumnos y a la buena disposición de la directora del centro para apoyar los nuevos proyectos que se le proponen, está participando en clases de música, más concretamente de ópera. «Estamos en unas clases fantásticas -afirma-; hemos dejado al pobre Wagner en esqueleto y ahora seguimos profundizando en la ópera.

El último de los alumnos con los que conversamos, de forma atropellada en un descanso entre clases que no quieren perderse de ninguna manera, es un novato en este mundo en el que la experiencia es más que un grado. Porque Luis Araiz se ha matriculado este año y lleva apenas un mes asistiendo a clase. Tiempo suficiente, al parecer, para empezar ya a imaginarse a sí mismo dentro de siete años como los compañeros con los que hemos tenido oportunidad de hablar.

Luis ve muchas ventajas en las Aulas de la Experiencia. Como en la mayoría de los casos, se ha embarcado en esta aventura con el objetivo de llenar un tiempo que no está dispuesto a perder: «Sé que mucha gente dice que vino aquí para aprender, y en parte es real, pero en mi caso, lo que más pesó en mi decisión era la necesidad de llenar estas horas de la tarde en las que antes, la mayoría de los días, me ponía a leer el periódico, y acababa echando la siesta. Tenía 61 años cuando se prejubiló, lleva ya cuatro sin trabajar, y entrar en las Aulas le ha dado la oportunidad de «contactar con un montón de gente que tiene las mismas inquietudes».

El fin marca la diferencia

Juncal Durand es la directora de las Aulas de la Experiencia de Araba. Dirige un equipo de cerca de setenta profesores y a un alumnado que se diferencia de los jóvenes que acuden a la enseñanza universitaria, sobre todo, «en el fin»: «Los alumnos jóvenes vienen a por un título que necesitan para entrar en el mercado de trabajo. Los mayores vienen a aprender por aprender, no les importa ni necesitan el título, lo que les interesa es que se les den buenas clases, que se preparen los temas, que se les dé material de apoyo...».

Esa motivación personal que no obedece a obligaciones ni objetivos profesionales ni laborales hace, en opinión de Durand, que estos alumnos «pregunten mucho, sean más participativos». Además, el absentismo es mínimo. De hecho, a pesar de que el 80% de la evaluación se hace por medio de la asistencia y se completa posteriormente con trabajos, apenas aparecen «no aptos» al final de cada curso. Entre los alumnos se da un reparto paritario entre sexos, un 5% son titulados universitarios superiores, y también hay amas de casa, personas que vienen de profesiones técnicas... No obstante, la directora Durand cree que tienen un denominador común: «Todos han tenido un interés por la cultura durante su vida, han viajado, han asistido a conciertos... han estado siempre interesados en aprender más».

Casi tan importante como la enseñanza reglada, la carrera de Humanidades de cuatro años, es la oferta que le rodea y que en el caso del centro de Gasteiz cuenta con la ventaja de estar integrada en un campus en el que se imparten carreras como Historia. Gracias a la «oferta a la carta», que permite a los alumnos prolongar su asistencia a clases eligiendo asignaturas que respondan a sus intereses, una buena parte de los alumnos y alumnas que finalizan la carrera continúan acudiendo y participando en las Aulas. En algunos casos, son actividades que organiza ACAEXA, la asociación de alumnos y ex alumnos, en colaboración con el centro.

En las Aulas, Juncal Durand imparte la asignatura de Ópera, en la que la teoría se complementa con audiciones en la ABAO. «En Teatro, por ejemplo, dan unas asignaturas previas: expresión corporal, expresión dramática y taller de teatro. Finalmente, preparan una obra», relata la directora de las Aulas en Gasteiz.

Esta oferta se complementa con un taller de prensa, que edita un periódico en cada uno de los cuatrimestres en los que se dividen los cursos.

REQUISITOS

Para entrar en las Aulas de la UPV es necesario no tener un trabajo remunerado y haber cumplido 55 años. En la UPNA, en cambio, es posible matricularse ya con 50 años. El límite superior no existe. Hay alumnos que hace tiempo superaron los 80 años.

TITULACIÓN

En las dos universidades públicas de Hego Euskal Herria se ofrece una titulación centrada en las Humanidades. Muchos alumnos provienen de profesiones técnicas, científicas... y buscan otro tipo de formación.

EVALUACIÓN

La titulación que otorgan las Aulas de la Experiencia se obtiene por el esfuerzo, la presencia, el interés, los trabajos... No hay exámenes. Y la mayoría de ellos pasa de un curso a otro sin dificultad. Aunque nada les obliga, sólo faltan por estricta necesidad.

Más de mil alumnos repartidos en cinco campus

La necesidad de crear esta oferta universitaria surge, en el ámbito europeo, en los años 90. Y a finales de esa década empieza a crearse un programa específico para mayores de 55 años, en el caso de la UPV, y de 50 en el de la UPNA.

En Nafarroa, las Aulas de la Experiencia están repartidas en los campus de Iruñea y Tutera. Este año se han matriculado 254 alumnos, repartidos en todos los cursos del Diploma de Humanidades y Ciencias Scoiales. El Vicerrectorado de Proyección Social y Cultural de la UPNA organiza este programa desde el curso 2001-2002, en Iruñea, y desde hace cuatro años en la capital ribera.

El plan de estudios impartido en las dos localidades ofrece «una formación generalista en Humanidades y Ciencias Sociales diseñada para adecuarse al perfil y circunstancias personales del público al que va dirigida». El pasado curso, 25 personas obtuvieron el diploma, al superar los cuatro cursos académicos de que consta este programa.

En Ipar Euskal Herria la Universidad no dispone de ningún programa de este tipo. Las personas que han alcanzado la edad de jubilación y quieren seguir formándose en las aulas sólo podrán asistir como oyentes libres a los cursos pertenecientes a la enseñanza universitaria reglada.

En Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, la UPV oferta las Aulas de la Experiencia, a las que este curso académico están asistiendo en torno a los mil alumnas y alumnos mayores de 55 años.

«Así como en otras universidades se ofertan programas más del tipo de extensión universitaria -nos comenta Juncal Durand, de las Aulas de Gasteiz-, en la UPV se propuso que fuera algo que se incluyera en la ordenación académica de la propia Universidad».

En los tres campus, la UPV oferta la titulación de Ciencias Humanas, a la que se une una oferta complementaria que varía de un campus a otro, en función de las posibilidades con que cuenta cada una de las Aulas.

En todos los casos, se completan todas las plazas disponibles, y en ocasiones se han desbordado esas plazas, lo que demuestra, en palabras de la directora del centro de Araba, que ésta era una oferta necesaria.

En Gipuzkoa y en Araba las Aulas están integradas en edificios del campus. En Bizkaia, sin embargo, desde el año 2000 ocupan la UPV/EHU-BBK Etxea, un edificio rehabilitado en pleno Casco Viejo de Bilbo.

Y para quienes ya han finalizado los cuatro cursos en que actualmente se divide el programa de estudios para obtener el diploma de Humanidades, la asociación de alumnos y ex alumnos se preocupa de prolongar la posibilidad de asistencia a actividades formativas y culturales, programando, «bajo su propia iniciativa y responsabilidad», una serie de actividades académicas que se prolongan a lo largo de todo el año escolar.     T.A.

PROFESORADO

De los 70 profesores que imparten sus clases en las Aulas de Araba, en torno al 80% compatibiliza esta labor con la que llevan cabo en otros ámbitos de la UPV. El resto se completa con expertos o profesionales de prestigio en alguna materia.

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