Resucita el mito de «el Dorado» y con ello el temor de los nativos
El centro arqueológico La Joya, oculto en las cumbres boscosas del norte del Perú, está protegido desde hace siglos por los nativos. Ahora la comunidad ha decidido confesar la existencia de más de 30 ciudadelas donde prima el oro, con motivo de conservar el lugar. Y es que los saqueadores merodeaban desde hace tiempo en busca de «El Dorado».
Esther REBOLLO
La historiadora Maritza Villavicencio fue la persona elegida hace dos años por una comunidad indígena de la selva amazónica del Perú para dar cuenta de una zona arqueológica muy rica en oro que se desconocía hasta el momento; si bien los saqueadores sospechaban ya de su existencia. Con la intención de conservar el lugar intacto, y ante la cada vez mayor presencia de buscadores de oro, los nativos han pedido ayuda a la historiadora peruana para que mantenga intacto el lugar, y en ese menester está Villavicencio a día de hoy.
Tras dos años de investigaciones, el pasado mes de noviembre, Villavicencio, acompañada por el arqueólogo Wilmer Mondragón, dispusieron rumbo al lugar. La Joya, que se encuentra en el distrito de Chuquibamba, en la incomunicada provincia peruana de Chachapoyas, es realmente un lugar de difícil acceso, lo que supuso un costoso viaje.
Sin embargo, tanto la historiadora como el arqueólogo, coincidieron en resaltar «que el esfuerzo mereció la pena». Y es que para llegar, los expedicionarios tomaron un vuelo desde Lima a Chiclayo, luego viajaron durante quince horas por carretera, otras siete horas a caballo y otras tantas a pie hasta alcanzar las cumbres donde se encuentran estos tesoros, entre la maleza de la selva amazónica y a más de 3.600 metros sobre el nivel del mar.
Finalmente llegaron y allí dieron cuenta de
la existencia de al menos treinta ciudadelas con construcciones chachapoyas (circulares) e incas (rectangulares) que datarían de entre los años 1.200 y 1.400; además de enterramientos intactos y andénes únicos en Perú.
«Lo más sorprendente fue comprobar que hay grandes vetas de oro», según explicó Villavicencio.
«Se ha despertado el mito de `El Dorado' por la cantidad de oro que a simple vista se ve, y no sólo por lo que ya fue extraído y saqueado por escrupulosos saqueadores, sino por las vetas de oro», agregó al regreso de su largo y complejo viaje. La historiadora insistió en que «por su monumentalidad y magnitud podría ser comparable, sino superior, a Machu Picchu ».
Durante casi dos semanas, la expedición recorrió parte del centro arqueológico. «Sólo un 10% de toda la maravilla y monumentalidad que hay», según le reveló el líder comunal y quien le sirvió de guía, Segundo Vega Rojas. Primeramente visitaron la Torrera, una fortaleza con una extensión de unas diez hectáreas. El siguiente destino fue Chanchillo, un supuesto cementerio de unas seis hectáreas con grandes farallones que incluyen construcciones adosadas a las rocas, además de nichos sellados.
Por último, el equipo visitó Los Gentiles, posibles centros administrativos u oráculos. El complejo se encuentra por encima de los 3.600 metros y en las faldas de las montañas hay una sucesión de andénes, «únicos en Perú», así como socavones de oro, que por su disposición se entiende que se usaron técnicas mineras incas al haber lavaderos de oro. Ese lugar fue habitado por los chachapoyas, cuyo esplendor se extendió entre los años 700 y 1.500. Fue un pueblo guerrero que se defendió de la invasión inca, pero, como el resto de civilizaciones pre-incaicas, finalmente cayó en manos del imperio cuzqueño hasta la llegada de los españoles. Ahora el desafío es investigar y proteger. Para ello la historiadora ha presentado al Instituto Nacional de Cultura, en nombre de la comunidad nativa, una solicitud para catalogar la zona. «El riesgo es permanente tanto haciéndolo público como manteniéndolo en reserva», incidió la peruana.