Manuel F. Trillo Profesor
A los españolistas
Con gran disgusto de algunos, y regocijo de otros -los equivocados-, recibirán esta noticia: soy español. Soy español como soy europeo, y como mientras escribía este artículo se celebraba el referéndum en Venezuela, también soy venezolano. También soy saharaui del Río de Oro, y para qué decir, también norteamericano como lo es Noam Chomsky. Por lo que ser español es ser vasco y navarro, y catalán, pero lo que no soy es españolista. De ningún modo a estas horas vendré a defender como hicieron en el pasado los obligados por leva a defender la plaza de Melilla, donde el cantar dice que «hay una fuente que mana sangre de los españoles que murieron por España». Luego supimos que murieron inútilmente. Que el cabo Noval -asturiano y ebanista- murió en 1909 en la guerra del Rif y de nada sirvió su sangre. Que en 1957 hubo una guerra en Africa defendiendo Sidi Ifni, y ahora no es España. Que más atrás murieron en Filipinas, y los llamaron los últimos. Que Cascorro era un españolista estúpido que no sabía que Cuba estaba destinada a independizarse, pero su lata de petróleo y la mucha testosterona le llevaron a la muerte. Como esos guardias civiles que persiguen independentistas vascos que no cejan en la lucha por la independencia de su país y que pasando un siglo se verá que su sangre era moneda de cambio para los «romanones» de turno. Cascorros son los guardias civiles que envían a las Landas para que miren, observen y espíen a los que como cubanos en 1898 entregan vida, hacienda y futuro.
Españolistas, nunca os resignaréis, jamás dejaréis de ver que sois los perdedores de la historia. Habéis ido perdiendo toda la América Latina, y vuestro maestro estúpido, que aún cree que es Fernando VII -que lleva en los genes el desplante a los indios y negroides- gritando que se callen por eso, «porque les salen de los reales cojones». Ahora resulta que tendrá que pedir disculpas el Borbón, y deberá hacerlo en público, porque ya lo ha hecho en privado, y los borbones serán lo que siempre han sido: los cobardes usurpadores de las Españas desde que Carlos II -el maloliente, llamado por sus amigos el embrujado- fuera tan estéril como necio. Descendientes de Felipe de Anjou, un miserable que no tenía predicamento alguno en Versalles, ponen sus genes en la jefatura del Estado español, y se consideran legítimos poseedores de tal magistratura. Esto, si no fuera real, sería un cuento para contar a mi hija Telva: «Erase una vez un país en que un rey maloliente y embrujado murió sin hijos, y vinieron a reinar una familia procedente de Francia, a la que hoy nadie admira, pero que en España, son considerados como familia divina y real, a cuyos hijos se les trata como descendientes del Dios Sol...» Mi hija Telva, con sólo 5 años, se ríe, y dice: «sigue el cuento». (Le contaré que una de las borbonas se ha separado de un marichalar, y que ya te tiene un pisito por el módico precio de 4.000 euros al mes en el centro de Madrid, y que como no tiene ni oficio ni beneficio, corre su alquiler a costa del erario público, es decir que le pagamos entre todos el pisito a la borbona). Pero eso se lo contaré al final del cuento, para que no se desespere mientras dura su infancia.
Españolistas, sois los enemigos de España.
Salieron en Catalunya medio millón de personas para decir «somos una nación», y a fe mía que son una nación porque muchos son los elementos que lo avalan, pero más aún cuando vemos que Kosovo será nación y nadie podrá impedirlo (ni Solana, alias «daños colaterales»). Es más esperpéntico el asunto cuando resulta que el joven terrorista Hashim Thaci -ahora libertador de Kosovo-, del UCK, gana las últimas elecciones. (El UCK aparece en 1996, actúan como un grupo terrorista y realizan atentados con resultado de muerte. En septiembre de 1997, hizo su demostración más espectacular: en sólo cuatro horas llevó a cabo diez acciones coordinadas en un radio de 150 kilómetros contra cuarteles y vehículos de la policía serbia. Durante mucho tiempo nadie tenía claro quiénes y cuántos eran, ni cómo se formó. Cientos, miles de muertos en su particular cuenta. Su gran triunfo fue cuando se les admitió como interlocutores en las conversaciones de Rambouillet al lado de Rugova). Kosovo será independiente como país, pese a quien pese, porque la sangre avala su independencia. Así fue en Croacia y Bosnia-Herzegovina. Así será.
Los muertos del UCK dan carta de naturaleza a un nuevo país: Kosovo. Para ello hicieron falta miles de muertos. Parece que siempre los muertos son los que consiguen los objetivos; baste ver que también fueron necesarios más de 3.600 muertos en Irlanda del Norte para llegar a un acuerdo político; cuántos, decidme, ¿cuántos muertos fueron necesarios en la Sudáfrica de Mandela? Al final del recorrido siempre hay pacto político, y los muertos y los torturados y los presos son simples monedas de cambio y «pagadores» en ese afán por la independencia de un país. Con su sufrimiento se negocia.
Españolistas: habéis perdido todos los territorios que eran España «una, grande y libre». Hasta los franquistas entregaron territorios que se consideraban unidos a la España que era una «unidad de destino en lo universal». Los españolistas siempre rendisteis a España, porque para vosotros España es una finca. Vuestro patriotismo pasa por la evasión de capitales, los fusilamientos en las tapias de los cementerios, y los exabruptos borbónicos. Un patriotismo de testosterona y de intereses bastardos. Los datos están ahí, son abrumadores, y son la carga de la prueba contra ese nacionalismo que no tuvisteis reparo en reconocer en el último enfrentamiento militar dándoos el nombre de los «nacionales» (los demás eran extranjeros, claro).
Españolistas: ETA seguirá en su afán por conseguir la territorialidad y autodeterminación de Euskal Herria. No menciono, no es relevante, a la inmensa mayoría de los pobladores de ese territorio. Nada les diferencia del UCK en cuanto a la pretensión de hacer de Kosovo (perdón, de Euskal Herria) un país independiente. Y yo que soy español y europeo -y venezolano-, desearía que los vascones y los portugueses y el resto de los pueblos de la península ibérica conformáramos una confederación de estados. Para eso es preciso salir del paleolítico y avanzar al menos hasta el estadio de la racionalidad.
Españolistas refugiados en el nacionalcatolicismo y en el franquismo de los que renunciaron a ser España en otros territorios (cuánto respeto se tendría a España si no hubiera sido gobernada por una pandilla de cafres durante los últimos decenios); españolistas que os refugiáis en un partido «socialista» centralista y depredador (baste ver a Maragall marchando el 1 de diciembre de 2007 bajo la bandera de «somos una nación»); españolistas de la izquierda domesticada y perruna que militáis en los aledaños del partido comunista; todos, todos vosotros, nunca podréis detener a quienes tienen la determinación de ser lo que son. No hay cárceles que encarcelen la voluntad, la identidad, y el ser de quien quiere ser.
Españolistas: abandonad España y buscad otro lugar donde podáis ser como sois, pues deberéis saber que no pasando mucho tiempo se os verá tan retrógrados como a los Trastámara, y tan sanguinarios como a Fernando VII y sus lacayos. Por eso, sujetos como Gustavo Bueno y su Fundación para la Defensa de la Nación Española, que es un parapeto carpetovetónico, pretenden relegarnos a los tiempos de Carlos IV. Quienes defienden su identidad son; los españolistas sólo estáis. Sois la peste de España, y sus defenestradores.
«Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón y ser derrotado, golpeado, que la fuerza puede destruir el alma, y que a veces el coraje no obtiene recompensa» (Albert Camus).
Y para finalizar, ahí está Blas de Otero, tan vasco como yo y tan español como yo vasco: «España camisa blanca de mi esperanza/ reseca historia que nos abraza/ con acercarse solo a mirarla/ paloma buscando cielos más estrellados/ donde entendernos sin destrozarnos/ donde sentarnos y descansar».
Aunque es menester decir adiós como lo dijo Joan Maragall (en catalán, pero que lo traduzco para que los castellanos lo entiendan): «¿Dónde estás, España, dónde que no te veo?/ ¿No oyes mi voz atronadora?/ ¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla?/ ¿A tus hijos no sabes ya entender?/ ¡Adiós, España!».
Cuando resuenan los disparos en Las Landas, y cuando uno ve presos a los vascos por el hecho de ser vascos, no podemos menos que pensar que España ha sido la criada de los señoritos que aún piensan que es su propiedad y su hacienda personal.