Jóse Luis Orella Únzue catedrático senior de universidad
La jubilación y la vejez
La Ley de la Jubilación: El 22 de noviembre del 2007 el Congreso de los Diputados español aprobaba una ley que incentiva el retraso de la jubilación. Según esta nueva ley, que reforma la anterior Ley de la Seguridad Social y que entrará en vigor a principios del año 2008, las personas que alarguen su vida laboral más allá de los 65 años tendrán derecho a una pensión mayor. Por cada año adicional de trabajo y cotización a la seguridad social, la pensión se incrementará en un 2 % anual. Más aún, cuando se acrediten más de 40 años de cotización, el aumento será de un 3 % anual. En caso de que se supere la pensión máxima, el incentivo se establecerá en función de los años cotizados. También las empresas que mantengan estos puestos de trabajo tendrán un incentivo económico.
La ley, tal como está proyectada, tiene un tinte economicista pero poco humanista. Siendo así que esta ley se prestaba a hacer un planteamiento sobre el papel de los ancianos en la civilización actual. Porque nos podemos preguntar en qué situación humana, social y laboral quedan estas clases pasivas al recibir su pensión.
En efecto, tras la jubilación los «mayores», además de buscar merecidos campos de entretenimiento y ocio, son miembros de una familia, poseen un papel político que siguen ejerciendo con su voto, siguen teniendo unos objetivos sociales y una capacidad de trabajo, económicamente rentable. Estudiemos estos aspectos.
Personas: Los ancianos, aunque dejen de tener fuerza física o representación laboral, no dejan de ser personas y como tales deben ser considerados. Los viejos tienen derecho a su integridad personal; sin embargo, así como hay un gran porcentaje de maltrato infantil, del mismo modo lo hay con respecto a los ancianos. Estos tienen derecho al desarrollo de su afectividad porque tienen unas tendencias afectivas y unas necesidades sexuales que deben desarrollar. La cultura y los medios de comunicación sólo tratan, por lo general, del amor joven. Pero el afecto sexual crece y se desarrolla en cualquier etapa de la vida. Existen relaciones afectivas que se desarrollan aun entre pacientes de alzheimer. Y el deseo de intimidad pervive incluso cuando la demencia roba muchas otras cosas. Los ancianos tienen más tiempo y, por lo tanto, desarrollan el afecto y aman más tiempo. Es hora de borrar de nuestra literatura la obsesión por el viejo verde o la vieja bruja lasciva. La psicóloga Mery Pipher concluye afirmando que el amor joven consiste en querer ser feliz, mientras que el amor en la vejez consiste en querer que la otra persona sea feliz.
Miembros de una familia: En la historia anterior a la revolución industrial, los abuelos gozaban de un protagonismo decisorio en la marcha y evolución de la familia. En nuestro mundo su función familiar ha quedado reducida a la labor subsidiaria en el cuidado puntual o estable de los nietos en edad infantil, pero no tanto de su educación durante la pubertad o juventud. Sin embargo, dentro de la vida cotidiana familiar, los abuelos aún conservan su capacidad económica proveniente de su patrimonio, de sus ahorros o de su pensión para hacerse valer en sus preferencias, decisiones y/o caprichos.
Ciudadanos: Los «mayores» tienen como su gran reserva personal el tiempo y, con el mismo tiempo, el desarrollo de grandes parcelas de libertad. Sin embargo, su tiempo viene a ser considerado por la sociedad como una herramienta sin sentido. Es por ello que a los ancianos se les hace esperar en los médicos y en los medios sociales. Si el público es de mayores se tiene menor consideración a la impuntualidad en las reuniones, conferencias y claustros a los que asisten. Sin embargo, el gran tesoro que los ancianos pueden administrar a su antojo es el tiempo. Tiempo que no es objeto de transacción ni de despojo ni de desprecio.
Por otra parte, los viejos, como ciudadanos que son, conservan su capacidad política de votar. Conforman un colectivo cada vez más numeroso que puede inclinar con sus votos al triunfo o a la derrota de un referéndum, de un proyecto o de un partido.
Sujetos de actuación social: Los ancianos participan en obras sociales y en organizaciones no gubernamentales, prestando atención voluntaria a grupos sociales desfavorecidos o necesitados, en la prevención de la delincuencia y la drogadicción, en la integración de discapacitados o como acompañantes de personas en soledad.
Asesoran con la experiencia ejercida durante sus años de trabajo laboral en la toma de decisiones estratégicas de nuevas empresas, comenzando por valorar el significado nuevo del negocio (para qué sirve), el impacto social que genera o la compensación económica esperada. Igualmente asesoran en la elección de fórmulas con las que humanizar el trabajo de una empresa. Aportan reflexiones estratégicas para personas individuales o microempresas metidas en inflexión de rentabilidad por causa del estrés o de la hiperactividad. Aconsejan sobre la sostenibilidad de un negocio, sobre la oportunidad de su instalación urbana, o asesoran sobre la creación de nuevas empresas o fundaciones.
Sus consejos pueden orientar a la excelencia en la sostenibilidad, a la reducción de índices de siniestralidad, al apoyo a los colectivos más necesitados, a la coordinación de servicios de las distitnas ONG o de las obras sociales, tanto de entidades públicas como privadas. Igualmente, impulsan el nacimiento de la conciencia social en las empresas para que faciliten a sus empleados el que puedan dar un mes de su trabajo (no de sus vacaciones ni con descuento de su sueldo) en el ejercicio de proyectos humanitarios, dando lugar a los empleados solidarios.
Trabajo económicamente rentable: Los «mayores» también son capaces de realizar trabajos por medio de contrato de obra o de servicio. Los trabajos a los que los ancianos podrán acceder son aquellos incluidos en la fórmula del teletrabajo, que tengan como herramienta el teléfono móvil, el ordenador o Internet. Igualmente, podrán ser empresarios autónomos o crear microempresas, trabajar en gestorías en funciones de asesoramiento o de contratación de seguros. Podrán ejercer como traductores, redactores creativos, abogados, consultores, profesores o responsables comerciales. Podrán ejercer la prospección y la captación de clientes, analizar carteras de fondos de inversión o de pensiones, actuar como guías urbanos, como agentes telefónicos de los muchos teléfonos sociales que existen y se deben implantar en beneficio de los inmigrantes, de los perseguidos y de otras clases sociales necesitadas. Podrán, en fin, vender sus conocimientos como conferenciantes dando charlas sobre responsabilidad social corporativa o como contertulios.
Pero ¿hasta cuándo serán capaces los ancianos de amar, de enamorarse, de realizar estos objetivos sociales y estos contratos de obra? Hasta que la salud se lo permita. Hasta que la familia valore la capacidad de cada uno de sus miembros.
Porque aunque sea verdad que es la propia conciencia individual el último criterio de legitimidad, en todo ejercicio del derecho debe ser la familia el referente y la que, en última instancia, decide la valoración ética del derecho ejercido por cada uno de sus miembros. Como hemos visto en otras ocasiones, la ética de la gestación humana o del aborto, del comienzo del trabajo o del paro, del tratamiento de una enfermedad grave, lo mismo que del divorcio o del suicidio es la familia.
Porque ¿puede una mujer abortar éticamente, si mira únicamente su propio interés sin calibrar familiarmente el impacto de este paso dado? ¿Puede una persona optar por finalizar su vida o suicidarse, aun sufriendo una enfermedad terminal, sin contar con su familia? Tanto para acoger al nasciturus, como para orientar la educación del niño, introducir en el ámbito laboral al adolescente o amparar el término del trabajo del parado o del jubilado, es decir, en éstas y en otras muchas facetas del desarrollo vital, la libertad individual no queda perfectamente desarrollada ni cualificada éticamente, si no viene arropada en el ámbito familiar.