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crónica | sao tomé, entre la pobreza y los vaivenes políticos

Mensaje desde una isla convertida, por intereses, en un «país fracasado»

No es y nunca fue Sao tomé una isla paradisíaca. Es una isla perdida -por intereses convertida en «país fracasado»- desde cuya orilla los desterrados, de vez en cuando, lanzan al mar mensajes en una botella, relatos, como éste, donde el grito del deportado, como un silbido, contraviene la marea del olvido.

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Alfonso ETXEGARAI

El tono de las fofocas y de los análisis políticos crecía a medida que se acercaba el fin de semana. Algunos pensaban en lo peor: posibles sobresaltos protagonizados por las acciones de los ninja o las reacciones musculosas del Gobierno... Entre los «populares» se hacían quinielas para ver si esta vez el brazo de hierro se quebraba por alguna de las partes, si se partían los espejos y sobraba algo para recoger y sobrevivir, unos meses más, a la crisis producida por la subida de los precios.

Algunos habían comenzado a cocinar la banana con falsa mantequilla, pero la comida sabía a demonios. Los pobres siempre sueñan con cambios radicales, aunque la mayoría de las veces es sólo soñar y dejarse manipular.

Por su lado, los ninja y el Gobierno, unos y otros, con más legitimidad pero menos tacto político los segundos, buscaban soluciones dándose las espaldas. El presidente interino de la Asamblea Nacional, representante de la mediación que había conseguido llevar el conflicto a la vía de diálogo, ni se enteraba de la fiesta, y el poder no estaba por enseñarle las cartas, como tampoco estaba por abrir el juego a la oposición.

Otra amenaza, la de la lluvia, también viajaba de sur a norte, del Ilhéu das Rolas hacia Guadalupe, como queriendo intervenir para calmar los ánimos encrespados de los que hacían cábalas. La lluvia milagrera de otras veces.

En todos los cantinhos, bares de la noche y recovecos, se susurraban historias a baja voz, pendientes de si algún extraño se había sentado en la mesa contigua. Con el ambiente caldeado, más de uno se preguntaba por el silencio del Gobierno, si no estaría preparando un «golpe de mano». Todo anunciaba una nueva crisis entre los ninja y el Gobierno. Ya no sabíamos si el acuerdo subscrito entre ambos, con mediación del Presidente de la Asamblea Nacional, conseguiría resolver los problemas sin que pasasen a los «planes B» u operaciones armadas.

Lenin Oil, vuelto de las catacumbas para saborear un petisco de búzio en la terraza del Papagayo, me espetó perplejo: «Querido amigo Viajero, lo peor es que unos y otros dejan que las cosas se vayan pudriendo... Prefieren los silencios y el juego con ventajas para ganar al adversario, y ahí todo el mundo trata de pescar, el poder y la oposición. No se sabe si es negligencia o impotencia». No le faltaba razón. Estos asuntos no hay que dejar que den tumbos por las calles, piruetas políticas en las bocas de los fofoqueros o argumentos fantasiosos en los que almacenan armas de guerra y ven demonios y complots en los debates acalorados de las tertulias de los bares.

Siempre hay interesados en transformar la tierra saotomense, desde Pagué a Caué, en «país fracasado». Lo sano es llevar estos asuntos a las instituciones públicas, a las comisiones de resolución, a los conse- jos de Estado, a la radio nacional o a los telejornais de las veinte horas tan vacíos de noticias y tan llenos de santos y procesiones... Llevar al conocimiento del Pueblo antes del partido de fútbol del Benfica o del enésimo capítulo de la telenovela Paraíso Tropical, en la «hora punta» y no en la «hora muerta».

A falta de cines y teatros, el sábado a la noche del día 3 de noviembre era momento para discotecas o sacóde poera en algún terraço donde tocaba Sangazuza. Los bolsillos no daban para grandes salidas nocturnas, comilonas en El Pirata o asados de pescado en Casa Nanda.

Mientras tanto, en el ambiente castrense del Cuartel del Morro, discretamente y algo nerviosos, un grupo de oficiales ultimaba los preparativos de la «Operación S» bajo la batuta de Manpachi. El Gobierno y la Presidencia habían firmado secretamente el documento que daba luz verde para utilizar el Ejército.

Los sorprendidos y ridiculizados serían los mitificados miembros del cuerpo de Intervención Rápida, los ninja. El teatro de operaciones: el Comando de la Policía Nacional, varias veces tomado bajo las armas por los ninja. Reponer la autoridad de Estado... Reorganizar la Policía... Restablecer el orden jerárquico de los verdaderos mandos... Hacer fuerte al Gobierno, ante tanta crítica de incompetencia...

Todos esos argumentos constituían un poco de verdad del fondo del problema, pero también los deseos de venganza contra aquellos atrevidos jóvenes ninja que cometieron la osadía de poner en jaque la sacrosanta imagen del Gobierno. El poder tenía hambre de los ninja y de la oposición.

Hacía semanas que el ministro de Defensa había optado por mezclar públicamente siglas de partidos, ninjas, robos, papeles oficiales o confidenciales fuera de contexto... y sabía que el Comando de la Policía Nacional, custodiado por apenas unos guardas, no supondría un problema para el asalto de las tanquetas y los soldados.

«Golpe de mano» o no, simbólicamente el «asalto» era perfecto para ganar puntos a la oposición política y blindar el Gobierno frente a las críticas de septiembre del propio Presidente de la República. «Se acabarían los diálogos y los acuerdos bajo presión; se acabarían las afrentas... Se callarían las voces de los que denunciaban graves asuntos de corrupción del súper ministro de Obras Públicas...», pensaban esa noche los elefantes blancos de la coalición en el poder.

«Se impondría la cerrazón, se encubrirían los errores del Gobierno y se cortaría la hierba bajo los pies del presidente de la República», pensaría Oil.

La discoteca estaba animada. Saotomenses y extranjeros formaban grupitos donde se bailaba, se hablaba de fútbol y se tramaban sueños y proyectos para la mañana siguiente, como si el futuro fuera apenas el «día a día». En una esquina, sin embargo, bajo los destellos de las luces y el zum-zum de la música africana, la noche encantada de los sábados no sólo apuntaba para amores y juegos de placer inmediatos. También envolvía las ilusiones y miedos del joven ninja Wilson Quaresma, líder forzado de una reivindicación corporativista y ejemplo de rebeldía en una sociedad donde muchos intelectuales dormían a la sombra del poder, los jóvenes sesteaban frustrados a la espera de alguna oportunidad y los niños de los barrios imitaban con espadas de palo al Zorro de la telenovela «Globo''.

Cuando la orden de arrancar dada por Manpachi disparó la adrenalina de los militares, nadie circulaba por la Marginal 12 de Julio. Las calles estaban desiertas y en silencio. En las ruinas de Feira do Ponto, en plena ciudad, algún mendigo procuraba sitio para recostarse en medio de ratas y escombros.

Los que en casa trataban de entrar en internet o hacer una llamada con el portable, quizá para enviar un mensaje a alguien en el extranjero o para marcar un encuentro bajo las estrellas, se encontraron, de repente, incomunicados. Las líneas se habían cortado. Todas las líneas, algo que nunca había ocurrido en el pequeño país, ni en tiempos de partido único. Perplejos, algunos se preguntaron si habían o no pagado la última factura a la compañía de telecomunicaciones CST.

En los alrededores de Boca Louca, junto al Comando de la Policía Nacional, los pocos amantes de la noche se quedaron pasmados cuando vieron aparecer las tanquetas del Ejército y los soldados. La alarma cundió también en la discoteca, al entrar los soldados fuertemente armados; un pequeño revuelo y, en segundos, todos comprendieron que venían a por el líder de los ninja. El joven Wilson no tardó en asumir su situación y levantó los brazos, entregándose sin ofrecer resistencia, convencido de que su causa era justa. Mientras le esposaban, Wilson repitió para sus adentros la información que les había dejado caer por la tarde el ministro de Defensa y Orden Interna: «Tudo esta no bom caminho... Tudo esta no bom caminho». Una artimaña para los juegos sin reglas, claro.

La operación de toma del Comando obedeció a las previsiones y a las informaciones que Manpachi tenía del propio interior del mismo. La tanqueta derrumbó el portón sin resistencia y los soldados encontraron unos pocos policías y ninjas durmiendo, tomando o fumando. Por los medios de comunicación propios del Ejérci- to corrieron rápido las informaciones: Operación de toma del Comando con éxito... Detenciones de los cabecillas de los ninja, en discotecas y casas privadas con éxito...

Los diplomatas fueron avisados de madrugada de la operación, para no alarmarse. A los detenidos se les llevaba al Cuartel del Morro y se les vestía de soldados, como el manual de las «guerras modernas» recomienda. La red telefónica nacional funcionaba nuevamente, ¡qué coincidencia! El día clareaba y Lenin Oil y el Viajero se despedían sin saber lo que había sucedido.

Con los nuevos rayos de sol, las noticias corrieron por la ciudad y sus barrios, pero ni todo el mundo se alarmó. Los más curiosos batieron palmas en el quintal de algún amigo y salieron hacia el Comando de la Policía Nacional, bajando a pie desde Ribóque, Oque del Rei, Fruta-Fruta, Madre-Deus y otras zonas cercanas. Ya bien avanzada la mañana del domingo día 4 de noviembre, con «todo controlado» pero sin la operación llegar a su fin -faltaba la llegada del presidente de la República y el primer ministro al Comando de la Policía Nacional- para la televisión saotomense filmar el acto y marcar simbólicamente la «reconquista» y la solidaridad entre las dos instituciones.

Las barreras que impedían el acceso al escenario se encontraron con un imprevisto: algunos ninjas, de civil y desarmados, se habían acercado al local para saber lo que había sucedido y cuál era la suerte de sus compañeros. Cacheos, forcejeos, insultos y nervios se juntaron adueñándose del escenario y «poniendo en riesgo» la seguridad para la llegada de los jefes de Gobierno y Estado.

Algunos militares, fuertemente armados, y con todo a su favor, no supieron gestionar aquellos segundos de confusión. Surgieron los disparos y Cesaltina, ninja que se había acercado para obtener esclarecimientos sobre el comunicado del Ministerio de Defensa caía muerta por los disparos a quemarropa de una joven soldado. Qué mala pata para los destinos de ambas, para los sueños de ambas. Qué mala pata para los tres hijos de Cesaltina, o de su compañero ninja que también había sido baleado. «Qué mala pata para la historia del país», escribía entre nubes Lenin Oil. Qué mala pata para el «golpe de mano» que el Gobierno quería dar.

La balacera se escuchó en toda la ciudad, luego el silencio. Más allá, junto al bar Carvalho, la panadería Moderna o la plaza de taxis, se formaban grupitos con la gente que había sido expulsada de las inmediaciones del Comando. Algunos relatando con rabia y emoción los hechos. Más acá se desplegaban nuevas fuerzas militares para cerrar calles. Pero ni todo el mundo sabía lo que había sucedido, y la radio nacional pasaba solamente música y anuncios, repitiendo el comunicado que intimidaba a los ninja a entregar los equipamientos.

Los que querían saber detalles recurrían a agencias extranjeras o contactos en el exterior, pero de allí venían informaciones confusas de enfrentamientos entre el Ejército y los ninja para adueñarse del Comando, como si éste estuviera en manos de los segundos. La hora de la balacera y la muerte de Cesaltina se confundía también con la hora y el momento de la toma del Comando. «Todo un cúmulo de despropósitos que el Gobierno no supo prever, obsesionado como estaba en que el golpe de mano se transformase en un cierre de filas contra la oposición política», escribía Lenin Oil en el resquicio que todavía dejaban las nubes del cielo saotomense.

Por la noche, en el noticiario del telejornal, pasaron unas imágenes inesperadas: la joven Cesaltina desarmada, de camiseta y pantalón de calle, primero caminando y después tendida en el suelo antes de que los soldados en medio de la balacera la cargaran en una carrinha, como se cargan los muertos en las guerras de los pobres. Todo el mundo lo vio y los planes del «golpe de mano» de cerrar filas en la coalición que sustentaba el poder y el equilibrio entre el Gobierno y la Presidencia se desmoronaron sin su imagen simbólica, la de las máximas autoridades entrando en el Comando trajeadas para la ocasión.

Días más tarde, en un escenario con un sol radiante que entraba por altas ventanas suspendidas en el aire mágicamente, sin paredes ni tejado, se proyectaban los rayos sobre dos trajes de ceremonia descansando sobre sendos valet. A su vuelta, figuras con capas negras y máscaras de actores de la actualidad política saotomense danzaban al son de flautas, como en el Tchilolí tradicional.

Vestido de bobo, Lenin Oil escribía a colores sobre los rayos: «Otra vez el sistema político en cuestión..» Del fondo, una voz en off surgía trascendental: «Infelizmente isto não debería ter acontecido, mas enfim que sirva de lição para que no seio de uma população tranquila como a nossa não volte a acontecer...» Era la voz del presidente de la República.

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