Jesus Valencia Educador Social
¿Brindaremos esta noche?
Los militantes vascos no duermen solos; comparten sueños con los zapatistas, con los indígenas bolivianos, con los antiimperialistas iraquíes, los palestinos, los bolivarianos de Venezuela, los mapuches... ¿cómo encerrar a tanta gente en tan angosto cuchitril?
He aquí un nuevo 24 de diciembre cargado de paradojas. Celebraremos el nacimiento de un pobre derrochando consumismo; invocaremos la paz arrinconando la justicia; nos propondrán regocijo a unos corazones golpeados. ¿Es posible la alegría cuando tantos amigos y familiares son arrastrados a las cárceles del imperio? 24 de diciembre crudo que nos plantea un crudo dilema: ¿brindaremos o no brindaremos esta noche?
Quienes sufren la dispersión intentarán atisbar desde algún mugriento ventanuco los destellos de su querida Euskal Herria. Su nostalgia no se vería atenuada si nos imaginaran arrinconados y hundidos, masticando ausencias en lugar de turrones y escanciando lágrimas en nuestras copas vacías. Los presos y, lo que es peor, sus raptores, llegarían a la conclusión de que hemos sido derrotados. No es nuestro caso, para alegría de los primeros y decepción de los segundos. Comenzaremos la noche dando la bienvenida al supuesto carbonero mofletudo y bonachón. Cantaremos canciones propias de nuestra tierra acompañadas por instrumentos ancestrales. Por unas horas, y en incontables rincones, nuestra lengua y nuestras ilusiones recuperarán su entidad. Las atenciones al generoso visitante no han de ser pretexto para ignorar a los ausentes. Nosotros no necesitamos dar la espalda al sufrimiento para poder festejar. Más bien, lo contrario; el recuerdo a los presos suele ser elemento ineludible en nuestras fiestas. Nuestro estilo es diferente y nuestra celebración de esta noche también lo será. Saldremos a la calle sin ostentación ni vergüenza; no somos ni plañideras ni conejillos asustados. Nos haremos presentes con la dignidad que nos caracteriza y, con esa misma dignidad, exhibiremos el rostro de nuestros represaliados. El calor correrá a cargo de los corazones, el mejor tabardo con el que afrontar las inclemencias invernales. Levantaremos en una mano la banderola de la repatriación y en la otra, con un poco de suerte, algún jarrillo de vino caliente, tan propio de estas efemérides. Brindaremos, ya lo creo que brindaremos. Y nuestro brindis, cargado de intensos deseos, será uno de los más auténticos y sinceros que puedan escucharse.
A esa misma hora, los tristes carceleros ejecutarán la triste labor de encerrar a los presos en sus respectivas celdas. Tarea ruin y, en el caso de los nuestros, imposible. Los militantes vascos no duermen solos; comparten sueños con los zapatistas, con los indígenas bolivianos, con los antiimperialistas iraquíes, los palestinos, los bolivarianos de Venezuela, los mapuches... ¿cómo encerrar a tanta gente en tan angosto cuchitril? Cuando se haya apagado el ruido metálico de los cerrojos, se hará silencio. En aquel silencio, largo como las mismas galerías penitenciarias, comenzará a escucharse una tonadilla conmovedora y familiar; débil al principio y luego atronadora, interpretada al unísono por incontables y enardecidas gargantas. Agucen el oído los deportados de todas las deportaciones, las presas de todos los presidios, los refugiados de todos los refugios. El «Hator, Hator...» de esta noche -melodioso, popular, reivindicativo y entrañable- va por todas vosotras y vosotros.