Hoy es lunes. Y por si eso fuera poco, estamos en Navidad. Quien quiera escaquearse de la obligatoriedad de cerebrar estas fiestas lo tiene chungo. Francamente chungo. Por mucho que deseemos que sea un pasajero día más nadie se deja convencer, sino todo lo contrario: se impone el consumo emocional como única fórmula para perpetuar la armonía familiar y social. Es como el momento-guinda final a una artificial efervescencia metafeliz, coronada por cenas grupales y ríos de magma burbujeantes. ¡Socorro! oigo gritar durante las noches pre-navideñas. Y no es para menos. El miércoles pasado TVE1 emitió un concierto de Miguel Bosé, rodeado de colaboradores como Paulina Rubio, Leonor Watling, Alejandro Sanz, Laura Pausini y un sinfín de nombres comerciales que acudieron al portal y así engordar el pesebre público, que cada vez que los socialistas asoman al poder se repite sin contemplaciones para adorar al niño de la Bosé. En la anterior legislatura, de hecho, fui testiga en directo de la fiesta de cumpleaños que también retrasmitió la Primera como si se tratara de recordar a Frank Sinatra, Pavarotti o la Callas. Fue un despropósito de programación. Sobre todo porque, inmediatamente después, La 2 pasó un concierto de un hombre de carne, hueso y ritmo como Ricky Martin. Cantar, bailar, contonearse, danza del bajo vientre, gimnasio, horas de ensayo, sangre caliente y mucho más. Muy lejos del barrigudo Miguel, envanecido en su imagen reflejada en la pantalla a través de los otros.

¿Qué interés tiene un tipo pijo que no canta un pío, no sabe bailar, es insípido hasta decir ¡basta ya! y es guapo? Ninguno, desde el punto de vista artístico. Sin embargo, la dimensión estética de la audiencia dista mucho de cualquier sentimiento cercano a la actitud creativa o artística. Y sino enciendan el televisor, sintonicen EITB a la hora de la cena y un grupo numeroso de famosos como Bosé nos alegra el pavo con sus villancicos, mientras el resto, tras la pantalla, hace lo mismo copa en mano. Es lo que tiene ganarse la vida Boséando.