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Maite SOROA

Primero, las excusas

Abundan entre los columnistas, opinadores, analistas y ex-políticos que sienten una suerte de temor de dios a la hora de poner negro sobre blanco lo que es más que una evidencia.

Ayer, en «El Correo Español», Xabier Gurrutxaga (ex dirigente de la extinta Euskadiko Ezkerra) advertía que «Lo que de verdad interesa a la sociedad democrática es si la versión oficial acerca de las circunstancias en que se produjeron las lesiones, acerca de las secuencias horarias y sobre lo que hicieron y dejaron de hacer los detenidos en las quince horas transcurridas desde la detención, es o no una versión coherente y racional, es decir, creíble, tanto desde el punto de vista de la ciencia médica como de la propia descripción de los hechos. Es decir, que elimine de raíz cualquier duda razonable sobre la posibilidad del mal trato».

Quiere Gurrutxaga que le convenza Rubalcaba, a él y a toda la «sociedad democrática». Pero para pedir algo tan humilde, se apresura a dejar clara su posición previa, no vaya a ser que le confundan con un filoetarra. Y así adelanta que «la desarticulación del grupo `Elurra' de ETA y la detención de dos de sus integrantes constituye una buena noticia, máxime si en su día el tribunal que conozca de la causa les condena por los hechos terroristas que a día de hoy la Guardia Civil les atribuye». Por lo visto, según Gurrutxaga no existe relación entre lo supuestamente declarado por los detenidos y las condiciones de la detención.

Y ahora viene la justificación de semejante declaración de principios: «Digo esto, en primer lugar, porque así lo pienso; en segundo lugar, porque el Estado democrático, a través de sus fuerzas de seguridad, tiene la obligación de identificar y detener a quienes tratan de imponer sus ideas mediante la extensión del terror y la violencia, produciendo muerte, dolor y sufrimiento. Pero lo digo también para que nadie vea en las manifestaciones siguientes ninguna intención maliciosa de querer dañar la imagen de la Guardia Civil ni de atacar al Gobierno. Mucho menos de desacreditar al Estado de derecho ni de dar legitimidad a la izquierda abertzale».

O sea, que lo importante es que la imagen de la Benemérita quede limpia de polvo y paja. Y para eso, Rubalcaba no debe escatimar esfuerzos para convencer, entre otros, a Gurrutxaga. ¡Vivir para ver!

 

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