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Yolanda Anso Rios

Abuelo

Abuelo, hemos vuelto a Puerto. Ya ves, 70 años después, los círculos se cierran. Faltaron años para que me conocieras, pero yo te conozco. La memoria de los míos me habla de ti día a día.

Te llevaron a una cárcel inhumana y te tuvieron con hermanos que noche a noche, a golpe de cerrojo y de tiro iban dejando los colchones vacíos a tu lado. Colchones vacíos, terror a ser el próximo en ser llevado a fusilar, pena por el compañero llevado a matar, angustia por la familia que no sabe donde estás. La casualidad, que no la conciencia de quien la recibió, hizo que alguien encontrara la carta de mi abuela en la papelera. El remite sirvió al preso que limpiaba el despacho para saber que se trataba de la mujer de un compañero buscándolo. Sí, buscándote por todas las cárceles del Estado Español. Mi abuela, la que partió en un barco camino de refugio, de la entonces «tierra de asilo» francesa, con vuestros hijos y con su padre. Mi abuela Loren, la que tuvo que permitir que la alejaran de su padre, anciano y en silla de ruedas, para dejarlo morir solo en Nantes. Mi abuela, la Loren, la que una vez terminada la guerra, y vuelta a Iruñea, empezó a buscarte allá donde fuera posible que estuvieses. En una cárcel franquista. El remite hizo que pudieras recibir ropa con aromas de familia, trozos de jabón con perfumes de amor, sobados, bien sobados para que no se viera lo que encerraban dentro. Cariño y mas cariño. El remite hizo posible que las ratas, la humedad y las chinches no pudiesen contigo. El remite te hizo aguantar hasta que decidieron soltarte. Y el remite hizo que llegaras a Iruñea, con aquella cajita de madera a modo de maleta, a la habitación donde vivía tu familia, mi familia.

Mil largos kilómetros te separaban de ella, largos en la ausencia y en la espera y largos al ser recorridos para poder abrazar a tu gente. Puerto de Santa María, mentado en mi casa tantas veces en este medio siglo... Puerto de Santa María, qué pena tu nombre ligado a las lúgubres cárceles medievales, luego cárceles franquistas. Puerto, tu nombre sigue tres veces ligado a terribles cárceles franquistas y ahora «demócratas».

Sí abuelo, los círculos se cierran, siguen existiendo esas cárceles para que la soledad, el trato inhumano y el tiempo acaben con los luchadores vascos como tu. Y ahora me toca a mí volver a Puerto para intercambiar sonrisas durante 40 exquisitos minutos. Para llevar paquetes de cariño y esperanza. Para decirle al Gobierno español de turno que a ti te tuvo ahí encerrado, que ahora encierra a otros vascos y que tal vez dentro de un tiempo mi nieto tenga que volver al mismo sitio a ver a cualquier otro vasco que, terco como nuestro verde y eterno como nuestro mar, esté preso del español Gobierno de turno.

No te preocupes, abuelo, nuestra historia es tan larga como inmensos nuestros montes. Vergüenza la de esos muros conteniendo a gente tan bella. No te preocupes, abuelo. La historia la escribimos nosotros. La auténtica. Nuestra historia es la nuestra, y seguiremos escribiéndola con viajes de ida y vuelta, cerrando círculos hasta la amnistía.

Gero arte, abuelo, maite zaitut.

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