«Ahora me siento menos responsable»
Antropólogo y ex Director del centro de estudios vascos
No es fácil concertar una cita con William A. Douglass. Todo hacía indicar que, una vez retirado de la dirección del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, Reno, al que ha dedicado treinta y tres años de su vida, el conocido antropólogo iba a estar libre de toda tarea. Podemos dar fe de que no es así.
Estibalitz EZKERRA | DONOSTIA
En la actualidad, Douglass dedica buena parte de su tiempo a atender aquellos actos institucionales, la mayoría conmemorativos, organizados con motivo de su labor investigadora a uno y otro lado del océano. El último tuvo lugar en Iruñea, donde la Universidad Pública de Navarra le concedió la Medalla de Oro. A ello hay que añadir las esporádicas escapadas que realiza a predeterminados lugares donde puede llevar a la práctica una de sus grandes pasiones: la pesca.
Sin embargo, una vez se obtiene su beneplácito para definir una fecha, estén seguros de que cumplirá con el cometido de manera escrupulosa. De hecho, Douglass es una persona a la que le agrada conversar sobre sus experiencias, tanto profesionales como personales, de tal manera que es fácil sentarse a su lado y dejarse llevar por sus relatos. Después de varios minutos de conversación, es tal el grado de complicidad que puede llegar a crearse entre locutor y oyente, que ya no resultan extrañas, pese a la distancia en el tiempo, esas instantáneas tomadas hace ahora cuarenta años, cuando Douglass dio inicio a su carrera. Todo parece reciente, como si de ayer mismo se tratara.
A juzgar por las fotografías, físicamente apenas ha cambiado en los últimos cuarenta años.
No, sí que ha habido cambios. Evidentemente, ha nevado bastante en el monte (se atusa el cabello). Cada vez que repaso las fotos tomadas hace tiempo, me da la sensación de estar viendo a mi hijo (se ríe). Entonces era otra persona, sí y no. Me siento igual, pero reconozco que no soy el mismo.
A nivel anímico, ¿qué diferencia hay entre el William Douglass que emprendió el Programa de Estudios Vascos y el William Douglass que tengo delante?
El William Douglass de hace ahora cuarenta años gozaba de la intensidad propia de la juventud. Tenía menos humor, quizás menos sabiduría y, por supuesto, menos experiencia en la vida. Entonces veía el mundo más en términos de blanco y negro que ahora. Es algo normal, nos suele pasar a todos; la experiencia se va adquiriendo a medida que pasa el tiempo.
Ahora tengo mucho menos sentido de la responsabilidad, pero durante aquella época tenía la sensación de estar jugando continuamente al todo o nada. El Programa -de Estudios Vascos- era apenas un germen; arrancó siendo el proyecto de una persona, es decir, mío, por lo que se trataba de una tarea bastante más personalizada de lo que es ahora. En este momento, el Centro es un equipo, un abanico de intereses, visitantes, estudiantes, etc. Pero en el inicio faltaba todo eso, y por ello tenía la impresión de que un solo error podía echar a perderlo todo. Estaba aterrorizado ante la idea de que aquello no llegara a cuajar.
Todo aquello también tenía que ver con mi situación personal. Estaba en los comienzos de mi carrera, y todo joven que se encuentra en semejante posición siente la necesidad de ponerse diariamente a prueba. Tal vez la falta de humor se debiera a eso. En este momento veo mucha más ironía en todo, tanto en lo político como en lo social.
Comenzó estudiando Literatura Española, materia en la que llegó a licenciarse por la Universidad de Nevada, Reno, y acabó dirigiendo, ya como antropólogo, un Centro de Estudios Vascos.
Lo cierto es que cambié de idea sobre lo que quería ser antes de titularme en Español. Estando cursando el tercer año de carrera en la Universidad Complutense de Madrid, empecé a analizar la manera de hacerme antropólogo. Estaba bastante interesado en esta materia, mucho más que en la literatura española. Tomé algunos cursos de Antropología y Sociología, para después hacer una petición a la Universidad de Chicago para entrar en el programa de estudiantes graduados. Y me aceptaron. Pero el título lo obtuve en Literatura Española; a efectos prácticos era más fácil hacerlo así, puesto que la mayoría de créditos cursados tenían relación con ese campo.
Considero más obra de la casualidad el haberme licenciado en Literatura Española, que todo lo que vino después: la antropología, el Centro, etc. Aunque no puedo negar que adoro la literatura. Ahora que estoy jubilado, dedico gran parte del tiempo a la lectura de obras en español, sobre todo latinoamericanas. Soy un devoto de Gabriel García Márquez. Durante el tiempo que pasé estudiando Antropología primero, y dirigiendo el Centro después, apenas tuve ocasión de dedicarme a la literatura. Tenía que leer tantas cosas científicas, siempre relacionadas con mi disciplina, que me era imposible buscar un momento para divertirme con la literatura, fuera ésta americana o española. Pero en este momento estoy actuando a la inversa. De hecho, estoy intentando escribir una novela. En cierta manera se puede decir que he vuelto a mis raíces, es decir a mis raíces profesionalmente subdesarrolladas.
Siempre me ha parecido que la literatura y la antropología guardan una estrecha relación; nunca las he considerado materias autoexcluyentes.
Yo mismo suelo pensar que el antropólogo es un mal novelista, un escritor con poco talento de expresión o, por decirlo de otra manera, que se expresa profanamente. De hecho, mucha etnografía escrita se asemeja a una mala novela (se ríe). Estoy bromeando, pero creo que hay algo de verdad en eso. Estilísticamente hablando, la literatura exige más y no todos los antropólogos poseen la habilidad de cumplir esas exigencias.
Por contra, detrás de la antropología hay un trabajo de campo que no siempre se encuentra en la literatura.
Para mí, la literatura se basa más bien en la experiencia personal. De hecho, la inmensa mayoría de las obras están basadas en las experiencias personales de sus autores. No me fio demasiado de la novela imaginada, incluso me cuesta creer que exista. La novela tiene que tener cierto sentido en términos humanos, aun y cuando los hechos son imaginados. La propia ciencia-ficción, para ser legible, tiene que ser antropológica en el sentido de que debe jugar con los parámetros de la vida actual.
Pese a que en su día algunos profetizaron lo contrario, en la actualidad, en materia literaria estamos asistiendo a un retorno de lo real, eso sí, influenciado por cierto hilo mágico.
Lo que habría que preguntarse es dónde se situan las líneas divisorias entre lo mágico y lo real, pues estamos en una época en que tecnológicamente las estamos borrando completamente. Esto me trae a la memoria lo sucedido con una señora que vino a estudiar Antropología a esta Universidad -se refiere a la UNR-. Ya era de cierta edad, por lo que le pregumté a qué se debía esa súbita necesidad de reemprender sus estudios. Ella me respondió que lo hacía para salir del mundo artificial en el que vivía. Esta mujer no tenía oficio; se pasaba el día en su casa en el lago Tahoe, recibiendo la visita de sus amistades y viendo la televisión. En cierta ocasión, una de sus amigas le comentó que un conocido había perdido un brazo. A veces es posible hacer un reimplante, pero en este caso no había manera de que el hombre recuperara su extremidad. Esta señora le contestó a su amiga que no importaba, que ya le crecería otro brazo a su conocido. Era tal el grado de irrealidad en el que se encontraba, que en aquel momento pensar que los brazos crecen de manera espontánea le pareció algo muy lógico. Pero no tardó en darse cuenta de la barbaridad que había dicho y, según me confesó, estaba tan escandalizada de su propio pensamiento que vio la necesidad de reingresar en el mundo, de crearse una cotidianeidad «real», y para ello decidió volver a la universidad a estudiar.
E ingresó en Antropología.
Sí, pero lo importante de esta anécdota es que sirve como ejemplo de lo irreal que vivimos diariamente. Muchas veces me pregunto sobre la perspectiva que los jóvenes están tomando sobre el mundo. Entre tanto mundo virtual no sé a qué resultado vamos a llegar. Igual el que considero mi mundo es ya irreal.
«Ahora tengo menos sentido de la responsabilidad, pero antes tenía la sensación de estar jugando al todo o nada»
«Hace ahora cuarenta años tenía menos humor, quizá menos sabiduría y, por supuesto, menos experiencia»
«Casi soy más vasco que americano, ya que he seguido más el desarrollo de la sociedad vasca que el de la americana»
«Entre tanto mundo virtual no sé a qué resultado vamos a llegar. Igual el que considero mi mundo es ya irreal»
«Llevo casi diez años escribiendo una novela sobre casinos y que está localizada en Reno. Conozco bien ese mundo»
¿Cómo calificaría la relación que mantiene con Euskal Herria?
Es una pregunta bastante difícil de contestar, porque abarca no sólo lo profesional sino también lo personal. Tal vez resulte algo exagerado, pero casi soy más vasco que americano en el sentido de que he seguido más de cerca el desarrollo de la sociedad vasca que el de la americana. Es ahora, que estoy jubilado, cuando he empezado a estudiar la historia americana. Nunca antes había recibido un curso sobre la misma, por lo que pensé que ya era hora de hacer algo al respecto. Y, la verdad, estoy aprendiendo mucho.
Ser más vasco que americano, ¿lo hace por compartir las penas y alegrías de los vascos?
Por supuesto. Es más, por ser director del Centro de Estudios Vascos muchas veces me he visto obligado a hacer de portavoz de los vascos. En momentos muy difíciles hemos sido la única voz fuera del país, por lo que nos ha tocado explicar a los medios internacionales qué era lo que estaba sucediendo. Y créeme, no es fácil porque los periodistas lo quieren todo muy simplificado, y hay cosas que no se pueden simplificar.
¿Confía en que algún día lo vasco sea visto como algo distintivo de un lugar, sin caer en juicios políticos?
Sí, pero eso depende completamente de lo que suceda en Euskal Herria. La función del Centro es estudiar lo relacionado con la cultura vasca, y así debe ser. Reconozco que en algunos aspectos estoy más involucrado en la situación vasca de lo que quisiera, y no dejo de tener remordimientos, porque como antropólogo siento la necesidad de mantener cierta distancia hacia mi campo de estudio. No puedo involucrarme en la organización de la diáspora vasca y luego pretender estudiarla, es inconsistente.
Espero que la próxima vez que lo entreviste sea con motivo de su novela.
Llevo casi diez años escribiéndola, y no tiene nada que ver con lo vasco.
¿En serio?
Sí. Se trata de una novela de casinos y está localizada en Reno. Conozco bien ese mundo. Mi familia, mi padre concretamente, fundó varios casinos en Reno. Tanto mis hermanos como yo seguimos participando en el negocio, pero ese tema lo dejamos para otra ocasión.
Estibalitz EZKERRA