la cuestión balcánica
Presidenciales serbias a la sombra de Kosovo
Serbia celebra hoy unas elecciones presidenciales anticipadas a instancias de la UE para acompasarlas al proceso de independencia de Kosovo. El plan de Bruselas, promesas electorales incluidas, está cogido por los pelos y puede chocar con el hartazgo de la población serbia, visible en las tasas de abstención y en su preferencia por opciones «antieuropeas».
Dabid LAZKANOITURBURU
La inminente declaración de independencia de Kosovo, eso sí monitoreada y supervisada internacionalmente, está en el origen de la convocatoria adelantada de elecciones presidenciales en Serbia hoy. Comicios que, según todos los pronósticos, se dilucidarán en segunda vuelta el 3 de febrero.
El callejón sin salida al que han llevado a la mediación de la ONU en Kosovo la negativa de Serbia, y sobre todo la amenaza de veto de Rusia, unida a la creciente impaciencia de la población kosovar por acabar con la indefinición de los últimos nueve años de protectorado, ha forzado a las potencias occidentales a elaborar una Hoja de Ruta que incluye un calendario preciso del que las presidenciales serbias son el segundo acto. El primero llegó de la mano de las elecciones legislativas en Kosovo a finales de 2007, tras las que el nuevo primer ministro, el ex dirigente guerrillero Hashim Taçi, se comprometió a no declarar unilateralmente la independencia y a esperar unos meses.
Occidente no puede postergar sine die el cumplimiento de sus promesas a la población kosovar, pero a la vez no puede asistir impasible a la enajenación de Serbia y a su abrazo total a Rusia, menos aún cuando el gigante euroasiático vive un repunte claro en la arena internacional.
Ambas exigencias han obligado a improvisar un calendario cogido con pinzas y en el que cualquier imprevisto puede reabrir la Caja de Pandora de los Balcanes.
«Esperar a elegir presidente después de que Kosovo declarara la independencia era ofrecer en bandeja la victoria a los sectores más recalcitrantes en Serbia», recuerdan fuentes de la UE, en referencia a los panserbios del SRS, primera fuerza política serbia.
Lo que no está claro es que este adelanto vaya a conjurar definitivamente esta posibilidad. El SRS, del prisionero en La Haya Vojislav Seselj, tiene un nicho electoral fijo de entre el 30 y el 40% de los votos que se repite una y otra vez en los últimos años, sobre todo desde que el experimento «revolucionario» y apoyado por Occidente que logró destronar a Slobodan Milosevic perdiera gas a marchas forzadas debilitado por discrepancias internas y sucesos como la muerte en atentado en 2003 del entonces primer ministro pro-occidental Dzoran Djindjic.
Defensor de la idea de la «Gran Serbia», las encuestas auguran en la primera vuelta un 35% de votos al SRS, en el que repite como cabeza de cartel el segundón Tomislav Nikolic. Defensor del «orgullo serbio» frente a las humillaciones de Occidente, ello no la ha impedido contratar a un equipo electoral estadounidense para intentar ofrecer un perfil más «amable».
El SRS concentra el voto-protesta de una población a la que la deriva auspiciada por Milosevic y los incumplidos cantos de sirena occidentales han condenado a una realidad insoportable. Equiparable a otros movimientos de corte populista en los Balcanes y en el este de Europa, el SRS ofrece el abrigo del patriotismo agraviado a las clases más desfavorecidas en el proceso de transición iniciado en 1999 bajo las bombas aliadas. Una baja participación podría llevar a Nikolic a la victoria en la segunda vuelta.
La abstención -el 33% de los electores ha asegurado que no acudirá hoy a votar y el 16% no tenía claro si ir o no- es el gran enemigo del principal rival de Nikolic, el actual presidente y pro-occidental Boris Tadic.
Las encuestas le auguran un empate con el 35% de intención de voto. Los analistas coinciden en que su candidatura precisaría de una alta participación para volver a vencer a Nikolic -lo hizo en las anteriores elecciones presidenciales- el 3 de febrero.
Abstención estructural
Una abstención que se ha convertido en estructural en la Serbia del nuevo milenio y que va más allá de la cuestión de Kosovo. El referéndum para modificar la Constitución y para introducir en la Carta Magna la «incuestionable» entidad serbia de Kosovo -pese a lo que sostiene el 90% de los kosovares- estuvo a punto de ser invalidado hace dos años por falta de participación y sólo la peculiar ingeniería del recuento posterior permitió descubrir que decenas de miles de serbios votaron en el último minuto logrando superar el listón del 50%.
Y es que la realidad en Serbia es bastante más compleja y casa mal con los a prioris.
La UE no ha escatimado en promesas para apuntalar la campaña de Tadic. La presidencia de turno eslovena ofreció la firma del Acuerdo de Asociación y Estabilización -fase previa a una eventual negociación para la adhesión -con Serbia el 28 de enero; es decir, entre la primera y la segunda vuelta.
La mala conciencia no es buena consejera en política y provoca, las más de las veces, un efecto llamada. Holanda, responsable por omisión de la masacre de miles de bosnios en Srebrenica a manos de las milicias serbias, ha vetado esta propuesta y Bélgica se le ha unido al exigir que Belgrado debe antes entregar al responsable del genocidio y criminal de guerra presunto Ratko Mladic.
Incapaz de sortear la necesaria unanimidad en el seno de la UE para realizar un gesto de este calado, Bruselas insiste y ha prometido acelerar la puesta en marcha del plan para eliminar los visados para la entrada de los serbios en territorio comunitario.
No faltan expertos que alertan de que estas intromisiones pueden generar el efecto contrario al buscado en el electorado serbio.
Vistos los nervios de la UE, podría parecer que el pro-occidental Tadic se haya significado por su respeto a la opción mayoritariamente elegida por los kosovares. Al contrario, su europeísmo no le ha impedido presentarse como un acérrimo defensor del «Kosovo serbio». En todo caso, y aunque las palabras en política se las lleva el viento, parece a todo punto imposible que Tadic pueda lograr una victoria arrolladora que le diera un margen de maniobra suficiente frente a esa clase política que ha hecho de Kosovo la última bandera, pese a que es consciente de que los problemas en Serbia no comenzaron ni acabarán en Pristina.
crisis en el seno del Gobierno
Merece mención de honor dentro de esta categoría el primer ministro, Vojislav Kostunica. Bautizado como «moderado» por Occidente al calor de las protestas contra Milosevic, algunos acaban de descubrir su condición de acérrimo panserbio. Bastaba para ello que hubieran buceado en su biografía, que incluye fotografías junto a las milicias serbias que sembraron en los noventa el terror entre la población kosovar.
Kostunica no ha dudado en apoyar a un tercer candidato en liza, Velimir Ilic (Nueva Serbia), ministro en el Gabinete de coalición.
Un Gobierno que puede tener las horas contadas si Kostunica hace efectiva su amenaza de impedir en el Parlamento cualquier acercamiento a la UE a cambio de Kosovo.
En conclusión, mucho es lo que está en juego hoy en Serbia, incluido el estallido de una grave crisis. Hay quien sostiene que las crisis, como los síntomas de una enfermedad, sirven para clarificar posiciones y alumbrar soluciones. Ojalá fuera el caso para la hoy desolada Serbia.