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Gloria Rekarte Ex presa política

Colaboradores (presuntamente)

Connivencia, silencio, apoyo... Admitir, callar, firmar... Apenas hay distancia, pero el espacio a compartir y en el que colaborar sigue siendo cómodo. También oscuro. Cada vez más oscuro

Me golpearon durante...». Así, con letras gordas y en primera plana, lo vi en el «Diario de Navarra» del pasado miércoles. No voy a decir que me abalancé sobre el ejemplar, pero casi. ¡El «Diario de Navarra»! ¿Se hacía eco de las torturas a Portu y Sarasola? Pues no. Por supuesto que no. La ilusión óptica se desvaneció media docena de letras más adelante. Lo que merecía primera página y grandes letras era el testimonio de un ciudadano a quien sus presuntos secuestradores habían dado una buena tunda no sé dónde, en alguno de esos sitios, a miles de kilómetros, donde la gente es más mala que mala y es capaz de pegarle a alguien durante una hora entera.

Quiero insistir en lo de presuntos porque en los últimos días la presunción de inocencia ha cobrado protagonismo. La presunción de inocencia es un derecho fundamental. Los derechos fundamentales son los derechos que corresponden a todas las personas. Sólo que a unos más, a otros menos y a algunos nada. En Andalucía el delegado del Gobierno la reclama para el sospechoso vinculado a la desaparición de una niña de 5 años. El de Nafarroa, con exquisita consideración, la demanda para el compañero de la joven degollada en Iruñea. La prensa, con la misma exquisitez, repetía la presunción a lo largo y ancho de la noticia, cosa que honraría a unos y otra si no los conociéramos expertos en suprimirla cuando las detenciones corresponden a otro orden de cosas. Y, precisamente en ese orden de cosas, Fernando Savater recordaba que es preciso respetarla para la guardia civil (y con suplemento de lujo, decía), a tenor de «las lesiones del etarra Igor Portu» (sic). El respeto a la presunción de inocencia, ya ven, sólo le llegó hasta la mitad del párrafo. Para la otra mitad, la indudable y absoluta culpabilidad de todo independentista detenido.

Ese si que es un suplemento de lujo; el mejor para validar la tortura, para legitimarla, para justificarla cuando no queda más remedio que admitir que, en fin, todos los indicios parecen indicar que quizás no sea del todo imposible que se haya dado un poquito de malos tratos. Que es otro suplemento importante: un vocablo de sonido más amable con el que apagar el tono estridente de la tortura, tan molesto, tan irritante, tan inoportuno siempre. Siempre, pero sobre todo cuando consigue romper el cierre hermético, el silencio que ha amparado los golpes, la asfixia, el dolor, las amenazas... y se descubre como la lacra que es, aquí, demasiado cerca, dentro de la propia conciencia, de la propia responsabilidad. Y cuánto más inoportuno si se acaba de firmar sin condiciones ni condicionantes el apoyo a las fuerzas de seguridad y ahora hay que ensayar la pesadumbre, la indignación, rechazar la merma del estado de derecho, apelar a los principios democráticos...

Connivencia, silencio, apoyo... Admitir, callar, firmar... Apenas hay distancia, pero el espacio a compartir y en el que colaborar sigue siendo cómodo. También oscuro. Cada vez más oscuro. Es el del lado contrario, justamente el contrario, al de los torturados.

Así son presuntamente las cosas y así se las hemos contado.

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