«El que no supiéramos nada de esta columna es fruto de la represión y el silencio»
Fernando Ramos, de la productora Morrimer, es uno de los directores del documental «La columna de los ocho mil», del que se han vendido 1.500 copias. La pasada semana estuvo en Andoain para presentar este trabajo, un canto contra el olvido y el silencio.
¿A qué obstáculos han tenido que hacer frente a la hora de hacer el documental?
Primero, al tiempo. Los pocos testigos reales que quedaron -ya se encargaron de que quedaran pocos-, son ya muy mayores y muchos han muerto. Está también el silencio que, sobre todo, lo hemos encontrado en nuestro pueblo, Llerena. Ten en cuenta que la represión más brutal se vivió allí con la connivencia de la gente local. Nos ha costado arrancar testimonios que nos condujesen a averiguar lo que ocurrió con esta columna. La gran mayoría de la investigación la hemos tenido que hacer fuera. La familia de los testigos han impedido que éstos hablaran del tema con el argumento de que «ahora no era el momento de levantar viejas rencillas».
¿Qué es lo que más le ha sorprendido?
La brutalidad de los hechos. Extremadura vivió una represión pura y dura, aunque siempre hemos tenido como referente lo ocurrido en la Plaza de Toros de Badajoz. Por eso nos llamó tanto la atención que hubiera casi la misma cantidad de muertos a las puertas de nuestra casa.
¿Qué secuelas dejó la represión?
Como ya he dicho, fue brutal desde el primer momento y durante los cuarenta años de dictadura. Las secuelas son palpables. El hecho de que nosotros no supiéramos nada de esta columna es fruto de esa represión tan brutal y de esos cuarenta años de silencio. Consecuencia de ello es que mucha gente viviera con la cabeza agachada durante la dictadura y posteriormente también. Es comprensible el miedo que sigue existiendo. Cuando nos dicen, a modo de reproche, por qué estamos levantando este tipo de historias, siempre digo que los muertos de un bando y otro valen lo mismo, pero que hay una diferencia abismal: mientras los de un bando fueron enterrados en un lugar conocido, se les pudo llevar flores todas las semanas y las familias pudieron vivir con la cabeza alta, las de los muertos del otro bando, además de esconder hasta su propio nombre, tuvieron que vivir con la cabeza agachada, casi en la más pura ruina y sin poder llorar a sus seres queridos. Creo que es el momento de que puedan hacerlo exactamente igual que lo hicieron las otras familias durante tantos años.
¿Qué sensaciones le provocan comentarios como «para qué abrir viejas heridas»?
Mucha rabia porque, desde la comodidad de quien ha tenido a su gente enterrada en un sitio conocido se dice que no hay que remover. Me provoca también mucha rabia la actitud del PSOE que ahora se apunta al carro de la memoria histórica, pero cuando tuvo la oportunidad de hacerlo no se atrevió. No fue lo suficientemente valiente para actuar desde el Gobierno cuando aún había testimonios suficientes. Ahora llega tarde. Tanto la actitud de quien no quiere remover como de aquellos que se suman al carro, me parece igual de hipócrita.
¿Qué destacaría de entre los testimonios?
Hay un señor que, pese a haber estado en más frentes, afirma que el de Llerena fue el episodio más tremendo que vivió. Cuando fuimos a entrevistarlo, tenía una máscara de oxígeno y se la quitó para darnos su testimonio. Estuvo durante dos horas hablando y cuando terminó, fue capaz de levantarse para acompañarnos a la puerta y nos dijo «me habéis dado la vida». Después de tantos años pudo hablar.
A. L