CRÓNICA El mundo cierra sus fronteras
La libertad de circulación, un derecho humano con candado
Fronteras y libre circulación de personas. Seguramente un debate pospuesto incluso entre las corrientes más progresistas de Europa. ayer, en Donostia, un experto en inmigración, el francés Alain Morice, ofreció algunas pautas sobre las que comenzar a reflexionar.
Joseba VIVANCO
El más antiguo de los humanos modernos vivió en lo que hoy es Etiopía hace casi 200.000 años. Aquel ancestro pasó primero de África a Asia, hace unos 80.000 años, luego a Europa y finalmente a América, o así está mayoritariamente admitido. Entonces no había fronteras, sino mundos por descubrir. «Toda persona tiene derecho a salir de un país, incluso del suyo. Así lo recogen todos los textos internacionales», reivindicaba ayer en Donostia, miles de años después, Alain Morice, antropólogo e investigador de la Unidad de Inmigración y Sociedad del Centro francés de Investigaciones Científicas (CNRS).
Fátima, marroquí y vecina de Irun desde hace casi siete años; Giovana, peruana con siete años ya de residencia en Bilbo; Cristina, una hernaniarra más que salió de Guinea hace trece años; ellas, como María Lourdes, nicaraguense, Olga, rusa, o Falah, bereber, forman parte de esa nueva Europa que clausura sus fronteras con candado. De ese nuevo mundo que cierra fronteras en Europa, pero que también lo hace estos días en Gaza.
Invitado por la Federación estatal de asociaciones de SOS Racismo a su encuentro de este fin de semana en la capital donostiarra, el intelectual francés Alain Morice, integrante de la red europea Migreurop, de denuncia de las políticas migratorias de la UE, disertó en la sala Arrasate de la Kutxa sobre un asunto delicado incluso para pensadores progresistas como él: la libertad de circulación.
Agustín Unzurrunzaga, conocido miembro de SOS Racismo-Gipuzkoa, detalló hasta seis posturas con las que nos podemos encontrar hoy ante este planteamiento. Desde quienes desde una perspectiva de izquierda social izan la bandera del libre desplazamiento de personas, a quien lo defiende con matices como que los estados también tienen algo que decir, hasta actitudes como las de los gobiernos socialistas de controlar fronteras pero apostar por transformaciones económicas, o las más a la derecha de lectura restrictiva incluso del actual marco normativo.
Alan Morice se alinea claramente a favor de la libertad de circulación de los individuos, aunque hace una matización. «Debe ir acompañada de un verdadero derecho al trabajo en igualdad de condiciones, porque el cierre de fronteras es algo que ha venido favoreciendo la explotación del trabajo inmigrante, por eso de nada serviría abrir esas fronteras de par en par si no hay una igualdad real en el trabajo», argumenta.
Este experto francés reconoce que defender la libertad de circulación no granjea muchas simpatías. «Uno es insultado, o le tratan de utópico, o le llaman enemigo de la nación, o se ríen de él. Hasta hace diez años no había ni una asociación en toda Europa que hablara de ello. Fue a raíz del movimiento de los sin papeles en Francia cuando una corriente social importante empezó a reivindicar este concepto», expuso.
Para Morice hay algunos argumentos que sustentaban aquella proclama en favor de la libre circulación. De un lado, la idea de que los cierres de fronteras no funcionan, como lo prueban los valdíos intentos que, por ejemplo, una y otra vez intenta Estados Unidos para sellar su límite con México. «La migración no disminuye, sólo resulta más difícil para esas personas».
De otro, está el reconocimiento como derecho humano a que las personas puedan ir de acá para allá. Un derecho que «millones de individuos han perdido por nacer en el país incorrecto», mientras que otros tan sólo necesitan sacarse un pasaporte o pagar un visado para hacerlo.
Un tercer argumento es el rechazo a que unas fronteras permeables sean sinónimo de invasión. «Las fronteras han estado abiertas a lo largo de la historia y no ha habido nunca nada de eso. Francia lo hizo hasta 1985 con sus antiguas colonias y no pasó nada». Y añade: «Si tuviéramos una invasión, sería de todas formas absolutamente justo y deberíamos organizarnos para repartir la riqueza».
«Externalizar» fronteras
Sin embargo, lo que manda en las últimas dos décadas es la clausura de fronteras. El panorama que dibujó esta experto francés no resulta nada alentador. «Todos pudimos ver lo que ocurrió en 2005 con las vallas que cientos de personas quisieron atravesar en Ceuta y Melilla y donde varias murieron por disparos. Una práctica que no existía desde la caída del Muro de Berlín cuando se mataba a la gente que quería abandonar un país», equiparó las políticas.
Porque en su afán por hermetizarse, los mandatarios europeos han «externalizado» su política de tratar de impedir que otros entren en la hoy Europa de los 25. Para ello utilizan a países como Marruecos, su «buen gendarme», como lo definió, pero también a gobiernos como el de Libia, que ha instalado un sistema de prevención mejor incluso que el europeo para evitar que nadie salga de sus costas en dirección a la otra orilla del Mediterráneo. Y lo mismo están haciendo los países europeos con otros estados del África subsahariana, siempre a cambio de trueques comerciales o militares.
Un cierre de fronteras en la UE que en su día, reconoce Morice, pudo responder a unos solapados intereses económicos, de modo que mientras era ineficaz para evitar la entrada de inmigrantes, sí era efectivo para mantener el sistema de explotación laboral de ese amplio colectivo.
Sin embargo, a juicio de este antropólogo, hoy, lo que realmente está detrás de la negativa de cualquier gobierno europeo a permeabilizar sus límites son las razones electorales. En el Estado francés, los partidos se han ajustado con el tiempo a la teoría xenófoba que impulsó el Frente Nacional en los ochenta. Un cierre ideológico a la estela de un cierre de fronteras.