Iturralde González estaba completando un gran arbitraje en la jornada de ayer, hasta que decidió señalar un penalti más que dudoso por unas supuestas manos de Javi García. El laudiotarra no dudó, decretó los once metros y enseñó la segunda amarilla al murciano. La jugada, además, venía predecida de una no devolución del balón por parte del Sevilla después de que Ricardo tirara la pelota fuera para atender a Flaño que había sufrido un codazo de Poulsen.

La polémica estaba servida, los rifi-rafes entre jugadores pasaron a dominar la escena previa al lanzamiento. Finalmente, Luis Fabiano ejecutó la pena máxima. Un disparo perfecto, pero Iturralde observó la irrupción de Maresca y Poulsen en el área. Más protestas, esta vez por mandar repetir el penalti. Aún así, y esta vez por abajo, el pichichi no perdonaba y cerraba el partido, pero no la disputa. Y es que, una vez más, este encuentro acabó con serios incidentes.

Ayer, los originó una impresentable acción de Adriano y el delegado sevillista, el inefable Cristóbal Soria, muy presente en todo este tipo de tánganas. Cuando los jugadores se retiraban hacia el túnel de vestuarios, el brasileño lanzaba una botella de agua a la cara de Azpilikueta. Lo hizo ante la mirada de Cuco Ziganda y Jon Andoni Goikoetxea que, saltaron como leones, y con razón, hacia el agresor. Sin embargo, no pudieron llegar debido a la actuación de la seguridad privada del Sevilla y la policía española. Lamentable.

A todo esto, y mientras Ziganda recibía un botellazo del público según las diferentes cadenas de radio, Chevantón se retorcía de dolor a varios metros de allí dolido por una lesión que parece ser grave.

En cuanto al juego, sí eso también existió, fue un choque marcado por las urgencias clasificatorias de ambos equipos. Los hispalenses salieron con la intención de abrir. Así, sus principales referencias pasaban a ser el intermitente Capel y el omnipresente Alves. El primero, recibió dos advertencias de un Azpilikueta que jugó en el alambre, pero contuvo al andaluz. El segundo, era el hombre orquesta del Sevilla, apareció por todas partes del campo. Sin embargo, los rojillos aguantaron el zig-zag sin excesivos problemas y trataban de salir a la contra. No lo tuvieron fácil y las arrancadas solían morir al borde del área sevillista, pero, al menos, desahogaban su parcela defensiva.

El Sevilla, un equipo acostumbrado a hacer sufrir a sus rivales, gozó de importantes opciones en pies de Luis Fabiano, pero Ricardo y su poco acierto frustraron el tanto.

Aunque si hablamos de peligro, la opción más clara la tuvo Osasuna. Los navarros pudieron abrir el marcador merced a una falta lejana muy bien sacada por Monreal que se estrelló en el palo. El gol hubiera situado el choque justo donde Ziganda quería.

El Sevilla volvió a la carga. Lo hizo en medio de un choque que iba enmarañándose cada vez y donde comenzaban a aparecer las primeras fricciones después de que Navas se tirase descaradamente al césped.

Ante las embestidas sevillistas, más insistentes que acertadas, el objetivo osasunista pasaba por llegar sin desventaja al descanso, a pesar del susto final tras un remate de Luis Fabiano que solventó bien Ricardo.

La segunda mitad, con la entrada de Chevantón dio al Sevilla mayor mordiente. De hecho, fue el gran protagonista del primer gol sevillista, poniendo un balón perfecto para que Poulsen, sólo, remachase.

Del acierto de Sola al escándalo

Osasuna no se descompuso y Ziganda acertó de pleno con la entrada de Font y, sobre todo, Sola por Erize-que había rozado la roja- y Margairaz. El de Cascante respondió a la perfección y primero creó un centro que deparó un claro penalti a Vela que acabó sin bota. Fue un aviso, a la segunda, el de Erribera marcó un soberbio gol. Rompió la cintura a Poulsen y con la zurda hizo un golazo.

Los navarros habían neutralizado su desventaja y se sentían muy cómodos. Así, Dady, envió la pelota al larguero.

Se acercaba el empate, pero llegó la hora del sufrimiento rojillo. Y es que a pocos minutos del final Josetxo vio la segunda amarilla. Claro, que no fue nada comparado con el triste espectáculo arbitral, y de estilo de un bicampeón de UEFA, vivido instantes después.